El Pais (Uruguay) - Revista domingo

La nueva reina millennial

La comediante argentina Magalí Tajes agota entradas y sus libros son best sellers. La virtualida­d disparó su carrera, pero el éxito tiene sustento real en su humor.

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Acá, allá y en todos lados: millennial­s con vincha, millennial­s con jeans, millennial­s que la siguen. En la Feria del libro, en el teatro, en las redes: en todos lados la siguen. Seguir, en el argot líquido de esta era, es consumir aquello que Magalí Tajes (Buenos Aires, 1988) propone: desfachate­z juvenil, dulce desencanto y una módica transgresi­ón.

Hace menos de tres años, aunque no se definía como normal, Magalí Tajes llevaba una vida normal: hija de una familia de clase media de Pompeya, recién se había ido a vivir sola, trabajaba como administra­tiva en una oficina, estudiaba Psicología en la UBA y en los escasos ratos libres que le quedaban, estudiaba y practicaba stand up. Su vida parecía encaminars­e hacia un lugar seguro, o al menos conocido por todos. Pero algo en su interior crepitaba, una combustión silenciosa que necesitaba fugarse hacia algún lugar. Entonces apareció Instagram, y todo cambió.

El de Magalí es el ejemplo paradigmát­ico de cómo las redes sociales pueden disparar la carrera de quienes las utilizan para mostrar su arte. Hoy tiene casi un millón de seguidores y gracias a esa plataforma sus libros se convirtier­on en best sellers (la presentaci­ón de su última obra, Caos, fue un boom en la Feria del libro) y sus shows en teatros de todo el país cuelgan el cartel de sold out cada vez que se presenta. En lugar de fagocitar los modos de consumo culturales tradiciona­les (el fantasma recurrente que trae el progreso), las nuevas tecnología­s, al menos en caso, vinieron a exacerbarl­as. Todo en menos de tres años.

PSICOLOGÍA. Estudió stand up y psicología, carrera que ha retomado y está a punto de terminar. “Me daba curiosidad saber qué es lo que hace reír a las personas”

“Abrí Instagram en octubre de 2015, como algo más, para ver qué pasaba. Yo estaba pensando en parar, estaba medio cansada. En ese momento era muy difícil el tema de la comedia. Tenía muy pocas posibilida­des de actuar, y lo hacía casi siempre gratis. Además, era muy difícil actuar más de diez minutos. Entonces hacía un esfuerzo enorme y ni siquiera podía desarrolla­r nuevo material, no tenía tiempo. Dije: ‘ Paro y veo qué onda’. Yo subía videitos en Instagram, y tenía 3 mil seguidores, poco. Un domingo me junté con el grupo con el que yo estaba laburando en stand up y les dije que iba a parar un rato. Estaba decidida. Pero al día siguiente, no sé por qué, se me va a 20 mil seguidores. Explota. Ahí me digo: ‘No puedo parar ahora’. Además, en ese momento Instagram funcionaba muchísimo más. Vos tenías 20 mil seguidores, pero tus videos lo podían ver 100 mil personas. Tenía mucho más alcance. No lo había comprado Facebook aún. Ahí renuncié a la oficina, donde era secretaria. Y a las pocas semanas empecé a girar. También dejé la facultad, a pesar de que me quedaban dos materias. Ahora la estoy terminando”.

Hay dos Magalí. O tres, o cientas. Pero la que está sentada aquí, en una oficina contigua a la sala del teatro donde se presentará en una hora, es una chica menuda que usa ropa oscura, pocomaquil­laje y cuyo único rasgo distintivo es su pelo teñido de rosa. Podría decirse que todo lo que ella ofrece palpita dentro suyo: una pulsión inapelable por cuestionar aquello que le fue dado. Una especie de Mafalda siglo XXI, con “likes”, borcegos y pocos prejuicios. De hecho, un poco trabaja de eso: de derribar los prejuicios que su generación, aun cuando cueste creerlo, todavía arrastra: cierta relación culposa con el sexo, con el alcohol o con las drogas, la necesidad de etiquetar a las personas, el pudor que suele provocar hablar de algunas cosas, ya sea del dolor o de los esfínteres. Es cierto, en el pasado de Magalí hay un colegio de monjas, un espacio de aprendizaj­e clásico.

Debajo de unos ojos oscuros y vitales, la boca maneja la conducta de su rostro. Cuando se contrae por poco desaparece, cediéndole el lugar de mando a una mirada tenaz y convincent­e. Pero cuando se ensancha, cuando abre sus laderas para sonreír a su antojo, los ojos se achinan, brillando, pero perdiendo protagonis­mo, las cejas se distraen y todo su semblante adquiere la forma luminosa de una luna primaveral. Es un emoticón de carne y hueso. Es puro teatro también.

En la aventura vital de Magalí hay amores con chicos, amores con chicas, resacas necesarias, sinsentido­s con gracia y algunos cuantos momentos de vacío que su arte intenta expiar. En su último libro, mezcla de autoayuda para millennial­s, diario íntimo, placeres y aullidos de dolor, ella relata sus peripecias emocionale­s, plagadas de encuentros y despedidas, cierta neurosis y mucha, muchísima necesidad por encontrarl­e un sentido al amor.

En el escenario, esa figura pequeña adquiere otra dimensión, crece hasta hacerse imponente. Camina, se detiene, vuelve a caminar, como si con sus pasos pudiese a veces subrayar la fuerza de su gracia. Es una evangelist­a del humor: con la única compañía de un banquito, Magalí ocupa el centro del escenario y maneja todos los resortes del unipersona­l. En el stand up, el silencio es, junto con el público, el interlocut­or o el socio necesario del artista. El silencio puede ser suspenso, puede ser cómplice o puede ser condenator­io. Magalí domina el arte del silencio a la perfección. En su monólogo, ácido y zumbón, desfilan desde Dios y el Infierno hasta Macri, Arjona, la caca y el sexo, sus primeras relaciones y sus ganas de no andar explicando todo el tiempo lo que vive y lo que siente. Todo montado sobre una corriente de hilaridad trepidante, una cinta transporta­dora de humor millennial que hace las delicias de su público, también millennial.

EN ESCENA. Camina, se detiene, vuelve a caminar, como si con sus pasos pudiese subrayar la fuerza de su gracia. Con la única compañía de un banquito, ocupa el centro del escenario y maneja todos los resortes del unipersona­l

“¿ Cómo empezó todo? Cuando era chica escribía y hacía dibujos y en un momento me empecé a amigar con mi escritura. Y en un momento, se hizo mi espacio personal, y todo lo que no podía decirles amis amigas, lo decía ahí”. —¿Y por qué no se lo decías a ellas?

—Me daba pudor o empezaba a entender que había cosas que no estaban bien decirles a los otros y que había ciertas normas que había que seguir y que había ciertas inquietude­s que yo tenía muy prontas para mi edad. Tonterías, como por ejemplo, preguntarm­e por qué mis amigas escribían “Mati te amo”. ¿Cómo sabían a los 9 años lo que era el amor? Ese tipo de cosas, de neurótica. La Nación/GDA

CUANDO LLEGÓ A TENER 20.000 SEGUIDORES EN

INSTAGRAM DEJÓ DE ESTUDIAR PSICOLOGÍA Y COMENZÓ LAS GIRAS

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