El tejido DE LA VIDA
Cuando se habla de circularidad en la industria de la moda, es fácil pensar en artículos de segunda mano o en marcas que trabajan con materiales reciclados, pero la verdadera revolución en el sector la protagonizan hoy innovadoras empresas situadas en el
En un clima cultural donde alzar la voz frecuentemente se identifica como un signo de autoridad, Bethany Williams ostentaría un poder blando. La pequeña y tímida diseñadora de 30 años –desinteresada en el brillo y el glamour, y reacia a que la fotografíen– no se ciñe al estereotipo de esta industria. Pero durante un período en el que la moda se ve obligada a reconsiderar su impacto, a medida que la crisis climática se acelera hasta un punto sin retorno y la política de austeridad diezma la financiación de las artes, la creadora está estableciendo un nuevo estándar sobre cómo opera la moda, uno que sitúa la sostenibilidad y la filantropía en su núcleo.
Al crecer en la Isla de Man (en el mar de Irlanda), gran parte de su infancia la pasó como voluntaria con su familia y aprendiendo a coser con su madre, que cortaba patrones e incluso tejía sus propios paños de cocina. «Creo que gran parte de mi personalidad viene de ser de un lugar pequeño y de ese sentido de comunidad que hay», reflexiona. «Si algo malo sucede, todos se involucran». Después de mudarse a Brighton (Inglaterra) para estudiar Bellas Artes, mientras trabajaba en el proyecto social Impact Initiatives, completó una maestría en el London College of Fashion. En su colección de graduación, titulada Breadline (miseria), combinó cajas recicladas de Tesco y materiales de desecho de un banco de alimentos de Vauxhall en el que trabajó como voluntaria para hacer telas. «Siempre me ha encantado la idea de tomar algo descartado, darle algo de tiempo y hacerlo bello, pero no creo que la gente real
mente entendiera lo que estaba haciendo», se ríe. «En realidad, estaba un poco asustada después del máster. Trabajé muy duro, hasta enfermar. Así que trabajé en un pub durante un tiempo. Necesitaba separarme un tiempo». El año pasado Williams se encontró, inesperadamente, en el centro de atención. Después de dejar el pub –tras completar una residencia artística, había estado trabajando allí por las tardes mientras construía su negocio y hacía voluntariado durante el día–, en febrero, organizó su primer desfile de moda y fue galardonada con el Premio Reina Isabel II por la duquesa de Cornwall.
En diciembre, ante una audiencia que incluía a Tom Cruise, Rihanna y Julia Roberts, fue elegida como talento emergente británico de moda masculina en The Fashion Awards. Ciertamente, era un territorio desconocido. «Siento que estoy entre dos mundos, porque en mi día a día estoy trabajando con personas que realmente están luchando y la moda puede ser una burbuja», sonríe Williams, un poco incómoda. «Pero, por otro lado, también se puede usar como una plataforma para amplificar ideas y hacer cambios».
Nunca se había hecho más patente ese sentimiento que durante la presentación de su colección otoño/ invierno 2020-21 el pasado enero enero. Abrió su desfile unisex con un poema escrito para reflejar las experiencias de madres involucradas con The Magpie Project, una organización benéfica de Newham con la que había colaborado y trabajado como voluntariadurante los seis meses anteriores.
En el distrito este de Londres, uno de cada 12 niños no tiene hogar, y se estima que 5.000 familias viven en alojamientos temporales o inestables. A menudo, se trata de familias que carecen de acceso a fondos públicos: no son inmigrantes ilegales, sino personas cuya solicitud de permiso de residencia o condición de refugiado está encallada en la burocracia (según Magpie, el proceso suele durar más de dos años). Durante ese período, las madres reciben hasta 42 libras esterlinas por semana, dependiendo de sus circunstancias, no pueden acudir al Servicio Nacional de Salud y es probable que residan en alojamientos con deficiencias: habitaciones infestadas de ratas, sin puertas adecuadas, extintores o cocinas.
