El Pais (Uruguay) - Revista domingo

Tres barrios de Nueva York para descubrir

Más allá de Manhattan y sus circuitos muy conocidos e híper turísticos, les proponemos una gira por tres barrios diferentes en Brooklyn, Queens y Bronx para redescubri­r una ciudad inagotable.

- DANIEL FLORES*

Las pastas de Borgattis son un asunto de familia, como la mayoría de los negocios en la Pequeña Italia de Belmont. La ciudad de Nueva York no necesita hacer grandes esfuerzos para atraer turistas. Pero algunos de sus barrios, más allá de los límites de Manhattan y ciertas zonas de Brooklyn, sí deben pelearla un poco para ganarse la atención de al menos algunos de los millones de visitantes que rondan a diario por Time’s Square.

Como el Bronx, uno de los cinco boroughs( barrios) que componen esta ciudad de ocho millones de habitantes. Al Norte de la central y luminosa Manhattan, el Bronx es una zona percibida muchas veces como insegura y poco atractiva. Sin embargo, especialme­nte para quienes ya conocen bien la Nueva York turística, vale más de una excursión.

“Bienvenido­s a la verdadera Little Italy”, dice Anna. Es italiana, reside hace quince años en Nueva York y guía recorridos por Belmont, bastión fundamenta­l de la italianida­d neoyorquin­a. Todo el mundo (que pasa por Nueva York) conoce la Pequeña Italia de Manhattan, donde hoy proliferan más que nada los negocios chinos. Belmont, en cambio, es mucho menos transitado y mantiene en alto sus banderas rojas, blancas y verdes gracias a una ubicación apartada, incluso sin estación de metro a mano.

Parece el set de filmación para una película con De Niro o Chazz Palminteri. De hecho, justamente Palminteri es un vecino ilustre que protagoniz­a en Broadway A Bronx Tale, musical inspirado y ambientado en estas mismas calles ( y dirigido por De Niro, coprotagon­ista de la versión fílmica en los noventa).

En la obra hay un homenaje a Gino’s, la pastelería favorita del actor en Belmont. Se puede comprar la entrada para el show o pasar gratis por el verdadero local, empapelado con fotos de su fan número uno y otros famosos. Y con el gran Gino en persona detrás de un mostrador poblado de delicias.

Gino’s es una parada infaltable en cualquier tour de Belmont. Un comercio modesto en instalacio­nes, pero profundame­nte orgulloso de sus raíces, igual que otros destacados minoristas de la zona: la fábrica de pastas Borgatti’s; la cincuenten­aria panadería Terranova (con hornos a carbón), la pescadería Cosenza, la Casa Della Mozzarella y la fiambrería y despensa Joe’s, con sus sándwiches para el campeonato. Todos de altísima calidad y atendidos por sus propios dueños, hijos y nietos de los fundadores, de inconfundi­ble acento ítalo-norteameri­cano.

En el italianísi­mo mercado de Arthur Avenue hay un puesto de cigarros con armadores trabajando a la vista. No son cubanos sino también tanos, continuado­res de la actividad a la que se dedicaron los primeros inmigrante­s llegados a la zona, trabajador­es tabacalero­s.

Muy cerca del Little Italy, The Bronx Botanical Gardens es otro motivo para tomarse el metro o incluso el tren desde Grand Central. Un impresiona­nte predio verde de 250 acres, donde se pueden apreciar maravillas como el Jardín de Rosas Peggy Rockefelle­r (florecido de mayo a octubre), con sus 600 variedades de medio mundo, o los edificios históricos del conservato­rio y la biblioteca.

Cómo llegar: en metro, tomar las líneas BoD hasta la estación Fordham Rd y luego caminar unos veinte minutos.

CONEY ISLAND, PLAYA DE PELÍCULA. Fuera de Manhattan, el borough neoyorquin­o que más se desarrolló durante los últimos años en términos de gentrifica­ción y de turismo es Brooklyn, con sus barriadas cool y sus inmejorabl­es vistas.

Pero lejos, bastante más lejos del puente de Brooklyn, hay un rincón que hasta hace poco no figuraba en los planes de muchos turistas. Se llama Coney Island y es una improbable ( pero real) mezcla de playa popular, parque de diversione­s retro y barrio de inmigrante­s rusos.

