DRESS CODE ANA GARCÍA–SIÑERIZ ABAJO CON EL UNIFORME
En cien años, todos calvos. Y en la moda, en un siglo, hemos pasado de aguardar la llegada del buhonero a comprar en un clic. Nuestra sincopada economía, basada en el consumo, se encuentra en estado de permanente evolución, a golpe de tecnología y de corporación. De aquellos buhoneros que aterrizaban en los pueblos, cargados de piezas de tela, cintas y abalorios, para que las damas se confeccionaran un vestido de diario y otro para las fiestas de guardar, inspirándose en los dibujos de los modelos de París que llegaban en las revistas de modas (sí, sí, Vogue) hemos pasado en poco más de cien años al «lo quiero, lo tengo». Compramos en la soledad de nuestra casa, desde un dispositivo del tamaño de una tarjeta de crédito, sin que un solo billete cambie de manos. Y recibimos, en el mismo lugar, un artículo que estará fabricado en China, almacenado en Ámsterdam y distribuido desde un inmenso centro logístico a las afueras de Cuenca.
Conformamos, querámoslo o no, un inmenso mercado en el que las tendencias y los artículos son idénticos. Una adolescente de Groenlandia suspira por las mismas zapatillas que una de Ohio –esperemos que solo suspiren–. La uniformización se ha impuesto sin necesidad de coacción. Ni Mao en sus mejores sueños habría imaginado que varias décadas después, y en el mundo entero –el planeta, el universo– la dictadura
de la globalización impondría un uniforme común al 99,9% de la población. Un día de verano, en cualquier ciudad costera del mundo, es un festival de shorts, chanclas y camisetas. Un día lluvioso en cualquier ciudad del mundo es un paisaje melancólico de personas embutidas en largos anoraks acolchados de color negro o azul marino, bajo los que asoman unos pantalones oscuros rematados con unos botines negros. No ha hecho falta que la China comunista nos obligara a seguir un código vestimentario, nos lo hemos impuesto nosotros solos a resultas de la uniformización de la oferta, de la demanda del mercado, de lo práctico y lo económico. Pero si hemos de suspirar, hagámoslo por prendas coloridas, por sandalias inverosímiles, por tocados locos, por piezas únicas y originales. Salgamos de nuestra pequeña cárcel de comodidad y distribución masiva. Que la moda triunfe, miremos hacia la independencia y la libertad de vestimenta, y dejemos el uniforme para la vuelta al cole, nada más