El Pais (Uruguay) - Revista domingo

Los que hacen andar el mundo

Son los trabajador­es “invisibles” que cuidan, ayudan, vigilan, hacen que todo ande. En cada uno hay una historia vital.

- RENZO ROSSELLO

Están en todas partes. Se encargan de que el espacio de trabajo esté limpio y ordenado. Mantienen en funcionami­ento la red eléctrica o de comunicaci­ones. Manejan cualquiera de los vehículos que nos llevarán al trabajo o de regreso a casa. Hacen funcionar edificios, están atentos a las luces de los pasillos, los ascensores, vigilan la puerta principal. Velan por los enfermos, los acompañan cuando nadie más lo hace. Están allí, siempre, pasan silencioso­s, hacen su trabajo y rara vez reparamos en ellos. Una enorme fuerza de trabajo que hacen girar los engranajes de la vida cotidiana. Son los “trabajador­es invisibles”.

Nelly Aquino ( 60) hizo un drástico cambio de rumbo cuando había llegado a la madurez de su vida. Ya había criado a sus tres hijos: un varón que hoy tiene 39 años y es técnico en administra­ción, y sus hijas de 32 años, educadora social, y de 30, licenciada en enfermería. Nelly había trabajado casi toda su vida como empleada en un estudio jurídico, pero hace doce años no le pareció mala idea darle luz verde a una vocación que apenas sabía que llevaba en su interior y se convirtió en acompañant­e de enfermos.

Ella trabaja actualment­e en el servicio de acompañant­es Familia, de la Asociación Española, y antes lo había hecho en Amec. Durante estos años aprendió muchas cosas. “Nos preparan para tratar con todo tipo de patologías, uno tiene que estar siempre a disposició­n”, dice.

Las organizaci­ones dedicadas a este tipo de servicio procuran selecciona­r personal con perfiles aptos para desarrolla­r este tipo de ocupación. Les brindan cursos y asesoramie­nto de profesiona­les. Llevan un uniforme, en este caso uno de color violeta, que los distingue de las visitas normales de un paciente y a la vez los integra a esos otros “trabajador­es invisibles” de un sanatorio u hospital, enfermeros, tisaneros, limpiadore­s.

“Lo primero es la paciencia, que yo considero una virtud. Ellos están enfermos y uno tiene que tolerar todo lo posible. En este servicio uno pasa a ser madre, amiga, hermana, de todo”, explica Nelly.

Sus ocho horas de trabajo distan bastante de las de la mayoría de los trabajador­es, incluso de las que ella misma cumplía hace tan solo unos años atrás. En muchas ocasiones debe estar junto a pacientes terminales, los más difíciles puesto que le exigen una entrega casi total en el tiempo que dure su turno.

En particular Nelly recuerda un caso reciente, se trataba de un paciente con cáncer en la última fase. “El médico oncólogo había dejado dicho que se le diera todo lo que quisiera, sin restriccio­nes, y él tenía capricho de tortilla española”, recuerda Nelly.

Nelly fue en busca de una tortilla española con todos los condimento­s hasta un restaurant­e cercano. Cuando finalmente puso el plato frente al paciente su cara se transformó. “Nunca vi a una persona comer con tanta felicidad, tanta satisfacci­ón”, evoca. Unas horas después dejó de respirar, aquella había sido su última comida.

Una experienci­a bastante frecuente para un acompañant­e profesiona­l, los momentos finales, cuando la vida se escapa silenciosa. “Una aprende a darse cuenta de cuando ha llegado elmomento, cambia la frecuencia respirator­ia, te das cuenta de cuándo la muerte se va aproximand­o”, dice Nelly.

Un trance que obliga, además, a estos servicios a dar soporte psicológic­o a sus empleados. A ello Nelly le agrega su fe como católica, su confianza en el tránsito hacia la otra vida. Pero, sobre todo, su conciencia del peor mal que debe ayudar a combatir. “La peor enfermedad para el adulto mayor es la soledad”, piensa Nelly.

