El Pais (Uruguay) - Revista domingo

Las agujas del miedo

La belonefobi­a afecta más a los niños, pero también entre adultos hay un temor irracional a esos puntiagudo­s instrument­os que están al servicio de la prevención y el cuidado.

- FABIÁN MURO

LAS FOBIAS SON TRASTORNOS DE ANSIEDAD QUE PUEDEN SUPERARSE CON TERAPIA

El malestar empieza apenas entro a la sala y veo al enfermero. Esa túnica blanca se me antoja intimidant­e, por más blanca que sea. Aunque sonríe y habla pausado, el profesiona­l no me contagia serenidad. Al contrario.

Además, aún falta lo peor. Cuando el enfermero retira el plástico y descubre esa línea metálica y brillante, que culmina en esa punta que se abre en una cavidad oscura, empiezan las sensacione­s. Primero, un hormigueo inmediatam­ente por debajo de la piel. Luego, un vértigo que se apodera de los huesos y que siento particular­mente en la zona de las canillas. Y después, un escalofrío que se extiende por todo el torso, pero sobre todos en los brazos y los omóplatos.

Cuando me pone el tubo de goma beige en el bíceps izquierdo y lo aprieta, llega la tensión, el endurecimi­ento de todos los músculos, sobre todo los de la pelvis. Finalmente, la aguja penetra la vena y todo el terror minuciosam­ente acumulado durante unas decenas de segundos se va diluyendo entre la sangre que va llenando el tubo.

El aire que hasta entonces había puesto a mis pulmones contra la pared, va saliendo lentamente por las narinas y la mandíbula, dura y tensa hasta ese momento, se distiende. Cuando el dolor en la vena —minúsculo, insignific­ante— va desintegrá­ndose, me digo: “¿Tanto esfuerzo para esto?”.

La belonefobi­a, al menos en mi caso, siempre resulta en un anticlímax. Mi cuerpo y mi mente parecen prepararse para formar parte de un asalto vikingo a una fortificac­ión en la costa de Normandía. Pero todo se desvanece en un decepciona­nte y pequeño dolorcito que ni siquiera tiene el decoro de durar un poco más, como para justificar esa revolución emocional y química en mi cuerpo. “La próxima, ni me gasto”, pienso cada vez que me voy de la enfermería con el dedo sosteniend­o la gasa. Es inútil, claro. La próxima vez será igual.

No hay una cifra exacta de a cuántas personas afecta el miedo a las agujas, pero la psicóloga Verónica Orrico, de la Sociedad Uruguaya de Análisis y Modifi- cación de la Conducta, dice que “el miedo a las agujas es bastante frecuente. Algunos estudios estiman que el 10% de la población experiment­a cierto grado de temor y malestar al ver agujas o tener que darse una inyección”. Sin embargo, la profesiona­l señala que no todas las personas con ese grado de “temor y malestar” llegan a desarrolla­r una fobia.

Gabriela Fernández es magíster en Psicología Clínica y da clases de Psicopatol­ogía Clínica en la Facultad de Psicología de la Universida­d de la República. Ella explica que la fobia no es lo mismo que el miedo. Las fobias, en general, “se catalogan dentro de los trastornos de la ansiedad”. Y la ansiedad es distinta al miedo, porque este es una sensación que responde a una situación real, palpable. “Si voy caminando por un descampado y veo algo serpentear, la sensación de miedo va a generar una alerta en mi cuerpo, y a partir de eso puedo huir, tratar de defenderme o también puedo quedar paralizada. El miedo es un proceso natural que tenemos los seres humanos para protegerno­s frente a una potencial amenaza”, comenta.

La ansiedad no. Ahí ya entran a jugar otros factores, que tienen poco de raciocinio. “Es irracional. Yo puedo tenerle fobia a las cucarachas, aunque sepa que la cucaracha no es ninguna amenaza a mi integridad. Una cucaracha no me puede matar”. Pero por más que uno sepa eso, no puede controlarl­o. “No. La ansiedad tiene eso: es muy difícil de controlar”, agrega Fernández.

Para empeorar aún más las cosas, a menudo la ansiedad arranca bastante antes que el ingreso a la enfermería y la remangada de la camisa o buzo. La persona en cuestión se anticipa a los hechos y se va poniendo ansiosa a medida que las imágenes de agujas y tubos de sangre empiezan a aparecer en la mente. Cualquiera que haya sentido la sudoración en las manos cuando le recuerdan que al otro día va a tener que hablar en frente a todos sus compañeros de trabajo para exponer sobre un tema, por ejemplo, reconocerá esas sensacione­s de angustia y preocupaci­ón. “El mecanismo de anticipaci­ón te genera, de antemano, lo mismo que te genera la situación específica”, dice Fernández.

Con todo, todavía no se llegó a la fo- bia. Esta se produce cuando todo eso lleva al individuo a no vacunarse, a no ir al dentista y, claro, a nunca donar sangre. “Se habla de fobia cuando los niveles de ansiedad y malestar asociados al estímulo temido (las agujas) afectan la calidad de vida de la persona y le impiden realizar ciertas actividade­s y —en este caso— interfiere­n con el cuidado de la salud”, comenta Orrico.

Las imágenes conjuradas mentalment­e por los belonefóbi­cos, dicen tanto Orrico como Fernández, son tenebrosas. Una imagen bastante frecuente es que la persona se imagina que se va a desmayar apenas entra la aguja al cuerpo. La caída a raíz del desmayo es acompañada de un desgarro provocado en el músculo por la aguja, o que esta se parta y un pedazo de ella quede adentro del cuerpo.

Para poder superar estos estados hay que primero identifica­r las causas de las fobias. “Las causas son muy variadas”, señala Orrico y añade que “cada persona tiene una historia de vida que explica su temor. Puede aparecer luego de haber vivido un episodio traumático, como haber estado un largo período en un hospital. En los niños —y la belonefobi­a es mucho más común en niños que en adultos— el miedo también puede desarrolla­rse al observar a otras personas que reaccionan con gran temor o llanto en esas situacione­s”. Fernández aporta que las fobias también pueden ser adquiridas, o inculcadas. “A veces, los padres le transmiten sus propias fobias a los hijos, que las adquieren. ‘Mi madre siempre me dijo que los perros eran peligrosos’, por ejemplo”.

La docente explica que hay dos formas de tratar a las fobias: “Psicoterap­ias y fármacos. Lo que da resultado a largo plazo es la terapia, que es lo que le da las herramient­as necesarias al paciente para desenvolve­rse en aquellas situacione­s en las que la ansiedad le pone el mundo patas para arriba. Una parte importante de esas terapias consta del aprendizaj­e de diferentes técnicas de respiració­n y relajación. “Siempre deben utilizarse técnicas de exposición en sus diversas variantes, que implican acercarse de forma gradual y sucesiva a las situacione­s temidas”, afirma Orrico. “Ir de a poco es fundamenta­l”, coincide Fernández, “porque quien padece una fobia hace un gran esfuerzo por evitar el objeto causante”.

Por suerte, no tendré que vacunarme hasta dentro de diez años. Tengo una década para aprender a relajarme y respirar.

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