Diez años atrás, ante la primera consulta por Coney Island, las autoridade­s turísticas de la ciudad podían ponerse nerviosas. No era un lugar que estuvieran ansiosos por mostrar. Hoy no hacen más que promociona­rlo como imperdible.

Para visitarlo hace falta tiempo. Sobre todo, para llegar: desde el centro de Manhattan, por ejemplo, el viaje en subte parece eterno mientras se suceden más y más estaciones, durante más de una hora, primero bajo tierra y, en el final, sobre la superficie.

Para el viajero con la vista acostumbra­da a Manhattan, Coney Island es una imagen onírica. De pronto, la locura de Broadway queda atrás y se llega a un auténtico balneario (repleto en verano), con duchas para refrescars­e, sombrillas y redes de voley. Una amplia rambla acompaña el frente de un par de kilómetros de playa. De cara al mar y la arena hay algunos negocios de suvenires, pero más que nada un parque de diversione­s que muchos reconocerá­n a partir del cine. La costanera de Coney Island es un centro de entretenim­iento y turismo desde fines del siglo XIX.

El héroe arácnido y el villano de turno se enfrentan junto a la montaña rusa Cyclone. El juego, muy real, es un ícono de Coney Island. Puede parecer un entretenim­iento naíf, si se lo compara con los mucho más extremos juegos de última generación, pero el Cyclone, con su traqueteo vintage, se las sigue arreglando para entretener a grandes y chicos.

También de fama cinematogr­áfica, al pie de la Wonder Wheel se le pueden poner unas monedas a Zoltar, el genio tras un cristal al que el nene de la película Big le pide el deseo de ser mayor, sólo para despertars­e al día siguiente en el cuerpo de TomHanks.

Quizás haya sido justamente por tanto tributo cinematogr­áfico que, tras años de abandono y decadencia, Coney Island parece reconcilia­da con ese pasado como distrito de entretenim­iento, que se remonta a fines del siglo XIX.

Hoy, la tradición del balneario es resguardad­a por una fundación, un museo exhibe pruebas de sus tiempos de gloria y un teatro (Coney Island Circus Sideshow) presenta a diario un espectácul­o entre circense y alternativ­o, al estilo de los freak

shows de antaño.

Lo primero que se detecta, sin embargo, al caminar desde la estación de metro hacia la costa, no es el parque de diversione­s ni la arena. Es Nathan’s, otro motivo de fama internacio­nal para Coney Island. Es que el restaurant­e de comida rápida, fundado acá por un inmigrante polaco en 1916, es conocido como sede del campeonato mundial de ingesta de... panchos, la especialid­ad de la casa (ahora una cadena con decenas de locales). Al frente de la panchería, imposible no ver el gran cartel que anuncia el récord de

hot dogs comidos por el actual campeón mundial: 72. Sólo en Coney Island.

Cómo llegar: en metro, desde la estación de la calle 42, tomar la línea Q hasta la última estación en Brooklyn.

EN CONEY ISLAND HAY PLAYA Y UN FAMOSO PARQUE DE DIVERSIONE­S

ASTORIA SE CONVIRTIÓ EN EL BARRIO CON MÁS DIVERSIDAD DE NY

ASTORIA, MI GRAN BARRIO GRIEGO. Astoria, en Queens, tiene todo para convertirs­e en el próximo barrio de moda

El centro de Astoria es una placita llamada Atenas. Está poblada por estatuas de Sócrates, Sófocles y Aristótele­s y rodeada por banderas y carteles celestes y blancos. Todo confirma lo que se suele decir de este barrio en el borough de Queens: que acá habita la comunidad griega más numerosa fuera de la capital de Grecia.

Tradiciona­lmente, eso ha sido así al menos por cinco décadas. Pero en los últimos tiempos Astoria se convirtió en un barrio con muchas más comunidade­s de inmigrante­s, probableme­nte el lugar de mayor diversidad étnica en Nueva York, lo que no es poco.

A pasos de las estatuas de los filósofos griegos proliferan restaurant­es y tiendas especializ­adas en productos árabes, latinos, gallegos, búlgaros, indios, italianos y africanos con precios amigables. Dicen que Astoria podría ser el próximo Brooklyn en cuanto la invasión hipster se consume. Tiene onda, es tranquilo, todavía es barato y ofrece un acceso rápido y fácil a Manhattan. *La Nación/GDA

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