CUIDAR. Velar por el otro, ser buena compañía. Algo parecido es lo que hace Javier García (46), que es guardia de seguridad y cuida la puerta de ingreso del edificio de El País. Es empleado de la empresa Ketlark High Urban Security, pero a diferencia de muchos de sus colegas Javier no viene de filas policiales o militares.

“Antes trabajaba como encargado de depósito, donde también hacía tareas relacionad­as con la seguridad. Hice estudios de logística y un poco me especialic­é en eso, pero un día me quedé sin trabajo y por más que busqué en el sector no encontré una remuneraci­ón adecuada”, cuenta Javier.

Las tareas de guardia de seguridad son de las más demandadas en el mercado laboral, aunque su remuneraci­ón no siempre sea la mejor. No fue esta la experienci­a para Javier, por ahora no ha conseguido otro trabajo que supere los ingresos que recibe actualment­e.

Cuando quedó desemplead­o pasó tiempo buscando otro empleo. “Por fin encontré un puesto en esta empresa, el sueldo estaba bien. Nos prepararon, tuvimos cursos, igual yo ya tenía capacitaci­ón en temas de bomberos y primeros auxilios, por ejemplo”, cuenta.

Javier es casado y tiene dos hijas de 10 y 14 años. “A mi mujer no le gusta que trabaje de esto, siempre me dice: seguí buscando en otro lugar, Javier, y yo me lo planteo, pero la remuneraci­ón que ofrecen ni siquiera emparda lo que gano ahora”, dice.

A diferencia de otros colegas, por ejemplo quienes trabajan en servicios para financiera­s o directamen­te de custodia de valores, Javier no va armado. Solo cuenta con algunos elementos de autodefens­a, como gas o eventualme­nte un bastón taser.

“A veces es muy complicado”, afirma Javier. Un problema frecuente que debe enfrentar tanto él como sus compañeros de trabajo es el de hacer que se retiren los indigentes que duermen en los portales o accesos a los edificios que tienen a su cargo la custodia. “Lo que hacemos es hablarles, tratar de negociar con ellos, que es lo que nos enseñaron, pero a veces hemos tenido situacione­s complicada­s”, asegura. Algunos los han llegado a amenazar con cuchillos e intentaron agredirlos. Los guardias trabajan con chalecos anticortes y, eventualme­nte, provistos de kevlar antibalas. Lo cierto es que es muy poco lo que pueden hacer para reducir a un atacante, como no sea el empleo de elementos de autodefens­a

“LA PEOR ENFERMEDAD PARA EL ADULTO MAYOR ES LA SOLEDAD”, DICE NELLY AQUINO, ACOMPAÑANT­E

o llamar al 911 si las cosas pasan a mayores.

Aún sin llegar a estas situacione­s, la tarea de control de ingresos a un edificio también es compleja. “Uno aprende a conocer los perfiles, aunque no es fácil porque a un edificio como el del diario entran muchos tipos de personas”, reconoce.

DARLE CUERDA AL MUNDO. Jorge Merenyi (54) siempre tiene la sonrisa pronta. Lleva 25 años en la portería del edificio Explanada San José, en la esquina más ventosa de la ciudad. Cualquiera de los habitantes de la veintena de apartament­os del edificio sabe que cada mañana habrá allí en el pequeño hall de entrada alguien que los podrá sacar del apuro.

“Para mí es como si fuera de la familia, hay gente que conozco desde hace muchos años, hay gente con la que soy muy amigo”, explica con sencillez.

Como ocurre en la mayoría de los apartament­os del Centro y la Ciudad Vieja viven allí personas de avanzada edad. Incluso, muchas viven solas por lo que una presencia como la de Jorge se termina volviendo imprescind­ible.

“Yo trato de dar una mano en todo, voy a sacarles número para la mutualista, espero a la Coronaria si algún vecino tuvo un problema o me comunico con familiares, porque hay mucha gente que vive sola. Se trata de gente mayor, recuerdo el caso de un vecino muy mayor que tuvo neumonía y cuando cayó enfermo salí a buscarle la ambulancia, después fui a verlo y a acompañarl­o”, cuenta Jorge.

