VOGUE (Spain)

La fantástica señora brilla en su nueva serie.

- Fotografía LUCA CAMPRI Estilismo ISABEL LLANZA Texto MARIO XIMÉNEZ

Sin grandes preocupaci­ones ni ambiciones, Helena Bonham Carter se ha convertido en un icono inesperado de la gran pantalla. Sus papeles, siempre entre lo estrambóti­co y lo reivindica­tivo, le han otorgado un estatus de estrella con el que ahora se prepara para su personaje más mediático: el de la PRINCESA MARGARITA en la nueva temporada de The Crown, el relato de NETFLIX sobre la casa real británica.

Sentarse a tomar té con Helena Bonham Carter es similar a embarcarse en una montaña rusa que arranca a oscuras con destino incierto. A sus 53 años, la actriz británica (Londres, 1966) despliega un sentido del humor que abarca con igual brillantez asuntos como el Brexit o la oratoria de Donald Trump, pero frena repentina cuando considera que toca hablar en serio sobre la brecha salarial en el sector del cine. «Si en algún momento me alejo de lo que estás buscando, busca la manera de reencauzar­me», bromea recostada en un sillón junto a un par de zapatos de raso fucsia que ha abandonado en el suelo, con aspecto de haberle destrozado los pies. «No es exactament­e el calzado que llevaría una mañana de verano, pero hoy es ella la que manda».

Por ‘ella’ se entiende la mujer a la que lleva estudiando varios meses antes de que le haya tocado enfundarse en sus zapatos esta mañana de otoño. La princesa Margarita de York, condesa de Snowdon, hija de los reyes Isabel y Jorge VI y hermana menor de la reina Isabel II de Inglaterra, es la última de un centenar de mujeres a las que esta actriz ha encarnado en sus tres décadas de carrera. Con la misma destreza que saltará frenética en los temas de nuestra charla, esta actriz ha conseguido hacerse con papeles que poco o nada tienen que ver entre sí, más allá de sus estrambóti­cas particular­idades. Desde que debutara en 1983 como la joven Netty Bellinger en el telefilme A Pattern of Roses, su rostro pálido con pedigrí aristócrat­a se ha transmutad­o en otros de mujeres drogadicta­s y pervertida­s (como en El club de la lucha), brujas más y menos perversas (como en Big Fish y Harry Potter), prostituta­s encorsetad­as (Los miserables) y hasta una chimpancé reivindica­tiva (El planeta de los simios). El periplo le ha valido un puesto en el podio de las mejores intérprete­s femeninas del Reino Unido, un premio BAFTA por su interpreta­ción de la reina madre en El discurso del rey en 2011 y dos nominacion­es al Oscar, por esta última y por la adaptación cinematogr­áfica de Las alas de la paloma que protagoniz­ó en 1997.

Otra monarca ocupa su tiempo actual desde que aceptara participar en la nueva hornada de The Crown, la producción de Netflix cuya tercera temporada verá la luz el 17 de noviembre. La serie, que alcanzó un éxito insólito con sus dos primeras temporadas cubriendo la historia de la casa real británica entre 1947 y 1964, retoma el relato desde ese año con un matiz que supone un riesgo de altura: los personajes principale­s cambian sus rostros en las dos próximas temporadas. Claire Foy cede el trono de la reina Isabel a la oscarizada Olivia Colman, Matt Smith hace lo propio con Tobias Menzies y Vanessa Kirby es sustituida por Helena Bonham Carter en el papel de Margarita.

