La POLÍTICA de la PISTA de BAILE
De él se ha dicho que es el diseñador que habla a los jóvenes de hoy como Alexander McQueen lo hacía con los de su generación. Pero el talento del escocés CHARLES JEFFREY reside en realidad en saber escuchar a los demás, hasta el punto de haber construido su firma, LOVERBOY, como una auténtica comunión creativa. Igual que en el ‘clubbing’, con él la moda será democrática o no será.
Confiar en el futuro cuando el futuro solo ofrece incertidumbre y abismo requiere de muchas agallas. Y no poca fe. Pero Charles Jeffrey está dispuesto a confiar. «Soy una persona positiva», afirma. El pasado enero, cuando presentó la colección otoño/invierno 2020-2021 de su etiqueta colectiva, Loverboy, proclamaba: «Una generación más vieja, oculta, ha hecho sus cálculos brutales y nosotros hemos heredado su catástrofe. Mientras ellos persisten, nosotros sufrimos las consecuencias, pagando el precio de este sacrificio en sangre». Desde entonces, la rabia y el sentimiento airado expresados en forma de rave pagano se han ido templando, entre ensaladas saludables y tiempo de sobra para la reflexión. Es lo que pasa cuando te quedas a solas, confinado contigo mismo, durante dos meses. «Teníamos muchos planes y mucha energía para llevarlos a cabo. Después de cinco años trabajando, es inevitable pensar en expandirte. Estábamos desarrollando nuevas formas de desfilar y crear productos más interesantes, teníamos un montón de propuestas de colaboraciones, habíamos intensificado el diálogo con clientes y compradores, y, de repente, todo se interrumpió. Esta pandemia nos ha robado mucho de eso. Pero creo que siempre se puede sacar algo bueno de situaciones así y buscar otras soluciones», expone. «También me ha hecho reflexionar sobre lo pequeños que somos, pero la fuerza que tenemos como equipo». 2020 tenía que haber sido el año de Charles Jeffrey/Loverboy. El momento de su gran salto, «de ser la marca y la empresa que queremos». No está todo perdido, porque el joven diseñador escocés (Glasgow, 1991) se maneja en las procelosas aguas del negocio con un ojo –intuición, quizá– que ya quisieran muchos veteranos. «La clave ahora mismo es la localización. La moda, las marcas, deberían operar de forma mucho más cercana. Ese es el futuro. Irse allí o allá para ahorrarte 20 céntimos en la producción no tiene sentido. También creo que el sistema tendría que ser más democrático», dice en un momento de la charla (vía Zoom, cómo no). En su caso, ese viaje de vuelta lo ha llevado a su terruño, donde se provee lo mismo de tejidos que de inspiración. «El cachemir y el punto, que es lo que más vendemos, están confeccionados en telares escoceses, además de los tartanes, que son de la misma hilatura
de Glasglow que los que usaba Alexander McQueen. Para mí es importante no solo fabricar allí, sino invertir en Escocia, honrar sus tradiciones y ese viaje en el que nos hemos involucrado como marca», continúa. Y desgrana el periplo que ha realizado junto a su equipo, de la Escuela de Arte y la Biblioteca Mitchell de su ciudad natal, para empaparse del simbolismo de Margaret Macdonald Mackintosh, al archivo indumentario de Billy Connolly, gloria de la comedia escocesa, pasando por el archipiélago de las Orkney. «Lo más beneficioso de actuar de forma local es que espolea una energía muy auténtica», sentencia.
La cercanía es también el quid de la cuestión sostenible, que Loverboy lleva a gala en su producción, reduciendo la huella de carbono, ahorrando en desechos, utilizando algodón orgánico, evitando procesos químicos y potenciando el reciclado creativo (upcycling). No anteponer el crecimiento económico al bienestar planetario vendría a ser el primer mandamiento de su manifiesto en pro de una práctica de la moda con conciencia, que se extiende a la ética laboral. Por algo la firma se ha hecho fuerte ofreciendo oportunidades a los menos favorecidos por el sistema, en especial el colectivo LGBTI+, originando una red creativa que opera como genuina comunidad. «Por supuesto, las marcas necesitan un líder, alguien con una visión. Pero nuestra forma de trabajar es muy democrática, y siempre nos hemos preocupado por escuchar a los demás», concede el diseñador, que incide en la idea de democracia como otra clave de futuro: «Creo que la COVID-19 va a servir para eso. Por ejemplo, que los espacios que crean las grandes firmas se aprovechen para acoger las propuestas de otras pequeñas e independientes. O que se permita a jóvenes fotógrafos utilizar los recursos de las sesiones que hacen los consagrados. No sé si eso es socialismo, pero me parece perfecto».
A principios de mayo, Loverboy se hacía acreedora de la ayuda del fondo que el British Fashion Council estableció para asistir a las marcas/diseñadores que lo necesitaran durante el cese de negocio por el coronavirus. «Gran Bretaña es genial para la gente creativa, sobre todo en Londres. Siempre ha estado hambrienta de energía joven», dice Jeffrey, que forjó su identidad de adolescente, tras una infancia nómada (su padre era militar), entre las páginas del NME (New Musical Express), los vídeos de The Horrors, los diseños de Christopher Kane y la escena de clubes de la capital británica, donde se plantó a los 18 años para estudiar en la St. Martins. El máster dirigido por la legendaria Louise Wilson se lo pagó organizando la velada que daría nombre a su etiqueta, Loverboy, continuando el legado del Blitz, Taboo, Nag Nag Nag, Boombox o Ponystep, el mismo caldo de cultivo/política nocturna en la que se forjaron Leigh Bowery, John Galliano, Marios Schwab, Henry Holland o Gareth Pugh.
«La pista de baile es un espacio de fertilidad para expresarse, sentirse fabuloso y bien con uno mismo. Por eso, también es un espacio de seguridad y de libertad», reflexiona el que fuera finalista del LVMH Prize y galardonado como British Emerging Talent en 2017. La catártica fisicidad del club es la que podía sentirse en sus desfiles, que ahora intenta trasladar a la presentación de su próxima colección en formato fílmico, vía plataforma digital propiciada por el BFC mientras impere el distanciamiento social. «Es la ocasión perfecta para explorar otras vías. En realidad, Loverboy va más allá de la ropa, que es solo una extensión de lo que somos», concluye. «Esto ha sido una llamada de atención. Y el mensaje está claro: deja de actuar como un capullo»