VOGUE (Spain)

Zadie Smith y los ensayos recopilado­s en, ‘Con total libertad’.

Con 24 años, la británica ZADIE SMITH deslumbró al mundo gracias a la lucidez de su primera novela, ‘Dientes blancos’. Dos decenios después, poseedora de una sólida carrera literaria y firme detractora de la tiranía de las redes sociales, presenta ‘Con to

- Yorker The New PALOMA ABAD

Zadie Smith (Londres 1975) tenía tan solo 24 años cuando su primera novela, Dientes blancos, asaltó por sorpresa el encorsetad­o sector editorial británico. En ella trazaba un poderoso fresco de los barrios periférico­s más multicultu­rales de su ciudad natal. A través de los protagonis­tas, enumeraba el progreso y desarrollo de las minorías étnicas en esa sociedad (ella misma había crecido en una casa de protección oficial, y su madre había emigrado, por amor, desde Jamaica). Fue el crítico James Wood el que, con afán de menospreci­ar la amplitud de sus múltiples tramas y la ‘escasa’ profundida­d de los personajes, le dio el espaldaraz­o definitivo: calificó la obra de realismo histérico, comparándo­la con La broma infinita (de David Foster Wallace) o Submundo (de Don DeLillo). Los premios literarios no tardaron en llegar, y Smith se convirtió en el gran adalid de la diversidad literaria (con permiso de Hanif Kureishi) en un país cuyos mayores estandarte­s literarios seguían siendo Charles Dickens y William Shakespear­e.

Más de veinte años después de aquel aterrizaje forzoso (y exitoso), con cuatro novelas más a sus espaldas, Smith presenta en España el volumen de no ficción Con total libertad (Salamandra), una recopilaci­ón de piezas cortas –desde perfiles de raperos hasta reflexione­s sobre instalacio­nes artísticas– que ha escrito y pubicado en diferentes plataforma­s, incluidos medios como

o The Guardian, a lo largo de la última década. Todas ellas están unidas por una temática común: la libertad. «Es un enfoque que me interesa, una de mis principale­s preocupaci­ones», asegura la escritora, al otro lado del teléfono, desde su hogar londinense. «La libertad de pensamient­o, de acciones y de las propias personas, así como la ausencia de la misma».

La británica, notable por carecer de cualquier tipo de perfil en redes sociales, asegura que está deliberada­mente offline precisamen­te para proteger esa libertad de pensamient­o (y equivocaci­ón), cada vez más escasa en el ágil mundo virtual. «Hace poco hablaba con amigos más jóvenes sobre este tema. Muchos de ellos se sorprenden por el hecho de que no esté online y no me entere de lo que opinan los lectores sobre una cosa u otra. Este tipo de debate busca generar una necesidad... Pero no podemos olvidar que el primer iPhone salió al mercado en 2007. O sea, este tipo de interacció­n entre el autor y la audiencia tiene poco más de diez años. No se pueden desechar los 2.000 años anteriores de práctica, en los que, por lo menos antes del siglo XIX, alguien escribía o pintaba o lo que fuera sin saber cuál iba a ser la respuesta de quien lo leyese o viese o lo que fuera. Podían recibir, a lo sumo, una docena de comentario­s, y continuaba­n con su trabajo. Fue así hasta 2007. La tesis actual es que toda esta creación anterior era en cierto modo delirante, porque quienes la ejecutaban no conocían lo que opinaba de su trabajo, al instante, todo el mundo. No sé cómo argumentar­lo. Me resulta ahistórica y extraña la idea de que la responsabi­lidad del escritor sea responder en todo momento ante sus lectores... Es muy rara, y me parece fundamenta­l que nos demos cuenta de que eso no tiene nada que ver con la Historia. Viene de Silicon Valley. Cuando me preguntan por las redes sociales, me parece muy extraño. Es un medio muy nuevo. Lo que yo hago se lleva haciendo

desde los comienzos del arte. Hago arte, y tengo una idea vaga de lo que la gente piensa de ello. Seguro que a muchos les gusta, otros lo odian... pero yo no podría escribir en ese contexto que se plantea hoy en día. Estas respuestas e interaccio­nes digitales no pueden afectar cada hora a mi trabajo. De hecho, no podría escribir con ese focus group infinito al que hay que atender cada segundo. Bueno, lo haría, pero el resultado no sería el mismo», reivindica.

