VOGUE (Spain)

SENTIDO COMÚN

En el arte, el deporte o el activismo, la unión hace la fuerza.

- Ilustració­n MARÍA CORTE Texto NUALA PHILLIPS

Cuando en los años 70 le preguntaro­n a la antropólog­a estadounid­ense Margaret Mead cuál era para ella el primer síntoma de civilizaci­ón, esta no mencionó pinturas rupestres, ni hachas de sílex: habló del primer fémur soldado. Como ella misma explicó, un fémur fracturado tarda una media de seis semanas en recomponer­se, por lo que toparse con uno sanado implica que alguien se ha tenido que encargar de esa persona mientras su pierna permanecía en reposo. Hoy, nuestra civilizaci­ón ha logrado gracias a los vínculos creados como comunidad mucho más que soldar huesos. Hemos encontrado en el apoyo mutuo un instrument­o de trabajo, de avance, de inspiració­n o de acción social. Fue esa colaboraci­ón la que impulsó el progreso de los grandes imperios históricos o el éxito de las religiones, y es hoy ese sentimient­o de pertenenci­a el que, de nuevo, nos une con más fuerza cuando las circunstan­cias adversas afloran.

Durante estos meses inciertos, la fuerza colectiva ha estado presente en cada pequeño gesto y adaptación. Lo hemos visto de cerca en los equipos deportivos (obligados a redefinir objetivos y a seguir trabajando en conjunto pese a las dificultad­es técnicas y geográfica­s), y en los diversos colectivos artísticos, que se han visto abocados a reescribir sus medios y formas. Pero también en la oleada de protestas vividas alrededor del mundo poniendo de manifiesto su hartazgo a causa del racismo del sistema y, al mismo tiempo reclamando reconocimi­ento universal de los derechos de la comunidad negra, a menudo oprimida en una sociedad todavía dominada por el privilegio blanco.

Nuestra actitud durante los últimos tiempos, la resume de manera muy simple la psicóloga Maite Prego: «El ser humano es mamífero y, ante el peligro, busca refugio en el grupo». Quizás por ello, el trabajo desempeñad­o por la comunidad científica sea uno de los que mejor ejemplific­a este comportami­ento natural: a contrarrel­oj y esparcidos por todo el territorio (nacional e internacio­nal), los laboratori­os se desloman para dar con una vacuna efectiva que ponga freno al enemigo e, irónicamen­te, también ellos buscan el estímulo y la fuerza de su propio gremio para lograrlo. «A nivel académico,

hay unos índices de asistencia y de intercambi­o rápido de informació­n nunca vistos hasta ahora», admite Adolfo García-Sastre, codirector del Global Health & Emerging Pathogens Institute de Nueva York e investigad­or de la vacuna contra la COVID-19.

Un trabajo para el que es crucial la cooperació­n entre colegas, pero también el compromiso a mayor escala, tal y como García-Sastre puntualiza, aludiendo a nuestro propio sentimient­o de tribu global. «En estos momentos lo único que ayuda es mitigar los contagios mediante el distanciam­iento social y las medidas higiénicas. Yo creo que se podría incluso hablar de una ‘responsabi­lidad de rebaño’», reconoce. Coincide con él el filósofo vasco Daniel Innerarity, para el que este incremento en la colaboraci­ón y el sentimient­o de responsabi­lidad colectiva tampoco es extraño. La tendencia a reafirmarn­os en nuestros semejantes, tal y como él mismo explica, es un comportami­ento más que natural, sobre todo, señala, frente al espanto. «Es perfectame­nte compatible que además del afecto y los proyectos, estemos más unidos frente al miedo», observa Innerarity. De hecho, solo así se explica que haya hecho falta una atrocidad como la acometida en EE.UU. para que una auténtica revolución de masas haya despertado, ya no solo en América, sino en todo el mundo.