Otras veces, duermen en iglesias o mezquitas, o caminan por las calles con sus hijos hasta que encuentran a alguien que los acoja para pasar la noche. No se les permite trabajar y corren el riesgo de ser reubicadas a cualquier otro punto de la ciudad o el país en cualquier momento. Generalmente, se trata de víctimas de tráfico sexual o doméstico. «Muchas de las personas que acuden a nosotros están increíblemente traumatizadas», explica la fundadora, Jane Williams. «Les preguntamos: ‘¿Cómo llegaste?’ Y responden con una palabra: ‘Camión’».
Es un problema terrible, y está oculto a la vista del público. Magpie se fundó después de que Jane observara la aparente reticencia de estas mujeres a vincularse con un centro infantil local –le dijeron que estaban avergonzadas, que tenían miedo, que no podían pagar la tarifa del autobús para viajar allí. Así que creó un centro de acogida donde los niños podían jugar mientras sus madres buscaban consejos de organizaciones como Shelter, London Black Women’s Project, así como de otras mujeres que habían pasado por las mismas experiencias con las que ellas estaban lidiando. Magpie proporciona pañales y cochecitos, asesoramiento legal, ropa limpia. Pero quizás
lo más importante es que trata a estas madres como seres humanos y no como números sin más. «Intentamos crear un lugar de pertenencia, una especie de espacio seguro de sanación donde hacemos que las personas sientan que importan de nuevo», dice Jane. Sus tasas de éxito han sido asombrosas y, para estas mujeres, mencionar Magpie se ha convertido en una especie de escudo protector.
«Quiero hablar en nombre de estas mujeres a través de la colección», explica Bethany. Su ropa explora la idea de la maternidad a través de piezas envolventes y abrigos hechos a retazos; cintas reutilizadas de los residuos de fábricas de juguetes; las ilustraciones de Melissa Kitty Jarram de madres e hijos impresas o bordadas en chándales suavemente acolchados o vaqueros reciclados... El veinte por ciento de las ganancias irá directamente a Magpie, a la vez que Williams alienta a estas madres a aprender a tejer, a través de un patrón que diseñó con Wool & The Gang, para que puedan donar calcetines (una de las prendas más necesarias y menos donadas para la comunidad de personas sin hogar) al proyecto. Cada decisión que tomó para el desfile tuvo la aprobación de Jane, y docenas de madres de Magpie se sentaron en primera fila. «Bethany ha abierto su foco de atención a personas que nunca podrían contar su historia en este tipo de plataformas. Y es un problema tan oculto que dar a conocer la historia comenzará a cambiar las cosas. Porque no puedes cambiar nada si no sabes que están sucediendo».
La ropa de Bethany también apoya a una gran cantidad de otras iniciativas. Sus piezas de punto se crean a través de Making for Change, un proyecto de capacitación y manufactura de moda establecido en 2014 en la prisión HM Prison Downview. En Reino Unido, alrededor del cinco por ciento de la población carcelaria es mujer. En 2018, el 82 por ciento de sus delitos fueron no violentos, y la tasa de reincidencia de las mujeres que cumplen penas cortas de prisión es del 71 por ciento. «Esas cifras realmente me impactaron», dice Bethany. «Así que quise apoyar algo que diera a las mujeres habilidades y las educara». Más adelante, espera extender su producción de vaqueros al esquema, y contratará a mujeres que se gradúen allí. Asimismo, sus botones se fabrican en el taller Manx para discapacitados de la Isla de Man; su proceso de tejido se realiza en San Patrignano, un centro de rehabilitación de adicciones a largo plazo en Italia; y, casi no hace falta mencionarlo, todos sus materiales son reciclados u orgánicos (desde la tela vaquera hasta las mantas, los sirve una planta de reciclaje en Kent). «Para mí, se trata de cambiar la mentalidad de las personas», afirma Bethany. «Y los programas con los que estamos trabajando cambian la vida de las personas. El poder que te da la posibilidad de hacer algo es asombroso –es empoderador, te hace ver cuáles son tus habilidades– y para el próximo año, quiero que cada etapa de nuestra cadena de producción esté relacionada con una empresa social». La suya es una reinvención radical de cómo la moda se puede usar como una fuerza de cambio. En su caso, sin duda, establece un nuevo estándar para el resto de nosotros