La admiración de Alaïa por Balenciaga cobra vida en una exposición única en el museo de este último en Getaria.
Durante casi cinco décadas, el diseñador AZZEDINE ALAÏA coleccionó más de medio millar de piezas de CRISTÓBAL BALENCIAGA, en un minucioso trabajo de selección y recopilación que evidenciaba la absoluta admiración que el tunecino sentía por el maestro español. Ahora, muchas de esas prendas se exponen al público en la muestra ‘Alaïa y Balenciaga. Escultores de la forma’ (hasta el 31 de octubre en el Museo Cristóbal Balenciaga de Getaria), donde se establece un interesante diálogo entre ambos creadores, con especial atención a las similitudes de su obra, desde las más formales hasta las biográficas.
En 1968 un joven tunecino, corto de estatura y moreno de piel, salía de un majestuoso edificio, situado en el número diez de la avenida parisina George V, cargado con bolsas de basura. En su interior se hacinaban telas y prendas de un modista español, dicen que el más grande de todos los tiempos, que acababa de echar el cierre a su casa de moda. El primero era Azzedine Alaïa (Túnez, 1935 - París, 2017). El segundo, Cristóbal Balenciaga (Getaria, 1895 - Xàbia, 1972). Y aquel encuentro, a través de las prendas, ya que nunca llegarían a coincidir físicamente, supuso no solo el origen de una obsesión (la de Alaïa por preservar la Historia de la moda), sino también el de la exposición Alaïa & Balenciaga. Escultores de la forma, que después de una accidentada estancia en la Fundación Alaïa de París, debido a las restricciones ocasionadas por la pandemia sanitaria, llega al Museo Cristóbal Balenciaga de Getaria (del 30 de abril al 31 de octubre de 2021). «En un primer momento nuestra intención había sido la de inaugurarla aquí el año pasado, coincidiendo con el 125 aniversario del nacimiento de Balenciaga, pero nos fue imposible. La novedad con respecto a la muestra de París, que se hizo en dos tandas porque no había más espacio físico, es que el público va a tener la posibilidad de disfrutar de toda la obra al mismo tiempo. Además, se suman 22 diseños, 12 de Alaïa y 10 de Balenciaga, que nadie había visto hasta ahora», expone Miren Vives, directora del Museo Cristóbal Balenciaga.
Para completar esta historia, la de las prendas de Cristóbal Balenciaga amontonadas en bolsas, es indispensable referirse al tercer diseñador implicado en esta exposición. Porque sí, hay un tercero. «En febrero de 2018, tres meses después de la muerte de Azzedine, Hubert de Givenchy nos vino a ver a Christoph [von Weyhe], a Olivier [Saillard] y a mí. Nos dijo que para él había dos grandes maestros de la costura. Uno era Balenciaga. Todo el mundo conoce su devoción por el español. Cuando nos contó que el otro era Alaïa realmente nos emocionó. Hubert soñaba con hacer una exposición sobre ambos en Getaria. Falleció tres semanas después de aquel encuentro. Así que Christoph y yo decidimos que teníamos que organizar esta muestra como un homenaje póstumo a este caballero de la moda», recuerda Carla Sozzani, amiga íntima del diseñador tunecino y presidenta de la Fundación Alaïa. Aunque no aparece en los títulos de crédito, Hubert de Givenchy fue el responsable de la idea de establecer un diálogo entre la obra de ambos creadores, tan similar en el fondo como en la forma, y lo que es más importante, de precipitar el descubrimiento de la magnitud de la colección que Azzedine Alaïa atesoraba de la obra de Cristóbal Balenciaga. «Tras aquella visita sucedió algo maravilloso. Fue el momento en el que Carla [Sozzani] y yo abrimos los papeles de seda con los que Azzadine preservaba todas aquellas piezas de Balenciaga. ¡Tenía una colección de casi 600 prendas! Sin duda una de las más importantes, si no la más, a nivel privado de las que existen del español», afirma Olivier Saillard, comisario de la exposición. «Era muy receloso respecto a comentar cuántas creaciones de Balenciaga tenía. Nunca se las había enseñado a nadie», apunta Sozzani.
