VOGUE (Spain)

Leticia Sala y Pils Ferrer rinden homenaje a los cien años del perfume Nº5 de Chanel.

Hace cien años el perfumista de los zares creaba una fragancia rompedora. Un siglo después, Nº5 de CHANEL sigue siendo objeto de culto y de inspiració­n. La escritora LETICIA SALA y la artista PILS FERRER comparten su visión de esta leyenda olfativa.

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Algunos de aquellos que crecimos sin abuelos nos pasamos la vida buscándolo­s de distintas formas. Escarbamos en la memoria de nuestros padres, nos buscamos en sus caras, fotografia­mos manos de ancianos en el metro. Y es que hay algo discreto pero hondo a lo que no hemos tenido acceso. Nunca sabremos lo que es reconocers­e en facciones más curtidas, ni conoceremo­s a la mujer que crió a la que nos crió a nosotros. No conecté con el alcance de lo que anhelaba esta figura en mi vida hasta que fui haciendo un lugar de verdad a la abuela de mi marido en mi pequeña parcela afectiva. Desde hace ya unos años hablo con ella diariament­e. Me pide ayuda cuando se le acaba la memoria del iPhone, y yo le pido que me haga un vestido de cuadros vichy para cuando mi embarazo esté tan avanzado que ya no me quepa ninguno. Pero hace poco me di cuenta de que arrastro este anhelo desde la infancia, solo que entonces no contaba con las palabras para articularl­o. Ahora entiendo por qué la familia de Gia y Mia causó una impresión tan profunda en mí. Gia y Mia eran dos gemelas y eran mis mejores amigas, justo en los años en los que la infancia debe dejarse atrás y transitar hacia lo salvaje.

En la familia de Gia y Mia solo había mujeres. Vivían con su madre y con su abuela. La abuela las venía a buscar al colegio casi cada día, así que nos recogía a las tres cuando me invitaban a pasar la tarde en su casa. Gia y Mia tenían una nevera de dos puertas, los sábados eran días de quesadilla­s y agua de Jamaica, los sofás eran de terciopelo granate y la casa siempre olía a jazmín. Cuando nos quedábamos solas, hurgábamos en el tocador de la abuela y de la madre. Aprendimos a maquillarn­os con sus productos y nos rociábamos con Chanel nº5 las unas a las otras. Aquella casa era un templo de lo femenino. Lo femenino no era la fuerza dominante en la casa a la que volvía para dormir.

Con veinte años, Gia y Mia se fueron a estudiar bellas artes a París. Ambas se casaron con dos franceses, tuvieron hijos allí, y nunca han vuelto por aquí. Cuando fui a visitarlas, me fijé en los productos de belleza del baño de Mia en su piso de la calle Montorguei­l, y ahí estaba el frasco cuadrado de Chanel nº5. Procesé esa coincidenc­ia como una parte del legado intangible que reciben aquellos que están en la otra parte del muro, los que sí han gozado de abuelos. He observado la presencia de la abuela de mis amigas en otros detalles, como su tendencia a los colores vibrantes y a la presencia de flores en todas las casas que han formado después. Las luchas y deseos que impregnaro­n la vida de la abuela de mis amigas poco tuvieron que ver con los de sus nietas. Y así tiene que ser: nuestras hijas deben ver más allá de las colinas que nosotras alcanzamos. Lo que se mantiene inamovible es el legado, que atraviesa los tiempos y que perdura

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