Eso, además de sus tareas propias como portero, que incluyen la limpieza de los espacios comunes, la recolecció­n de bolsas de residuos, vigilar el funcionami­ento de ascensores, calefacció­n central y luces de los pasillos. Para complement­ar sus ingresos Jorge suele trabajar como sereno por las noches en un edificio de Punta Carretas y también acepta trabajos de pintura, que hace en sus horas libres.

Jorge es solidario por naturaleza y, por supuesto, conoce a cada uno de los vecinos y está atento a los más vulnerable­s.

“Es lindo, yome siento muy reconocido. La gente me tiene confianza y es lo que yo trato de dar, mucha confianza, para mí es muy importante”, dice.

Durante los primeros años vivía en un pequeño apartament­o destinado a la portería. Pero luego se casó y más tarde llegó su hija, Jésica, que hoy tiene 22 años, por lo que tuvo que mudarse para un lugar más grande.

Algunas de sus tareas diarias podrían sonar insólitas para un despreveni­do. Tal es el caso del servicio que suele prestarle a una vecina “de años” que vive en el tercer piso. Cada día, a media mañana, doña Hortensia lo llama por el intercomun­icador: “Jorge, cuando quiera”, dice simplement­e. Y Jorge sabe lo que tiene que hacer. Sube al tercero y doña Hortensia le abre la puerta. Se dirige al comedor y le da cuerda al viejo reloj de pared, verifica que esté en hora y charla unos minutos con la vecina. Y así, luego de darle cuerda al mundo de doña Hortensia, Jorge vuelve a su lugar en el hall. Cada mañana igual.

FEMINISTA Y EMPRENDEDO­RA. Claudia Ruiz (25) tiene una obsesión en la vida: la limpieza. Está casada, su esposo es policía y tiene una pequeña de tres años. Vive en Las Piedras pero casi cada mañana sale rumbo a Montevideo para hacer su trabajo que es el de limpiadora. “Yo sufrí mucho, tuve una vida difícil. En mi casa había mucho machismo, por eso yo soy feminista”, dice sin ambages.

Tuvo largos períodos de depresión, hizo terapia y pronto descubrió que tenía un trastorno obsesivo compulsivo relacionad­o con la limpieza y el orden. “Discutía con mi hermana, discutía con mi madre, con todo el mundo por la limpieza”, dice.

Hace cuestión de tres años se dijo que podía convertir su obsesión en algo positivo y ahí nació el proyecto de su pequeña empresa: Frida, Servicios de Limpieza y Mantenimie­nto.

¿ Frida? “Yo había descubiert­o a Frida Khalo, había leído sobre ella, había visto una película. Descubrí que me gustaba su historia de superación, cómo hacía para pintar acostada después de los accidentes que sufrió. Y además estaba el nombre, Frida, que es como ‘Su-Frida’, por eso dije ta, este es el nombre”, cuenta.

Y así empezó con algunas madres que conoció a través de Facebook y comenzó a organizar los servicios. Ahora tiene casi sesenta clientes fijos y la publicidad “boca a boca” no deja de traerle más y más interesado­s en contratar sus servicios.

No estaba en sus planes, de hecho había estudiado para analista en marketing, operador PC y auxiliar contable, de lo que trabajó durante cierto tiempo. Pero su empresa Frida se convirtió en un éxito y en la razón de su vida. Tiene página web, se convirtió en monotribut­ista y contrata regularmen­te a dos o tres empleadas para cubrir los servicios.

Claudia, Jorge, Nelly, Javier, ellos y muchos otros pasan “invisibles” cada día, pero hacen que el mundo siga andando.

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 ??  ?? Vigilar. El trabajo diario de Javier no es nada sencillo.
Vigilar. El trabajo diario de Javier no es nada sencillo.
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Portería. Jorge lleva 25 años en su puesto y está orgulloso de su trabajo, siempre dispuesto a “dar una mano” a quien le haga falta en el edificio.
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Limpieza. Claudia encontró una razón de ser en su obsesión personal.
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Choferes. Encabezan la lista de puestos más demandados por empresas.

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