MUJER DE LAS MIL VOCES
Nada en la trayectoria de JODIE COMER se había antojado drástico hasta que una asesina en serie se cruzó en su camino. El papel de Villanelle, a la que da vida desde 2018 en la serie ‘Killing Eve’, le ha cambiado la vida por partida doble: mientras Hollywood se ha enamorado de su talento y la ha elevado a categoría de estrella, la actriz británica ha descubierto que es en casa donde mejor se respira el éxito.
Vaya una compañera, pensaron los más incrédulos el pasado 1 de marzo cuando en los Globos de Oro Emma Corrin se alzó como ganadora a Mejor actriz en una serie. En ese momento, una pantalla múltiple combinaba la imagen de la intérprete que encarna a Diana de Gales en The Crown con los hogares del resto de finalistas. Mientras Olivia Colman aplaudía en éxtasis y Laura Linney y Sarah Paulson hacían su pertinente muestra de compañerismo, el rostro de Jodie Comer (Liverpool, 1993) aparecía congelado y gélido con la ceja en un amago de arqueo. A las redes sociales les hizo falta un minuto para darse cuenta de que la candidata (nominada por su trabajo en Killing Eve) no estaba, ni mucho menos, paralizada por haber perdido, sino que se encontraban ante un retrato cedido ya que le había sido imposible conectarse a la gala. En cualquier caso, ya era tarde: su aparente indiferencia se había viralizado en meme, y había postrado Internet a sus pies. «¡Qué pena que la versión real sea que estaba en un sueño profundo!», clama la actriz, que estalla en una sonora carcajada eminentemente británica. Las tres de la madrugada no se antojaban especialmente oportunas teniendo en cuenta que, seis horas después, un equipo de Vogue España estaría esperándola en un estudio al norte de Londres para orquestar la sesión fotográfica que daría lugar a la portada de este número. «Si tranquiliza a alguien, me alegré tanto por Emma y su equipo que al día siguiente, les escribí al levantarme. «¡Si es que a Internet le importa!», zanja con ironía.
A menudo los actores esconden su auténtico carácter durante las entrevistas, pero en el primer minuto de conversación se intuye en la risa extensa de Jodie Comer (Liverpool, 1993) el carisma que ha hecho de su nombre un sinónimo de calidad, a menudo satírica y retorcida, en cualquier proyecto de cine o televisión. Su país de origen lo supo tiempo atrás: en 2008 debutó en la serie The Royal Today y desde entonces no ha dejado de trabajar en multitud de ficciones televisivas. Sin embargo, al resto del planeta le ha hecho falta verla reconvertida en asesina a sueldo para prendarse de su risa (y temerla a partes iguales) en la prospérrima serie Killing Eve, emitida desde 2018 en HBO. Gracias al papel de Oksana Astankova, apodada Villanelle, Comer lleva tres años e igual número de temporadas fascinando a público y crítica en el rol antagonista de una oficial del servicio de inteligencia (Eve Polastri, encarnada por Sandra Oh) que abandona cualquier atisbo de vida propia por perseguir las fechorías de la cruenta criminal en una brillante trama repleta de casquería y juego psicológico. Desarrollada por la brillante y perversa mente de Phoebe Waller-Bridge (creadora y protagonista de la serie Fleabag y coguionista de la próxima entrega de 007, No time to die), la serie es una máquina frenética de tal cohesión que ya amasa una decena de premios, entre ellos un Emmy para la propia Comer como mejor actriz de serie dramática (en 2019). Desde entonces, cuesta encontrar huecos libres en su agenda, repleta de proyectos filmográficos. «No vaticiné que el éxito sería tan aplastante, pero sí supe que el guion funcionaría como un tiro. Básicamente, porque llevaba meses obsesionada con la delicia que es Fleabag. Cuando mi agente me mandó el guion para el piloto de Killing Eve, no le di mucha opción a no conseguirme una prueba», recuerda.
El único problema fue que el aviso de su audición le llegaría durante una visita a Barcelona, a donde había viajado para marcarse una semana completa de fiesta y de la que saldría como alma que lleva el viento cuando le consiguieron un billete de última hora a Los Ángeles. «Llegué ese mismo domingo en un vuelo directo para una lectura con Sandra Oh, y creo que mi instinto tiró por clonar a Phoebe en Fleabag, porque me parece inmejorable. Lo siguiente que recuerdo es estar juntas durante largos ratos, muertas de risa y trabajando en darle forma a esta asesina rusa con un siniestro pero brillante sentido del humor, capaz de vestir un vestido de tul de Molly Goddard con un chaleco antibalas debajo y resultar igual de creíble poniendo acento francés, catalán o ruso. Después de todo, cuando empiezas a conocer a Villanelle, no puedes resistirte a empatizar con sus debilidades y sus traumas. Y eso solo puede ser fruto de una escritura impecable».