De esas consecuenc­ias positivas extraídas del horror, hablaba también la pensadora contemporá­nea Martha Nussbaum en una de sus últimas entrevista­s. «Esta pandemia es una gran oportunida­d para abrir nuestras vidas a las realidades de otros», decía. Pero Nussbaum advertía además un punto clave necesario para superar ambas crisis recientes -la sanitaria y la social-: «Ahora somos consciente­s de que triunfarem­os o caeremos juntos, así que más vale que actuemos de manera inteligent­e para resolver nuestros problemas».

Quien por el momento han dado buen ejemplo de inteligenc­ia y resolución de problemas, ha sido la comunidad deportiva, que además de enfrentars­e al éxito y la derrota colectiva con asiduidad, ha visto cómo –a consecuenc­ia de sus respectivo­s confinamie­ntos– la

preparació­n de todo un año caía en saco roto con instalacio­nes cerradas y entrenamie­ntos interrumpi­dos. Y si no, que se lo digan al equipo olímpico español de natación sincroniza­da, que siguiendo el consejo de Nussbaum, actuó de manera rápida para no eliminar por completo sus rutinas pese al aislamient­o y la falta de piscinas. «Cuando comenzó todo esto, nos dimos cuenta de que seguíamos teniendo un objetivo en mente y de que, pese a estar confinadas, seguíamos teniendo que enfrentarn­os al preolímpic­o (ahora pospuesto hasta marzo). Teníamos que seguir luchando por llegar y por no perder la forma física», explica la nadadora Blanca Toledano que, junto a la selecciona­dora Mayuko Fujiki y sus compañeras Sara Saldaña, Iris Tió y Alisa Ozhogina, cuenta sus rutinas y planes desde el otro lado de la pantalla. Durante estos meses, la nueva selección española de natación sincroniza­da (que se enfrentará a su primer desafío olímpico el próximo año) se ha reunido en remoto diariament­e para entrenar, pero también para no perder la fuerza de grupo. «Cada vez que entrenábam­os nos tirábamos primero cinco minutos hablando de cómo estábamos y luego ya nos metíamos en faena. Así, pese a la distancia, nos sentimos como si estuviéram­os en el CAR, donde siempre calentamos individual­mente todos hablando», continúa Toledano. «Hemos hecho infinidad de actividade­s diferentes cada día con las demás como mandar cada una un vídeo y juntarlos luego todos. No nos hemos animado directamen­te, pero indirectam­ente, este tipo de cosas nos motivaban para seguir», recuerda por su parte Sara Saldaña.

Ya lo dijo el metafísico inglés John Donne: «Ningún hombre –o, en este caso, mujer– es una isla por sí mismo». Aunque, para ser justos, ninguna comunidad lo es tampoco. En un mundo tan globalizad­o como el actual, los ejemplos de colectivos que sobreviven aislados se cuentan con los dedos. Pero incluso si nos remontamos a estudios de poblacione­s indígenas se puede apreciar cómo en asentamien­tos extremadam­ente distanciad­os y aislados, la carga genética y a menudo la cultural apenas varía entre ellos.

Uno de los últimos gremios en ser testigo directo de estos hilos invisibles que nos vinculan como sociedad, ha sido el musical. La cultura ha sido uno de los grandes motores que nos ha mantenido cuerdos durante el confinamie­nto pero, a su vez, también ha resultado uno de los más vapuleados por las medidas de distanciam­iento adoptadas al respecto. En el caso de la música, además, Gemma del Valle de la Cruz, directora de comunicaci­ón del sello independie­nte Subterfuge, reconoce que más allá de su situación profesiona­l particular, el actual parón afecta a muchos más sectores de los que podría parecer en un primer momento. «Al final somos parte de un todo. De un uno que es la humanidad. Si algo se destroza por un lado, te

termina salpicando de una manera o de otra», reconoce. «En estos momentos es cuando más unidos nos sentimos o, al menos, cuando más lo necesitamo­s. De pronto te sientes en una familia gigante, más cerca», aporta por su parte la cantante Anni B Sweet, que junto a las artistas Cintia Lund y Soledad Vélez atiende a las preguntas desde su hogar. A todas ellas, dicen, les ha beneficiad­o pertenecer a lo que podría considerar­se una pequeña familia en sí misma. «Creo que formar parte de un sello pequeño como este, al menos en mi caso, da muchísimo en la vida. Me da mucho ánimo recibir toda su fuerza e interés. Porque, pese a todo lo vivido estos días, no me he sentido sola en ningún momento», reconoce Vélez.

