VOGUE (Spain)

La otra gran pasión del maquillado­r Dick Page: la cocina.

- CELIA ELLENBERG

Cuando no está imaginando un maquillaje en las bambalinas de los desfiles de Marni o Michael Kors, el británico DICK PAGE disfruta de su otra gran pasión:

la cocina. A través de sus redes sociales comparte algunas de las recetas más exitosas. Las cocina en su casa de Nueva York para unos invitados de excepción: sus mejores amigos en la industria de la moda.

El nombre de Dick Page puede trasladar inmediatam­ente al espectador al minimalism­o chic de los noventa. Sus maquillaje­s más populares –piel reluciente, labios desvaídos y párpados brillantes, untados con vaselina– hicieron furor en los backstages. Desde Helmut Lang a Calvin Klein. Y apuntalaro­n la categoría de supermodel­os de Kate Moss y Christy Turlington. «Siento que estoy vivo», dice el maquillado­r sobre el toque humano que se palpa en todas sus aventuras creativas, desde la silla de maquillaje a la cocina.

Las cosas han cambiado. El Instagram de Dick Page (@dickpagefa­ce) ya no solo acumula seguidores que buscan saber qué se cuece en las bambalinas del desfile de otoño de Proenza Schouler. A los recién llegados se les hace la boca agua con las fotografía­s de ricas carnes y pescados con guarnición. Como lo haría un delineado borroso, que acaba por definir completame­nte la mirada, estos platos no parecen haberse desarrolla­do sin ninguna técnica preestable­cida. Y la gente que lo acompaña en la mesa representa el quién es quién de la industria en la que trabaja, que no dudan en acercarse al loft que el maquillado­r comparte con su marido [el escritor James Gibbs] y sus dos perros [Raggio y Ralph] en el SoHo neoyorquin­o.

«¿Qué hace esta noche, señor Page?», le pregunta la diseñadora chilena Maria Cornejo, una habitual de esas reuniones,

una tarde del pasado verano. Precisamen­te, Page está enfrascado en la elaboració­n de un bacalao relleno al horno, que posteriorm­ente decorará con grosellas frescas. También hay una retahíla de remolachas amarillas cocinadas en una olla a presión y aliñadas con melaza de dátiles, limón en conserva y diversas especias. También hay un bol de cerámica con pepinos misozuke, una receta tradiciona­l japonesa para hacer verduras encurtidas en una pasta de miso y mirin. «¿Qué hago con esto?», pregunta el estilista Paul Cavaco, mirando hacia tres bulbos de ajo pochados en aceite de oliva y una ramita de laurel que hay en la mesa. «Pica bien un diente de ajo y extiéndelo sobre el pan», explica Page, pasándole unos cuantos pequeños tenedores, alguno de los cuales robó durante un puñado de viajes que hizo en el extinto Concorde, el único medio de transporte que la industria de la moda admitía, en sus años dorados, entre París y Nueva York.

Page lleva años recopiland­o inspiracio­nes para los fogones. Hay todo tipo de influencia­s, las de su infancia, que pasó a las afueras de Bristol, en Reino Unido; las de sus veinte años viajando a Tokio, cuando trabajaba para Shiseido; las de los libros de cocina que venera: The Complete Nose to Tail (ed. Bloomsbury), del reputado chef Fergus Henderson, o Couscous and Other Good Food from Morocco (Harper Collins), publicado por la especialis­ta Paula Wolfert. «Solo me gusta ver fotos de comida en el Instagram de Dick», admite Cavaco, en un momento de la cena en la que hablan sobre sus próximos viajes y el éxito cultural de Nueva York. El éxito de Page en la red social se ha fraguado tanto por la pasión que muestra en cada captura, según apunta el peluquero Serge Normant, como por la aparente sencillez que hay en todo lo que hace. «Es capaz de maquillar en dos segundos», añade Normant, «y queda increíble. Lo mismo le pasa con la comida».

«Me gusta darle la vuelta a las cosas», interviene Page. Y a la pregunta de si ha inspirado a alguien de los reunidos a ponerse un delantal, salta la risa de Cornejo: «¿Estás de broma? Lo único que queremos es que nos vuelva a invitar»

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