La alianza femenina entre las dos actrices, la autora y el equipo técnico de la serie ha crecido a medida que la serie ganaba audiencia. En estos tres años, se han sumado al proyecto varias directoras, como Lisa Brühlmann, Francesca Gregorini, Miranda Bowen o Shannon Murphy y, en 2019, también la guionista y actriz Emerald Fennell (para quien quiera asociarle rostro, interpreta a Camilla Parker Bowles en la última entrega de The Crown) en sustitución de Waller-Bridge. «Creo que si por algo ha tenido tanto éxito esta serie es por ponernos frente al espejo e incomodarnos con aquellos comportamientos que no confesaríamos nunca pero que todos hemos pensado o tenido en algún momento», remata. Hasta tal punto se respira su implicación que aunque la cuarta temporada empieza a rodarse en unas semanas y Comer ya ha recibido los guiones de varios capítulos, aún contempla «algunos ligeros cambios» para su sanguinario alter ego.
Con todo, es probable que Villanelle sea la punta de un iceberg llamado Jodie Comer, que el mundo apenas conoce. Ojo, ella está orgullosa de que así sea. «Esta oportunidad también me ha hecho darme cuenta de que todo lo que envuelve a mi profesión puede volverse en tu contra si no tienes buenos amigos y familiares que, básicamente, te digan la verdad y te bajen a la tierra. Diría que es poco probable, si no imposible, que puedas ser feliz cuando no hay realismo y honestidad en tu entorno, aunque participes en la película más taquillera del planeta», razona.
El suyo se encuentra en Liverpool, donde nació hace 27 años, hija de un fisioterapeuta y de una trabajadora en una empresa de transportes. «Mi madre me dijo hace poco que recuerda perfectamente el día que aparecí diciéndole que quería ser actriz, pero yo recuerdo habérmelo tomado más como un juego». Sea como fuere, a los doce leyó en un festival de teatro un monólogo sobre la tragedia de Hillsborough de 1989 y meses después conocería al actor Stephen Graham (This is England, Line of Duty...), quien acabaría por convencer a la agente de actores Jane Epstein para que la representara. «Supongo que vio
algo en mí que ni siquiera yo misma veía entonces», cuenta sobre cómo prendió la mecha de una vocación que, jura, sigue intacta. «Nunca me negaron dedicarme a lo que quisiera, pero mi padre había tenido la misma pasión por el fútbol unas décadas atrás y se dejó llevar por la fiesta y no muy buenas compañías, así que un día me cogió por banda y me dijo: ‘Si vas a dedicarte a esto te apoyaremos al 100%, pero será exactamente la misma dedicación que tú tendrás que ponerle. O te dejas la piel o mejor pensemos en otra cosa’. En su momento no supe muy bien de qué hablaba, pero con el paso del tiempo lo he entendido a la perfección», concede.
Sorteando obstáculos similares a los que tiempo atrás habían acechado a su padre e intercalando trabajos para pagar las facturas a final de mes (recuerda cómo a los 16 ejercía de dependienta en un supermercado Tesco), Comer pasó de sentirse encerrada en la burbuja liverpuliana del manido culto a los Beatles y la sobrepoblación de ‘chicas Scouse’ –un estereotipo de adolescente femenina local con bronceado exagerado, ropa ceñida y pestañas estratosféricas– para entender, tras varios años viviendo en Londres, que era precisamente en Liverpool donde podía ser más feliz. «Después de todo, yo también había sido una de esas chicas. Con los ojos ahumados, las cejas imposibles y los tacones de seis pulgadas. Aunque lo del bronceado, afortunadamente, no me pegó fuerte. Fui un fracaso pálido», dice volviendo a estallar en risas.
Su primera prueba para un trabajo remunerado como actriz (antes de ese hubo unos cuantos sin emolumento) llegó a los 13 años: una audición en Mánchester para una obra de teatro con actores conocidos de culebrones como Emmerdale o Coronation Street. Consiguió el papel. «Me pagaron unas 150 libras, pero aquello me supo a millones», narra frunciendo el ceño en gesto de picardía. Esa misma mueca traviesa le ayudó a encarnar a una horda de personajes como el de Chloe Gemell en My Mad Fat Diary (2013), la amante Kate Parks en Doctora Foster (2015) o la reina Isabel de York en La princesa blanca (2017). Mujeres unidas, aparte de por la propia Jodie, por un espíritu asocial, retorcido o simplemente diabólico. «Creo que la mayoría de personajes que he interpretado son mujeres a las que odias cuando las conoces, o simplemente no entiendes, pero cuando avanza la trama te das cuenta de que algunas de ellas tienen más coherencia que la ‘buena’ de manual, y eso me encanta», apunta.