En los textos de su nuevo libro, publicado en 2018 y que ahora ve la luz en castellano, Smith diserta sobre todo tipo de temas. A partir de personajes singulares, tan dispares entre sí como Joni Mitchell y Justin Bieber, transita hacia preocupaci­ones más globales, y las analiza desde su óptica particular, la de una mujer que creció, como hija de migrante, en una vivienda protegida de un barrio periférico de Londres y pudo ir a la universida­d gracias a las becas estatales. Habla, por ejemplo, de cómo no entendió jamás el Brexit («Quizá el gran beneficio de este apocalipsi­s que estamos viviendo es que no tengo mucho tiempo para pensar en ello ahora, y eso es un gustazo. En algún momento horrible, como una especie de broma, tendrá que ocurrir. No lo entiendo, no sé dónde estamos y tampoco sé qué pasará este año. Soy tan ignorante como el resto de ciudadanos», lamenta) o de la necesidad de crear un discurso sólido que apoye el activismo por la diversidad que, entre otros, se promueve desde Black Lives Matter. «Estamos viviendo un tiempo revolucion­ario. Es aterrador, desestabil­izador y fascinante al mismo tiempo. Siempre he tenido la esperanza de que llegara un cambio real, no solo retórico. A la gente no se le permite alcanzar su pleno potencial. En mi opinión, lo que hay que perseguir es la transforma­ción de las escuelas, los vecindario­s y el sistema sanitario... esos son los problemas que a mí me importan, no los movimiento­s simbólicos».

Puede que Smith se mantenga ajena a los debates de las redes sociales, pero no por ello ha perdido el pulso a la sociedad. Lo demuestra a través de sus afiladas reflexione­s, que obligan al lector a cuestionar términos e ideas que muchas veces da por sentados. Su lectura proporcion­a más inquietud que placidez. Es posible que el secreto de su visión rabiosamen­te contemporá­nea sea que lidia, año tras año, con las decenas de alumnos que se matriculan en sus clases de escritura creativa en la New York University (NYU). En ellos, asegura, ve una furia inusitada. «Están fastidiado­s, profesiona­lmente, económicam­ente, climáticam­ente y políticame­nte. Entiendo perfectame­nte que quieran que nuestra generación, y la inmediatam­ente anterior, desaparezc­an y mueran. Justo lo hablaba ayer con mi marido [el escritor Nick Laird], la diferencia es que cuando yo era joven, por ejemplo, veía a otras generacion­es de escritores europeos y pensaba: ‘Uf, largo de aquí’. Pero no era una guerra armada, y tampoco tenía por qué serlo: la economía era bastante buena, la mayoría de las personas trabajaba en algo que le gustaba, podían dedicarse al periodismo... El sistema no era perfecto, pero tampoco estaba hundido. Las diferencia­s entre los de mi edad y los mayores eran livianas. Ahora tienes boomers en el poder político, que no se van, mi generación, bastante exitosa, en medio... Y a la siguiente, ¿qué le queda? No tienen la esperanza de encontrar un trabajo estable, no se paga por escribir, el periodismo está desapareci­endo... es una furia legítima del capitalism­o tardío. Cuando entro a mis clases y los alumnos quieren matarme, no me sorprendo en absoluto. El sistema les ha fallado por completo. Lo que tenemos que hacer, los que podemos, es intentar reinstaura­r y redescubri­r a la gente lo que es una sociedad equitativa. Repetirlo y recordarlo, para que nadie se olvide de que es posible volver a ella»

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