Ana Rujas estrena libreto propio en la capital.
Cansada de la frustración que le provocaban los castings, ANA RUJAS decidió crear sus propios papeles. Este mes estrena en Madrid la obra de teatro La mujer más fea del mundo, un monólogo intimista, escrito a cuatro manos con BÁRBARA MESTANZA, en el que la madrileña comparte sus vulnerabilidades como nunca antes lo había hecho.
Lo he pasado mal. Cuando era más joven sufría porque no quería que me catalogaran. Ahora, con treinta años, tengo todo mucho más asentado y me dan bastante igual los prejuicios de la gente. Ya se les irán. O no. Lo realmente importante es saber quién es uno mismo», reflexiona Ana Rujas (Madrid, 1989) frente a un croissant y un café con leche de soja en una céntrica cafetería madrileña.
El próximo 16 de octubre llevará al Teatro Kamikaze de la capital el monólogo La mujer más fea del mundo, que ya había estrenado en Barcelona en diciembre del pasado año. Además de protagonizarlo, Rujas se ha encargado de la producción [en colaboración con Júlia Simó] y ha escrito el libreto junto a su amiga y excompañera de piso Bárbara Mestanza, que dirige la pieza. «Es un proyecto muy personal, que nace de un momento muy duro. Habla de nuestra generación. En realidad, no nos falta de comer, ni una pierna…. pero aunque tengamos de todo, los jóvenes del siglo XXI padecemos de un dolor que no se va. ¿Acaso tengo motivos para estar jodida? Ninguno. Sin embargo, lo he pasado muy mal. Y la pieza nace de ese dolor tan grande, que para mí ha sido motivo de lucha», explica, pausadamente. Ante la mirada atónita de su interlocutora, intenta acotar un poco más la temática de la obra que ahora llega a Madrid: «Se habla mucho del vacío, y de cómo muchas veces se llena con drogas, sexo, etc. También menciono la moda y el consumismo (ya sabes, somos hijos de Apple, vemos a Zuckerberg como un héroe…). Y luego está el asunto de la belleza, que siempre me ha perturbado mucho». ¿Es un monólogo?
Sí. ¿Habla con el público? También. ¿Se inspira en sus propias experiencias? En parte ¿Requiere esfuerzo físico? Mucho.
Quizá, apelar a su gran referente teatral, Angélica Liddell, Premio Nacional de Literatura Dramática en 2012, puede ilustrar qué es lo que Ana Rujas aspira a entregar sobre el escenario. «Desde que la vi en directo, en la adolescencia, supe que quería hacer algo así en algún momento de mi vida. Con sus libros he reído, he llorado, he dicho ‘¡Dios!... Quiero hacer ese teatro impactante’», asegura la madrileña sobre la representación de La casa de la fuerza que vio en 2009, en las naves del Matadero. Así resumía Liddell su propia creación, en la que se autolesionaba ante el público: «He intentado buscarle un sentido a la vida, había que salir del jodido túnel. La vida, ese lugar donde no vamos a dejar más rastro que el de una oruga aplastada en un camino, y aún así el amor fracasa, la inteligencia fracasa, y nos destrozamos los unos a los otros, por cobardía, y humillamos y somos humillados, hasta el final».
Los inicios de Ana Rujas, sin embargo, nada tienen que ver con la intensidad del posdramatismo ni del arte y ensayo. Debutó en la actuación por la siempre fértil vía de las series adolescentes, mucho antes de que los éxitos de Élite y Euphoria (Netflix y HBO, respectivamente) se ganaran el respeto del gran público hacia este tipo de ficciones. Fue Vicky, la tía buena (y malísima) del instituto, en Hablan, kantan, mienten (Cuatro, 2008); África, la mejor amiga de la protagonista, en 90-60-90. Diario
secreto de una adolescente (Antena 3, 2009), donde conoció a la actriz Ana Gracia, que le recomendó estudiar interpretación en la escuela de Corazza («Tienes mucho talento, pero eres un caballo desbocado», le dijo); y Virginia en la trepidante y sospechosa Punta Escarlata (Telecinco, 2001). Tardó casi un decenio en hacerse con su primer papel protagónico. «A mí me han dicho que no muchas veces. Ahora me hubiera dado igual, pero escucharlo con 21 años te puede hacer polvo», recuerda.
En la controvertida Diana, la ópera prima de Alejo Moreno estrenada el año pasado, se ponía en la piel de Sofía, una
prostituta de lujo que llevaba al límite a un cliente en un asfixiante juego erótico. «Ha sido un papel fundamental en mi carrera. Porque me empujó a atreverme. La película no es tan fuerte, pero la preparación sí que exigió mucho de mí. Me costó no juzgar al personaje, no juzgar la prostitución asumida. Ahí me di cuenta de lo mucho que me gustaban ese tipo de papeles, más arriesgados», apunta Rujas. Si en algún momento titubeó, el director no se dio cuenta. «Me sorprendió la facilidad con la que se deja poseer por el personaje. Creo que su intuición era más poderosa de lo que ella misma sabía, y a mí me encantaba alimentar ese duende», asegura Moreno, que la califica como una de las mejores actrices de su generación. «Estoy seguro de que como creadora tiene por delante un camino aún más interesante que solo como intérprete. Posee todo lo necesario: talento, inteligencia, intuición y una pequeña dosis de contradicción... sin todo eso no hay arte».
Cansada de hacer castings y esperar una llamada telefónica para conseguir los papeles que quería interpretar, hace tiempo que Rujas decidió crearlos ella misma. La mujer más fea del mundo (producida por La Otra Bestia, su sello personal) es tan solo un peldaño más de una larga escalera de independencia que la actriz, alejada de los cegadores focos de la farándula («Nunca fui muy famosa, pero a veces aún me paran por la calle, y no recuerdan de qué me conocen. Así que les digo que algún día habremos tomado unas cañas juntos»), ha ido trepando por su cuenta. Hace varios años montó una compañía, Beauvoir, con compañeros de la escuela Corazza, para producir (y protagonizar, junto a Ariadne Serrano) la obra Qué sabes tú de mis tristezas, que se estrenó el año pasado en el madrileño teatro Lara. Ha girado por toda España con Muerte en el Nilo, la adaptación teatral de la novela de Agatha Christie. Y está preparando una pieza audiovisual llamada El origen, escrita e interpretada por ella. Probablemente, lo siguiente será la dirección («aunque me da mucho respeto», defiende). «Pienso en producir (a mi manera, que no sé si es la buena o la mala; pero he visto tantas cosas a mi alrededor que me dan ganas de cambiarlo todo, y llamar sobre todo a chavalas jóvenes que merecen una oportunidad), y quiero seguir actuando, que es lo que más me gusta». ¿Se animaría a volver a participar en una gran superproducción televisiva? «¡Desde luego que sí! Si eso sucede, podré llegar a mucha más gente y hacer otras cosas de las que me gustan». La otra bestia, como ven, está que arde