Woman

Carlos ruiz zafón sin corazas

Pensé que era posible aparecer tal y como soy, pero he aprendido que no.»

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en el trono El escritor fotografia­do en el castillo de Montjuïc de Barcelona, donde el protagonis­ta de ‘El prisionero del cielo’ es encarcelad­o. ‘El Conde de Montecrist­o’ es uno de los referentes de la novela.

Una década después de haber revolucion­ado el panorama literario con el boom de ‘La sombra del viento’, se nota que Zafón ha ganado tablas: parece que ya no le asusta tanta expectació­n y se muestra más relajado, hablador y sonriente ante las cámaras. Presenta ‘El prisionero del cielo’, la tercera entrega de la tetralogía sobre el Cementerio de los Libros Olvidados, que salió con una primera tirada de un millón de ejemplares para España y Latinoamér­ica y que no tardó ni un día en ser nº 1 en ventas. El bestseller sale de su cueva para presentars­e tal y como es: un hombre tranquilo. El E prisionero del d cielo (Planeta, 22,90 €) es la tercera entrega de la tetralogía iniciada con ‘La sombra del viento’. Más luminosa y humorístic­a, la novela se sitúa en la Barcelona de 1957. Esta es una historia más ligera, más dinámica y con más humor. Los hilos de las dos novelas anteriores se empiezan a entretejer y todo aquello que parecía confuso, al fin se entiende y vemos hacia dónde se dirige todo. El verdadero misterio de la saga aparece en este libro; hasta ahora dábamos vueltas, pero no habíamos visto qué se escondía en el corazón. Quería que cada uno de los libros tuviera su propia personalid­ad, aunque estuvieran conectados. Y en este caso, está muy definida por el personaje Fermín Romero de Torres, que se transforma en el protagonis­ta y que supone un homenaje a la picaresca. Pero aunque él sea el loco de la función, es también el centro moral de estas historias y quien tiene una visión clara de la jugada. Todo está tamizado por su humor, que aligera el tono de la novela, sobre todo viniendo de ‘El juego del ángel’, tan oscura y gótica. Creo que sí, pero es algo que dejas para tu vida privada. De hecho, Fermín es como mi sentido del humor, una especie de diablillo que vive en mi cerebro. Hay muchas cosas que me tomo en serio, pero a mí mismo, no (risas). Lo que sí me tomo en serio es mi trabajo y a mis lectores. Es más en el sentido del humor, porque es un personaje demasiado caricature­sco… Hay otros personajes que me son muy próximos, el más cercano a mí es Julián Carax y, de algún modo, Daniel. Me gustaría parecerme más a Daniel que a Carax, porque es más ingenuo y blanco... pero, lamentable­mente, son cosas que dejas con el tiempo. Ella es mi primera y última lectora. Escribo y reescribo una y otra vez y nadie lee nada mientras estoy así. Cuando tengo la versión definitiva, se la doy a ella. La conozco muy bien y valoro su reacción… sobre todo la de los signos, que para mí importa más. La lectora que define si he pasado la prueba o no es ella. Si le gusta, misión cumplida. Sí, supongo que somos criaturas insoportab­les, aunque intento ser lo más tratable posible… Además, mi mujer es traductora e intérprete, es una mujer de lenguaje, y con los años hemos encontrado la manera. Sabe que necesito encerrarme en mi estudio horas. Fuera de eso, creo que, para los estándares de lo que son los escritores, soy fácil.

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