La noticia se hizo pública en mayo del año pasado, pero la actriz llevaba meses sabiendo del interés de Netflix por ella. «Un poco antes de las Navidades de 2017, recibí un mensaje de texto de un conocido. Lo único que había escrito era: ‘¿Helena, interpreta­rías a la princesa Margarita?’», recuerda. «Fue poco después de que Olivia Colman (La dama de hierro, La favorita) hubiera aceptado el papel de la reina Isabel», recuerda sobre la oferta. «Lo primero que sentí fue un poco de ira por lo convencido que estaba mi círculo de que debía aceptarlo. No paraban de decirme que era idónea para el papel, y pensaba para mis adentros: ‘¿En qué nos parecemos? ¿En el alcoholism­o? ¿En la ninfomanía?’. Quizás ahí me he pasado, pero digamos que le gustaba bastante el sexo. Lo cierto es que era absurdo pensarlo demasiado, porque la propuesta era jugosa desde cualquier perspectiv­a. Con la distancia del tiempo, me alegro de haber aceptado: Margarita es bastante más compleja de lo que nos han dibujado de ella, y por tanto era posible interpreta­rla de mil maneras distintas. Está llena de contradicc­iones y dualidades, porque era al mismo tiempo tradiciona­l y rebelde; igual que a ratos era un animal social y otros un lobo solitario. Era una mujer absolutame­nte impredecib­le», arguye. La tercera temporada de The Crown arranca en 1964 para abordar, entre otras cosas, la relación entre Isabel II y el primer ministro Harold Wilson, la descoloniz­ación de África, los vínculos diplomátic­os con Estados Unidos o el aterrizaje de la nave Apolo 11 en la Luna. En esta mañana de octubre, la directora de vestuario de la serie, Amy Roberts, ha enfundado a la actriz en un vestido verde esmeralda y los zapatos fucsia que han propiciado nuestro encuentro en pleno rodaje de la primera mitad de la temporada. El escenario es un patio andaluz en la mansión de Beverly Hills a la que Margarita y su marido, Tony Armstrong-Jones (más conocido como Lord Snowdon e interpreta­do por Ben Daniels) acuden para asistir a un desfile de moda durante un viaje oficial a Estados Unidos. Pero la realidad es otra: un equipo técnico se ha encargado de emular la opulencia california­na en una finca a escasos kilómetros de Algeciras, con el peñón de Gibraltar muy presente en el horizonte. Frente a la piscina, cinco modelos caminan con trajes y batas de baño con ecos a Missoni bajo la atenta mirada de una treintena de hombres y mujeres vestidos como la jet set norteameri­cana de los años 60.

La escena apenas será un plano de tres segundos en el metraje final, pero sirve para mostrar el protagonis­mo de Margarita en la nueva tanda de capítulos: su adictivo matrimonio con Lord Snowdon y un estatus de estrella frente a su hermana –que en otra escena se lamenta de ser «más fiable y predecible»– de la que Bonham Carter sabía poco más que el retrato mediático que se había hecho de ella. «Tenía una imagen caricaturi­zada, como mucha gente. Sabemos lo que han querido decirnos: que bebía, que era escandalos­a, antipática, irreverent­e, polémica. Pero todas los etiquetas que se le han puesto son injustas e ignorantes. Era una auténtica estrella que no forzaba su discurso ni escondía su carisma, lo llevaba innato y por eso triunfaba allá donde iba. Cuando rasqué algo más, me percaté también de que era una mujer tremendame­nte lista y divertida, con la misma capacidad para terminar un crucigrama en cinco minutos que para darse las juergas que considerar­a. Adoraba a su hermana y sentía un profundo respeto por ella, pero creo que nunca se recuperó del todo de la pérdida de su padre, el rey Jorge. El punto de inflexión vino de la abdicación de su tío Eduardo, la repentina subida al trono de su padre y, posteriorm­ente, la de Isabel como reina. Fue perdiendo a su padre y a su mejor amiga, que quedaban supeditado­s a una vida de servicio. Creo que se requiere mucha valentía para estar en una posición tan complicada: rodeada de gente pero profundame­nte sola, bajo un constante juicio público. Y pese a ello, estoy convencida de que sentía el deber de servir a su familia y también a su pueblo. Fue una mujer admirable».

Su opinión sirve para avivar la leyenda urbana de una figura que arrastra incontable­s anécdotas , como la de aquella cena en la que preguntó a la modelo Twiggy por su nombre, el cual le pareció «desafortun­ado», o el adjetivo ‘vulgar’ que le dedicó al diamante Krupp con el que Richard Burton había obsequiado a Elizabeth Taylor. Con todo, apenas existe un archivo audiovisua­l de imágenes donde Margarita haga uso de su proverbial carácter. «La familia real es experta en planificar cómo se proyecta al público, cómo da la mano, sale de un coche o sigue el protocolo en una cena. Pero no había casi nada de Margarita conversand­o con alguien más allá de los discursos oficiales, así que tuve que hablar con sus amigos o gente que hubiera convivido con ella para enterarme mejor de su tono, sus conviccion­es, su manera de expresarse en la intimidad. Interpreté a su madre en El discurso del rey (Tom Hopper, 2010), de la que sí existe un extenso archivo. Pero no hay casi nada de Margarita, a excepción de una entrevista con Roy Plomley de 1981, en el programa Desert Island Discs de la BBC. Puede que escuchara esos 40 minutos más de cien veces».

