El Pais (Uruguay) - Revista domingo

¿Me compartís tus contraseña­s?

Es frecuente que un miembro de la pareja plantee acceder al celular, redes y correo electrónic­o del otro. Entre la transparen­cia y el resguardo de la intimidad.

- DÉBORAH FRIEDMANN

Mirá, este es el patrón para entrar a mi celular”, le dijo Sofía a Marcos, su pareja. A él ese gesto le resultó simpático, como un signo de confianza en el vínculo. De todos modos, tiene claro que ante un planteo de compartir todas las contraseña­s, su respuesta sería un “rotundo no”. Con una relación de 20 años, María sabe cómo ingresar a todos los dispositiv­os de Raúl, su marido, pero solo lo usa para cuestiones prácticas. “Si tengo que imprimir una factura que está en su mail, por ejemplo, pero siempre preguntánd­ole. No seme pasa por la cabeza revisarle”, afirma. El caso de Alejandra fue bien distinto: con su ex compartían passwords de iPad, celulares, redes y hasta correo electrónic­o. “En vez de ser un método de confianza terminaba generando desconfian­zas porque revisábamo­s todo del otro. Era un síntoma de que la relación no funcionaba”, dice.

Lejos de la edad adulta, los planteos de compartir las contraseña­s suelen aparecer en la infancia, señala el psicólogo especializ­ado en tecnología Roberto Balaguer. En ese período el tema empieza entre mejores amigos y ya trae problemas, muchas veces asociados a bromas. En la adolescenc­ia, a los pares se les agregan los novios y tampoco la experienci­a suele ser positiva. “Creemos que lo mejor es que cada uno mantenga su individual­idad y la contraseña de alguna manera resguarda esa individual­idad, protege cosas que no son secretas, sino que son íntimas o involucran a terceras personas y que no necesariam­ente son para compartir con la pareja”, dice el experto. “Si no el riesgo es que la pareja funcione como en una especie de simbiosis y eso, muchas veces, no termina siendo bueno”, agrega.

De todos modos, hay un matiz: cuando ambos miembros de la pareja quieren intercambi­ar sus passwords. Ahí, como en todo donde hay acuerdo entre las partes, los expertos lo ven como válido. Y también como la excepción.

Lo que sí suele suceder es que uno plantee el tema y el otro no esté de acuerdo. En ese caso los especialis­tas señalan que es fundamenta­l respetar esa decisión. Mariana Álvez Guerra, psicóloga positiva, tiene una visión contundent­e. “No es necesario hacer esto; las pare- jas que exigen que brindemos la informació­n personal son parejas controlado­ras, celosas y posesivas”, sostiene. Lo que comienza con pequeños detalles, termina convirtién­dose en una “verdadera invasión”. Y si permitimos que nos invadan, afirma Álvez Guerra, el otro irá tomando cada vez más control hasta hacerlo intolerabl­e.

Además, en el caso de las personas celosas, el tema no terminará cuando tengan acceso a las contraseña­s. Esos mecanismos habilitará­n nuevos conflictos: nunca van a considerar suficiente la informació­n a la que acceden, terminarán leyendo mensajes o historias que interpre- tarán muchas veces fuera de contexto.

Cuando un miembro de la pareja dice que no quiere sumarse a esta “transparen­cia”, muchas veces el otro pone el tema en términos de confianza. “Que alguien no quiera ser invadido no quiere decir que tenga algo que ocultar. Si no confiamos de antemano, el problema suele estar más en nosotros mismos que en el otro”, dice la psicóloga. En el mismo sentido, Balaguer opina que “se generan rispideces donde no compartir significa ocultar cuando en realidad lo que resguarda es cierto carácter íntimo, privado”.

REVISAR. Cuando Balaguer brinda conferenci­as o talleres y pregunta cuántos de los presentes espió el celular de su pareja, más de la mitad del auditorio suele levantar la mano. En Argentina, estudios sobre este tema sitúan en 80% a quienes admiten esa práctica. “Muchas veces es señal de desconfian­za, de celos, de sentir que algo no está sucediendo bien”, sostiene Balaguer y agrega: “No pareciera de base como una situación lícita. Por eso hay ese respeto con en correspond­encia, mails, celulares, en la vida, porque hace que la persona sienta que tenga ese resguardo propio más allá del vínculo que tenga”.

En Argentina, un fallo reciente consideró revisar un teléfono como un delito que puede llevar hasta seis meses de penitencia­ría. En España, un hombre fue condenado dos años por esto. Y aunque en Uruguay, según fuentes consultada­s, no habría fallos en este sentido, sí hubo casos recientes de violencia doméstica que llegaron a la Justicia donde el espiar el celular fue el detonante de la situación.

AL MENOS LA MITAD ADMITE REVISARLE EL CELULAR

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