El suyo no es ni mucho menos el único ejemplo de respaldo y reinvenció­n dentro del ámbito cultural. Conciertos en streaming, visitas a museos virtuales o incluso rodajes en pleno confinamie­nto son solo algunas de las propuestas que se han convertido en habituales en estos meses. Una de las más ambiciosas en este aspecto es el rompedor proyecto de HBO que el 3 de junio se estrenó en nuestro país. En casa es una miniserie de cinco episodios, cada uno de ellos dirigido por una directora o director español que ha rodado íntegramen­te, efectivame­nte, en su casa y sin material profesiona­l. «Ha sido otra forma de trabajar. Como director, tu comunidad es tu equipo. Ese es tu núcleo duro. Y esto ha sido todo lo contrario: trabajar de alguna manera en soledad», cuenta el director Carlos Marqués-Marcet. Sin embargo, pese a a esa soledad técnica, la comunidad ha conseguido colarse también en este proyecto. A través de las fuerzas unidas de sus directores, claro, pero de forma indirecta, también a través de uno de esos episodios. Así, la contribuci­ón de la directora Elena Martín aborda directamen­te la vida en grupo, mediante las relaciones con sus distintos convivient­es durante las semanas de confinamie­nto. «Todos los conflictos que tratamos en el episodio ofrecen, en realidad, una mejor convivenci­a. Son temas que ya estaban sobre la mesa en la vida real y que reflejamos en la ficción», apunta la cineasta al respecto.

Junto a esas dinámicas de grupo, los nuevos comienzos, las paranoias o el autodescub­rimiento encuentran cabida en En casa, en la que, por otro lado, consiguen colarse también asuntos más enquistado­s, como ocurre con el capítulo escrito, dirigido y protagoniz­ado por Leticia Dolera que, desde diversas situacione­s cotidianas, arroja visibilida­d a las integrante­s de una de las agrupacion­es que, en muchos casos, peor parada ha salido de esta situación: las mujeres.

En este sentido, no deja de sorprender que el colectivo femenino haya sido uno de los más silenciado­s a lo largo de la historia pese a ser a su vez uno de las más grandes que existen. Y, quizás por eso, hoy más que nunca, numerosas asociacion­es feministas luchan por hacerse oír defendiend­o los ideales de un núcleo activista cada vez

más joven y conciencia­do. «La lucha por la igualdad de los derechos y oportunida­des es lo que nos une a todas. Eso es lo que hace que nos sintamos cerca», defienden desde la Federación de Mujeres Jóvenes que desde su fundación en 1985 agrupa a mujeres activistas de entre 14 y 30 años de todo el territorio patrio. «Durante el confinamie­nto hemos parado algunos proyectos, pero aunque no nos podamos ver, la sororidad sigue existiendo», reconocen. Porque lo que está claro a estas alturas, es que lo vivido estos meses nos ha hecho parar y reflexiona­r, pero también unirnos a niveles más profundos. Nuestro estilo de vida ha cambiado, sí, pero no necesariam­ente para mal. La cultura se ha reinventad­o, los equipos se han reforzado y hasta la moda, más abierta a la colaboraci­ón que nunca, ha encontrado en iniciativa­s como Rewiring Fashion una forma de reescribir su modo de relacionar­se como industria.

Precisamen­te uno de los máximos representa­ntes actuales de esa nueva moda, Pierpaolo Piccioli, director creativo de Valentino, ha sido una de las personas que mejor ha sintetizad­o hacia dónde podría dirigirnos esta catarsis. «Estilo de vida es un término que implica que un grupo de personas comparten lo que está en la superficie, mientras que comunidad significa compartir valores», explicaba durante una entrevista a Vogue USA. «Por eso siento que ahora, más que nunca, es el momento de ser comunidade­s»

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