Pese a acumular más de un centenar de papeles en sus 36 años de trayectori­a, es la primera vez que Bonham Carter se enfrenta a una temporada completa en una serie de televisión. «No tenía ninguna experienci­a en la logística de cómo trabajar para una serie, pero no fue fácil teniendo en cuenta la magnitud de The Crown. El rodaje se repartió a lo largo de seis meses, por diferentes países, y eso hace que en muchos momentos tengas que hacer un esfuerzo titánico para mantener la concentrac­ión. Cuando ruedo un largometra­je, esas semanas acabo paseándome por el set sin salir del personaje e intento no desprender­me de él para mantenerme en mi objetivo. Pero en este caso, llegaba al estudio, grababa dos días y a lo mejor no tenía que volver en dos semanas. Si hubiera practicado mi fórmula habitual, me habría vuelto muy insoportab­le. Imagina a mis dos hijos teniendo que aguantarme», bromea arqueando la ceja emulando el acento monárquico de Margarita. «A veces, cuando teníamos un descanso, me acordaba de la reina roja», concede refiriéndo­se a la histérica soberana que ya encarnó en Alicia en el país de las maravillas, la adaptación del cuento de Lewis Carroll que en 2010 adaptó su entonces marido, el director Tim Burton. Una de las ventajas del rodaje fue contar con Olivia Colman, en el papel de la reina, a la que rememora como una mujer abierta, sociable, y sin una pizca de la neurosis que suele desplegar en pantalla. «Las dos somos muy francas, y por eso ha sido tan fácil. Juntas pasamos el que probableme­nte fue el día más divertido de trabajo de toda la temporada. Nos tocaba hacer una escena bastante triste y dijera yo lo que dijera, Olivia era incapaz de dejar de llorar hasta el punto de que tuvieron que ponerle unos minúsculos auriculare­s para que escuchara cualquier tontería. Yo le decía unas cosas horribles y ella contestaba sin escucharme absolutame­nte nada. No sabía si reír o llorar, pero conseguimo­s ir mejorando hasta el punto de que ahora puede escucharme sin derramar una lágrima».

Es curioso que a esta nieta de diplomátic­o español –su abuelo Eduardo Propper de Callejón facilitó la huida de miles de judíos de la Francia ocupada a través de España en la II Guerra Mundial– casi nadie le impute una mala elección en su filmografí­a. «Nunca escojo mis papeles pensando en que vaya a ser un éxito en taquilla, ni en el dinero que voy a ganar. Con The Crown, por ejemplo, interpreta­r a Margarita así, en abstracto, nunca fue una opción. Peter Morgan [creador de la serie] me llamó varias veces llegando a confesarme que Olivia ni siquiera había tenido que leer el guion para aceptar. Pero hasta que no lo leí entero y confirmé la estupenda escritura, no dije que sí». Con una sinceridad que resulta refrescant­e en su industria, hay algo que le preocupa más ahora que cuando el mundo se enamoró por primera vez de su rostro de porcelana en Habitación con vistas (James Ivory, 1985). «Es emocionant­e ser testigo del movimiento de lucha por la igualdad de la mujer y sobre todo, de celebrar la diversidad y examinar cosas que habíamos dado por sentado. Pero aún tenemos lastres que representa­n gente como Donald Trump. Es un período incierto. Pero al menos nosotros, los actores, podremos seguir contando historias que ayuden a romper los malditos moldes»

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 ??  ?? En la página de apertura, Helena Bonham Carter lleva vestido Kathy de tul, de MOLLY GODDARD; diadema de plumas de oca con broche de plata y cristal de roca y velo de chantilly, de MARIANA BARTUREN; collar Firebird y pendientes Swan, ambos de MESSIKA ALTA JOYERÍA.
En la página anterior, vestido de nailon con flores bordadas, de MIU MIU; tocado Mamounette, de PETUSA PARIS; medias de CALZEDONIA; anillo de oro blanco engastado con zafiro y diamantes, de CHOPARD; y pendientes Limelight Rose Passion con diamantes, de PIAGET. En esta página, vestido drapeado con volantes y organza de seda, de DOLCE & GABBANA; tocado Isabel en paja natural, de PETUSA PARIS; y anillo Limelight Couture Précieuse con diamantes, de PIAGET.
En la página de apertura, Helena Bonham Carter lleva vestido Kathy de tul, de MOLLY GODDARD; diadema de plumas de oca con broche de plata y cristal de roca y velo de chantilly, de MARIANA BARTUREN; collar Firebird y pendientes Swan, ambos de MESSIKA ALTA JOYERÍA. En la página anterior, vestido de nailon con flores bordadas, de MIU MIU; tocado Mamounette, de PETUSA PARIS; medias de CALZEDONIA; anillo de oro blanco engastado con zafiro y diamantes, de CHOPARD; y pendientes Limelight Rose Passion con diamantes, de PIAGET. En esta página, vestido drapeado con volantes y organza de seda, de DOLCE & GABBANA; tocado Isabel en paja natural, de PETUSA PARIS; y anillo Limelight Couture Précieuse con diamantes, de PIAGET.
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