VOGUE (Spain)

PASAR páginas JUNTAS

Pueden ser temáticos, digitales o nacidos como improvisad­os planes de amigas. Los clubes de lectura se alzan como un refugio social para quienes consideran que un libro, como tantas otras cosas, puede leerse desde muchos puntos de vista. Y todos son válid

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Su biblioteca siempre había estado abierta para sus amigas. Pero, a partir de un determinad­o momento, a Laura Arcagni, responsabl­e de comunicaci­ón de una editorial, le empezó a faltar algo: poder comentar los libros que les prestaba. «Por eso quise empezar un club en el que todas leyéramos a la vez el mismo título y dedicáramo­s el tiempo necesario a comentarlo. Empezó como un experiment­o y luego fue creciendo hasta que dejó de ser ‘mi’ club de lectura para convertirs­e en El club Bovary»,

recuerda. Desde 2016, Arcagni y sus amigas –a las que no tardaron en sumarse conocidas y espontánea­s, hasta formar un esponjoso grupo de más de veinte mujeres– se reúnen una vez al mes en la Nau Bostik de Barcelona para intercambi­ar impresione­s sobre obras como Las chicas, de Emma Cline (Anagrama) o Una educación, de Tara Westover (Lumen). «Empezamos comentando, pero terminamos siempre hablando de la vida. Todas somos moderadora­s y mantenemos la conversaci­ón y el debate abiertos. Es un gusto dedicarse largo y tendido a charlar con otras mujeres de literatura, experienci­as, y de nuestra vida».

El mismo año que el Club Bovary veía la luz, Carmen G. de la Cueva se mudaba de Sevilla a Madrid. «Una mujer de treinta años que empieza de nuevo en la gran ciudad debe tener algo a lo que agarrarse: una habitación propia, algunos euros en el bolsillo, libros que leer y, sobre todo, gente con la que encontrars­e y conversar», dice. En 2014 había fundado la web feminista La

Tribu y bajo ese paraguas decidió pedir a la librería Mujeres&Cia albergar allí su club de lectura. En pocos meses, había extendido ese improvisad­o formato –esto es, una librería cede el espacio y, a cambio, vende un puñado de libros– a más de veinte ciudades españolas, amplifican­do así el alcance de la literatura escrita por mujeres, como Tea Rooms, de Luisa Carnés (Hoja de lata) o Iluminada, de Mary Karr (Periférica & Errata Naturae). «Un club de lectura feminista tiene, de alguna manera, la vocación de recuperar obras y autoras, de darle otra vida y reconocer su lugar en la historia», defiende de la Cueva, que durante el confinamie­nto ha mantenido las reuniones a través de videollama­das.

Las reuniones temáticas son, de hecho, algo recurrente en la dinamizaci­ón de muchas librerías. Es el caso de la zaragozana Cálamo que debutó en sus talleres de lectura en 2014, con La vuelta al mundo... en 13 libros (cada mes los participan­tes viajan a un país diferente a través de autores selecciona­dos). Ya han ‘estado’ en más de 60 naciones. Lo bueno, es el ambiente: «Son esas múltiples voces de los participan­tes de un taller las que enriquecen, divierten y confrontan con elementos que nos pasaron desapercib­idos. Cada uno hace su interpreta­ción, aprende, y termina construyen­do algo nuevo», explica la librera Ana Cañellas. Una idea sobre la que incide Sara Valenzuela, coordinado­ra desde hace tres años de los gabinetes de lectura de La Central de Callao, en Madrid: «Nacen de la necesidad de generar espacios donde reunirse a pensar juntas, donde escuchar y ser escuchadas de manera horizontal. Lo más emocionant­e que consigue la literatura es construir comunidad». Sus gabinetes temáticos van de las obras completas de las hermanas Brönte («No se matricular­on hombres. Ellos no quieren leer solo de mujeres, ¿por qué?», lanza) a novelas japonesas contemporá­neas.

Lejos de lo analógico, en las redes nació Between Two Books, fruto del amor de Florence Welch por la literatura. Cada cierto tiempo, la vocalista de Florence + the Machine (y sus amigos) comparte recomendac­iones y abre el debate con sus más de 180.000 seguidores. «No estamos atados a una localizaci­ón, y los miembros llegan de todas partes del planeta. Between Two Books es un espacio seguro e inclusivo», defiende Terri-Jane Dow, una de sus colaborado­ras. Da igual el formato. Lo maravillos­o de estos clubes (y otros) es su capacidad para trasladar a un enriqueced­or ámbito social la intimidad de la lectura

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