Y es que la obsesión de Alaïa por el maestro español –«Balenciaga tenía un conocimiento del oficio, del corte, sabía coser... Era un auténtico creador de moda, capaz de inventar un nuevo volumen, una nueva técnica para las mangas o el cuello. Balenciaga siempre me ha influido. Sin duda es uno de los mejores modistas de todos los tiempos», afirmaba el tunecino– le empujó, después de aquella visita al atelier parisino en 1968, a seguir comprando piezas, a particulares y en subastas, hasta conformar una colección sin duda fabulosa. «Muchas veces Azzedine se enfrentaba a museos para hacerse con estas piezas. Varios de los representantes de estas instituciones me han comentado que ellos sabían que cuando perdían en una subasta era contra él. Los museos tenían presupuesto. Él no. No tenía mucho sentido del dinero y cuando quería algo estaba dispuesto a sufrir por otros lados con tal de conseguirlo», asevera Sozzani.
No solo es una cuestión de cantidad –acercarse a las 600 prendas es ciertamente impresionante–, sino también de calidad. «Creo sinceramente que Alaïa sabía muy bien lo que compraba. Buscaba con mucha intención cierto tipo de obra que le llamaba la atención, bien por los tejidos, o por los cortes, o por la simplicidad debido a un mínimo de costuras... Es decir, los atributos que a él mismo le gustaba ver en la moda, y por lo que reconocía que Cristóbal Balenciaga era un genio. Es una colección muy interesante por el criterio del propio coleccionista. No es el azar el que ha formado la colección, sino la intención de una persona que además es un maestro del oficio», concede Vives.
Con estas credenciales no debió de ser complicado para Olivier Saillard establecer una conversación entre las obras de ambos creadores que, en esta exposición, dialogan en torno al color, a las formas o al método. Una interacción tan libre como el espíritu de sus propios autores. «Primero estudié todas las piezas de diseñador español. Después escogí las de Alaïa y volví para seleccionar las de Balenciaga. Tienen tantos puntos en común que no me extraña que Balenciaga fuese el punto de partida para Azzedine como coleccionista [también recopiló vorazmente obra de Schiaparelli, Vionnet o Madame Grès], pero sobre todo como defensor y salvaguarda de la historia de la moda», explica Saillard.
Las similitudes entre ambos diseñadores no se quedan solo en aspectos más formales, como la maestría en el conocimiento del oficio, su relación íntima con los tejidos, o la destreza en el corte, sino que llegan incluso a aspectos más biográficos, como apunta Miren Vives: «Son dos personas muy fieles a sí mismas, que no están a la expectativa de lo que se va a decir de ellos, que no se ven en la exigencia de responder a unos calendarios o citas con los medios de comunicación, sino que hacen su propio camino. Además, ambos partían de entornos en los que dedicarse a la moda no era tan sencillo, así que cuando dieron el paso de tener una marca propia, no dejaron que nadie más les marcara el tempo. Fueron verdaderos couturiers, sabían hacerlo todo y preferían trabajar solos. Les gustaba controlar todo el proceso». Incluso en su relación con el cuerpo de la mujer, que a priori podría alejarlos –Balenciaga jugaba con los volúmenes y el espacio entre la prenda y la piel, mientras que Alaïa pegaba los tejidos al torso–, se encuentran los mandamientos estéticos (y filosóficos) de ambos modistos. «Al final estas diferencias parten de una concepción dispar del ideal de mujer y de la belleza femenina, que responden al tiempo de cada uno. Pero en esa disparidad también hay una cierta semejanza. Ambos son capaces de construir, gracias a su preciso manejo de la técnica, volúmenes. Alaïa utiliza el cuerpo para hacer esa escultura. Balenciaga el aire», explica Vives.
Este diálogo entre maestros de la costura nació fruto de una veneración, la del tunecino por el español pero, sobre todo, pone en valor el trabajo de Alaïa como protector de la memoria colectiva: «Los clientes me trajeron vestidos de Balenciaga para que pudiera cortarlos. Les ofrecí cambiarlos por ropa que yo les haría. Y tomé conciencia en ese momento del patrimonio cultural que constituía la moda»