VOGUE (Spain)

Emilia Wickstead, ejemplo de discurso diverso e inclusivo.

Una clientela ilustre y unas ideas sólidas, asentadas en un discurso diverso e inclusivo, sitúan a EMILIA WICKSTEAD como una de las creadoras más interesant­es del panorama actual. Su colección de otoño/invierno 2020-21 conforma una exquisita prueba de su

- SARA HERNANDO

La diversidad y la inclusión no son ajenas a Emilia Wickstead (Auckland, Nueva Zelanda, 1983). Las lleva practicand­o desde 2008, año en que fundó su firma homónima como un negocio de ropa a medida. «Nuestras clientas son el corazón de nuestra marca. Lo eran cuando la creé y lo siguen siendo ahora. Son mujeres que responden a todo tipo de razas, culturas, cuerpos y edades. Yo misma he cambiado en todos estos años. La fundé con 23 y ahora tengo 37. La nuestra es una firma en la que todo el mundo tiene cabida», defiende Wickstead. Los magníficos castings de sus desfiles –en la presentaci­ón de su colección p/v 2021 contó con modelos como Natasha Luwedde, Amal Tobi y Caroline Issa, además de amigas y clientas como Ruth Chapman, cofundador­a de Matchesfas­hion y primera persona que le hizo un pedido como distribuid­ora–, demuestran el compromiso de la diseñadora neozelande­sa con un concepto amplio y heterogéne­o de la mujer, y enlazan con un modelo de negocio poco habitual en la actual industria de la moda. «Cuando fundé Emilia Wickstead, en 2008, nos encontrába­mos ante una profunda crisis económica y me pareció que hacer ropa a medida era la solución más viable para mí. Luego, en 2012, incorporam­os el

prêt-à-porter, pero seguimos con nuestro taller más artesanal, que sigue siendo el ADN de la marca. Es este contacto directo con nuestras clientas, que aún mantengo en la actualidad, lo que me ha permitido conocer de primera mano aquello que las mujeres quieren y buscan en una firma de moda», sostiene.

Estudiante de diseño de moda y

marketing en el instituto Central Saint Martins de Londres, después de cruzar el charco para realizar prácticas en Proenza Schouler, Narciso Rodriguez y Vogue USA (allí fue asistente de André Leon Talley), además de trabajar en Giorgio Armani, también en Nueva York, Emilia Wickstead regresó a Londres para lanzar la firma que lleva su nombre gracias a las 5.000 libras que le prestó su novio (hoy marido y socio). «Hice una pequeña colección que mostré a amigos y familiares en el salón de mi piso. En poco más de un año pudimos alquilar uno mayor, y después un estudio», recuerda la diseñadora que, durante los primeros meses, compaginó este trabajo con el de camarera. La suya, sin embargo, no es una historia de éxito instantáne­o, sino más bien una que se dilata en el tiempo, y donde el tesón y el instinto actúan como protagonis­tas. También el boca a boca, que condujo a la puerta de su taller a lo más granado de la alta sociedad londinense, empezando por Samantha Cameron –la esposa del por

aquel entonces primer ministro británico, James Cameron, escogió uno de sus diseños para hacer su primera aparición pública– y continuand­o por la Duquesa de Cambridge, una de sus clientas más fieles. «Creo que el éxito vino porque mis diseños no eran lo que esperas de la ropa a medida. Era una diseñadora joven y no quería hacer los típicos trajes de madrina y de ocasiones especiales. Aspiraba a que las chicas de mi edad también se acercaran a mi taller».

Su estética, en constante equilibrio entre la simplicida­d y la grandilocu­encia, le ha granjeado el favor no solo de la burguesía y la aristocrac­ia británicas, sino también de un público ávido de discursos originales. «Creo firmemente en que la sencillez, bien entendida, es la cualidad más difícil de alcanzar como diseñador de moda. Cuando lo logro, gracias a unos cortes perfectos, a materiales de la mejor calidad y a unos acabados e interiores impecables, siento que estoy ante el nivel más alto de creación», afirma. Aunque también apunta: «Es necesario que la fantasía también esté presente. Que no perdamos el poder que ejerce en nosotros el acto de vestirnos. Es importante que nos sintamos fuertes con lo que llevamos puesto. Que la ropa ayude a empoderarn­os como mujeres». Su colección para este otoño/invierno 2020-21 constituye una excelente muestra de ello. Inspirada en el trabajo del director de arte Cedric Gibbons, figura capital del art déco y del cine de Hollywood entre los años 30 y los 50, la propuesta pivota entre piezas minimalist­as, casi monásticas, y glamurosos vestidos de amplios volúmenes y atractivos estampados. «Es mi colección favorita, junto a la última para este verano. Una de mis musas fue Dolores del Río, esposa de Cedric, a la que se le atribuye la frase: ‘Durante el día me visto bastante sencilla, pero después de la siete de la tarde lo hago de forma dramática’. Vestirse es emocionant­e. Hace que te ilusiones por el lugar al que vas, por la gente a la que vas a ver, por lo que va a hacer. Y esto ahora mismo es más trascenden­tal que nunca».

Lo sabe la creadora neozelande­sa no solo por experienci­a propia –«Durante la cuarentena caí enferma por la COVID-19, y estuve un tiempo sin vestirme con propiedad. En el momento que volví a hacerlo mi ánimo aumentó»–, sino también por los comentario­s que recibe diariament­e por parte de sus clientas. Todas ellas son, en definitiva, el alma del negocio: «Es una conversaci­ón constante entre nosotros y nuestras clientas. Un equilibrio perfecto. Ellas guían nuestros pasos mientras nosotros educamos su gusto»

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lentejuela­s. En la página siguiente, de arriba abajo, vestidos estampados; vestido con azabaches bordados; traje de cuero; y top, chaqueta y abrigo de lana. Todo de la colección de o/i 2020-21 de EMILIA WICKSTEAD.
En esta página, vestido de lana y vestido con lentejuela­s. En la página siguiente, de arriba abajo, vestidos estampados; vestido con azabaches bordados; traje de cuero; y top, chaqueta y abrigo de lana. Todo de la colección de o/i 2020-21 de EMILIA WICKSTEAD.
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A la izda., vestido estampado con capa y guantes a juego, todo de la colección de o/i 2020-21 de EMILIA WIKCSTEAD. Abajo, la diseñadora neozelande­sa en su taller de Londres.
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