No es de extrañar que sea precisamente desde su casa en Liverpool donde la actriz accede a esta conversación videofónica. «No creo que haya una ciudad más amable o acogedora en todo el país, y te juro que no exagero. No somos lo que se dice discretos, pero es un lugar en el que puedes hacer amigos y reírte un poco de tus miserias con el primer desconocido con el que hagas migas. Cada vez que me he alejado de casa, he echado de menos precisamente eso: gente que se tome a sí misma, y a su vida, un poco menos en serio». Eso explica que el pasado año, cuando se desató la pandemia, la actriz tuviera claro que su primer proyecto cuando la situación lo permitiese sería precisamente aquí, cerca de su familia. La respuesta a sus súplicas no podría haber llegado de manera más oportuna: acaba de terminar de rodar Help, una película para el Channel 4 británico a las órdenes de Marc Munden. Comer encarna a una trabajadora en una residencia de ancianos que en marzo de 2020 sufre en primera persona el primer impacto de la pandemia. Su compañero de reparto es precisamente su descubridor, Stephen Graham. Hablar de cerrar círculos se haría demasiado evidente.
El único ‘pero’ que Comer se atreve a poner a la situación actual es que esta crisis haya pospuesto proyectos como Free Guy, la película que rodó junto a Ryan Reynolds en 2018 –«qué presupuesto, Dios mío», exclama– y que en España tiene previsto su estreno, al menos de momento, el 21 de mayo. «¿Cómo te tomas que la gira de tu primera superproducción esté a punto de empezar y que, de repente, se cancele por completo? Pues con humor», replica sobre este año. «Aunque creo que le ha venido bien este tiempo macerando porque, de algún modo, conecta con la situación que vivimos ahora mismo. A fin de cuentas, el personaje de Ryan es un cajero de banco que acaba descubriendo que, en realidad, es un personaje de un videojuego de acción en el que vive encerrado. Salvando las distancias, es una metáfora bastante buena de la falta de control de nuestra vida, así que bien estará cuando llegue a las pantallas».
Resulta reconfortante, en una industria plagada de egos y competencias feroces, escuchar a una intérprete despachar con una relatividad tan fresca lo que para otro supondría poner en jaque los pilares de su narcisismo. Por eso, quizás, su relación comercial con las firmas de moda o cosmética tampoco ha seguido los mismos cauces que la de sus compañeras de profesión. En marzo del año pasado se convertía en imagen de Noble Panacea, una marca de belleza sostenible desarrollada por el premio Nobel de Química Fraser Stoddart. Comer sorprendió a propios y extraños al no aliarse con uno de esos gigantes de la industria que suelen contribuir a engrosar las cuentas corrientes de las estrellas del celuloide. «Me gusta que esta unión haya sido con una firma que sabe hacer las cosas bien y que apuesta por materiales reciclados y el respeto por el medioambiente. Acepté, más que por el qué, por el cómo», razona.
Ni premios, ni Hollywood ni tan siquiera una casa con vistas: entre los sueños de Jodie Comer destacan el de poder zambullirse en más proyectos teatrales, volver a bailar en el Primavera Sound, trabajar junto a Frances McDormand –«es imposible alterar a esa mujer con tonterías de farándula, su calma es a prueba de bombas», reflexiona– y no tener que preocuparse más por el volumen (o la ausencia) de trabajo. «Aunque hay algo cerca que, además de ser un sueño, me da bastante miedo», zanja enigmática. Apenas cuatro horas después de la charla, un medio especializado confirma la noticia de que Ridley Scott, que acaba de dirigirla en The Last Duel junto a Ben Affleck y Matt Damon, también la ha elegido como protagonista de su próxima cinta Kitbag, donde encarnará a Josefina de Beauharnais, con Joaquin Phoenix en el papel de Napoleón. El medio que ofrece la primicia elige el mismo retrato con el que Comer pareció ignorar la victoria ajena en la noche de los Globos de Oro, pero hay casualidades ante las que uno solo puede reírse. Y en eso, esta increíble actriz no podría ser más experta