CARTA DE LA DIRECTORA
Estos días, paso mucho tiempo en el balcón. La cuarentena me ha pillado en la única de las casas en las que he vivido en Madrid que dispone de uno; casualidad que agradezco a diario, así como la amplitud de miras que me ofrece el patio de colegio que ocupa toda la manzana frente a mi edificio. Esas canchas vacías se han convertido en el punto de fuga de mis preocupaciones, en el decorado de fondo de infinitas conversaciones telefónicas y también en una de las imágenes que este tiempo dejará en mi memoria. Cada tarde, dos religiosas confinadas en el recinto-convento salen a estirar las piernas por el vasto y desierto recreo. Circulan despacio, separadas por más de un metro, mientras los pájaros se apoderan de un espacio auditivo habitualmente ocupado por coches y niños. No es el único momento en el que veo a las monjas ya que las saludamos todos los días después de aplaudir a los trabajadores sanitarios hasta que nos duelen las manos.
Cuando sea posible, me gustaría cruzar la calle para explicarles cómo me ha confortado verlas pasear por el campo de fútbol de cemento y, en un mundo ideal, darles un abrazo. No sé vosotros pero yo nunca había tenido tantas ganas de abrazar. De abrazar a mi familia y amigos, por supuesto. Pero también de abrazar a esos compañeros a los que veo a través de una pantalla en reuniones de trabajo, a los enfermos aislados en una habitación o en un hospital, a los que cuidan de ellos y a los que han perdido a un ser querido sin poder despedirse. Una de las pocas certezas que hoy tenemos es que el alejamiento nos ha acercado como nunca a los demás. Y a ese sentimiento hemos querido dedicar este número de mayo, tan insólito como las circunstancias en las que ha sido creado. Una revista que, además, forma parte de otro proyecto extraordinario. Este mes cada una de las seis cabeceras de Condé Nast España apuesta por un valor de este momento bajo un lema compartido: «Soñamos Juntos». Una manera de abrazarnos en la distancia también con el resto de nuestros títulos hermanos.
La excepcionalidad empieza con una portada que, por primera vez en los 32 años de historia de Vogue España, no es una fotografía sino una ilustración. Un dibujo de Ignasi Monreal que captura de forma exquisita lo que nos gustaría que fuera este número: un reflejo del momento que vivimos, pero también una invitación al optimismo y a la esperanza. Y una celebración de la belleza de los vínculos que hemos fortalecido estando separados: ya sea entre empresas, entre padres e hijos o entre pacientes y cuidadores. En estas páginas, que tal vez estás disfrutando en formato digital, la creatividad de la fotografía de moda convive con el relato literario de la experiencia del encierro y con el análisis del impacto de este punto de inflexión en la industria del vestir. Son distintas maneras de recoger tan históricos acontecimientos y todas caben dentro del universo Vogue. Expresiones artísticas y periodísticas con las que hemos tratado de combinar información, entretenimiento, solaz e inspiración. Ideadas y creadas al tiempo que buscábamos una forma completamente nueva de trabajar y lidiábamos con las circunstancias más adversas que ninguno de nosotros ha conocido. Nuestro equipo -como cualquier otro grupo humano estos días- ha sufrido los estragos de la enfermedad, ya sea propia o de los seres más queridos, y no puedo estar más agradecida por su entrega y su resistencia ante cada obstáculo.
Diréis que estoy obsesionada con los balcones, ya que son también el tema que la ilustradora Malika Favre emplea para hablar del liderazgo de la solidaridad en la cubierta del suplemento Vogue Business. Aquí la mirada tiene un sentido inverso y va de dentro a fuera para captar esos lazos que establecemos con unos vecinos de los que, tal vez, sabíamos demasiado poco. Pero estamos juntos en esto y, de hecho, siempre lo hemos estado. Así que comportémonos como si la historia nos mirara, porque lo está haciendo. La escritora india Arundhati Roy habla de esta pandemia como un portal hacia un nuevo mundo hasta afirmar que «nada podría ser peor que volver a la normalidad». Y por qué no utilizar nuestros balcones como puerta de entrada hacia una sociedad más solidaria, más unida, más compasiva y más cercana. Nada mejor que hacerlo con el amor que hay implícito en cualquier abrazo. Incluso en aquel que no puedes dar