VOGUE (Spain)

Una caricia A TIEMPO

JAUME PLENSA ya ha conquistad­o el mundo a golpe de escultura, por eso tiene tantas ganas de exponer en LA PEDRERA. Una soñada vuelta a casa después de un largo camino. Por EVA BLANCO.

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Cuenta Jaume Plensa (Barcelona, 1955) en el documental ¿Puedes oírme?, una cinta dirigida por Pedro Ballestero­s que vio la luz en 2020, que “la escultura es la relación de lo material con lo inmaterial, lo que crea el puente entre nuestra humanidad tangible con nuestra alma imposible de tocar”. La película, que ilustra de manera exhaustiva tanto su visión como su proceso creativo, permite adentrarse en la defensa poética del arte como una herramient­a para iluminar la vida interior del ser humano, que alcanza su máximo apogeo en la conquista del espacio público. “Me acuerdo de cuando instalé la escultura de Julia en la Plaza de Colón [un busto femenino de doce metros de altura que aterrizó en Madrid en diciembre de 2018]. Fue para mí un momento mágico. Repetía insistente­mente que introducía ternura en la plaza”, cuenta Plensa en videollama­da con Vogue España. “Hablar de ternura en un lugar abierto, frenético y ruidoso parece una contradicc­ión, pero esto es justo lo que pretendo aportar: intimidad. Un lugar de cobijo, en el que el individuo se sienta arropado. La arquitectu­ra se ha convertido en un conjunto de gigantes y nosotros en hormiguita­s. De ahí mi deseo de que el arte posibilite nuevos espacios que nos abracen y nos protejan”.

Se podría recorrer buena parte del mundo a través de la particular cartografí­a plensiana. Solo en el último lustro, el catalán ha instalado esculturas de gran escala en ciudades como Montreal (Canadá), Daejeon (Corea del Sur), Fredriksta­d (Noruega), Londres o Nueva York. Sin embargo, un acercamien­to único entre el público y su producción artística se podrá llevar a cabo en el panorama local gracias a la exposición Jaume Plensa. Poesía del silencio, del 31 de marzo al 23 de julio en La Pedrera-Casa Milà (Barcelona). Para la cita, se han reunido un conjunto de piezas que van desde principios de los noventa a la actualidad, en las que destaca el vínculo con la letra como elemento gráfico irreductib­le que da lugar a la palabra, al texto y, en última instancia, al pensamient­o.

“Supongo que hago retrospect­ivas porque empiezo a tener una cierta edad, y cualquier exposición empieza a ser una mirada muy larga hacia atrás. Pero esta reagrupaci­ón de obras, pertenecie­ntes a cuatro décadas distintas, es muy especial. Por eso estoy tan emocionado con ella. Lo mejor de todo esto es que se emplaza en un edificio de Gaudí. Tal vez uno de los más icónicos de mi

gente interactua­ra con mi obra en este espacio público. En el turno de preguntas, una señora me dijo: ‘Mire, señor, está hablando todo el tiempo de interacció­n, pero al lado de su obra hay un letrerito que pone Por favor, no tocar. ¿Cómo lo justifica?’. Y yo le contesté: ‘No, es que el museo se ha olvidado terminar la frase, que es: Por favor, no tocar, acariciar’. Un error que hemos cometido en la educación de los hijos es no enseñarles a acariciar”.

De la práctica de Plensa se ha subrayado su dimensión filosófica –que entronca con la serenidad nipona–; la cualidad de ligereza que le imprime a los materiales pesados; la alteración volumétric­a que deriva en un interesant­e desafío visual; y el sentido del humor que cimenta obras como Crown Fountain (Millennium Park, Chicago, 2004) –una fuente que consta de pantallas LED en las que se alternan rostros de mil residentes de la ciudad, niños y adultos, de tal manera que parece que el chorro de agua es expulsado de sus bocas juguetonas–. Pero, si hay una cualidad que arrolla al público a primera vista, es la tremenda belleza canónica de sus piezas. “Se ha pensado siempre que el intelectua­l o el artista ha de estar más por la tristeza que por la alegría. Más por la fealdad que por la belleza. Más por la tragedia que por la comedia. Yo intento mandar un mensaje positivo. Sé que el mundo es complejo. Yo también tengo mi historia, pero esta no ha de ser como un diario de abordo en mi obra. Es decir, a partir de mi diario, ¿qué puedo construir que sea un puente con los demás? Esta ha sido mi obsesión, y yo creo que la belleza es este gran puente”, argumenta.

Lector irredento, entre sus autores favoritos se encuentran William Blake, Goethe, Baudelaire o el poeta valenciano Vicent Andrés Estellés. De ese contraste entre lo global y lo local nace otra de sus reflexione­s sobre la sociedad contemporá­nea. “Un aspecto de nuestra cultura que me parece muy bueno es la posibilida­d de comer sushi en Madrid o tortilla de patata en Londres. Eres lo que comes, lo que lees. Es un momento bellísimo de evolución en este mundo híbrido que estamos formando entre todos. Hemos de avanzar en él y explorarlo con más profundida­d. Si expones en Japón o en EE.UU., la gente tiene las mismas reacciones y emociones. Lo que nos separa son detalles, tan diminutos que son prácticame­nte increíbles”, concluye. En otras palabras, menos diferencia­s ínfimas y más esculturas inmensas.

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En esta página, ‘Tel Aviv Man XX’ (Hierro, 2008). En la página siguiente: arriba, ‘Orphan War’ (Bronce, 2002); debajo, ‘Self-portrait with Music (Study)’, (Hierro y bronce, 2018). Todas las piezas formarán parte de la muestra ‘Jaume Plensa. Poesía del silencio’.
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