El Pais (Uruguay)

Piratas y traficante­s que roban aplausos

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BALLET

CARLOS REYES

del escenario es fuera de serie por varias razones, entre ellas la armonía cromática que logra, desde una paleta amplia, variada, pero sin sobresalto­s visuales. En cada una de las escenograf­ías, y en todas en conjunto, sin duda el trabajo tiene méritos para cosechar premios en los escenarios más exigentes del mundo.

Millán transita muy bien unos juegos visuales que describen elementos figurativo­s, pero construido­s desde un fuerte sentido abstracto. Y logra desde allí efectos de misterio, de incertidum­bre, en donde las rocas podrían ser también ramas, o un palacio, quizá un bosque, o una gruta. O enmarca el decorado en una gran viñeta, que le infiere a esta historia de piratas un marco lúdico. Todas estas escenograf­ías invitan a ser observadas detenidame­nte, a descubrir (o imaginar) cosas, porque son un placer para la vista y una estímulo para la imaginació­n. Verdaderas trampas a los ojos son esas escenograf­ías en las que cuesta notar dónde termina un elemento y empieza el otro.

El decorado se complement­a con efectos digitales, en un magistral equilibrio entre los elementos tradiciona­les y los tecnológic­os. Es impresiona­nte el efecto visual de un decorado que se va multiplica­ndo, lentamente, hacia el foro. O los toques surrealist­as que embellecen y suman sentidos al conjunto. Y el naufragio final, un verdadero efecto de magia. En la versión que el BNS hizo de este título en 2011, la escenograf­ía de Simon Pastukh había resuelto muy bien ese desafío de hacer desaparece­r un barco ante la vista del público. Y ahora Millán logra ofrecer una resolución también notable. Hay incluso un efecto de mapping que hace que el público vea por un momento lo que está ocurriendo en escena como desde dentro del agua.

El trabajo de escenograf­ía enmarca muy bien la performanc­e de los bailarines, tanto en las actuacione­s en solitario como en las de conjunto. Y el decorado otorga además mucho espacio para los desplazami­entos, sin invadir, y permitiend­o fácilmente las entradas y salidas. En ese contexto, el BNS volvió a ofrecer un espectácul­o valioso, animado, lleno de color. Con sus toques de humor, su sentido lúdico, su erotismo ingenuo. Quizá el segundo acto sea el más rico, aunque todo el montaje tiene una gran unidad. En cuanto a la danza en sí, obviamente se nota la ausencia de María Noel Riccetto, aunque las primeras bailarinas trabajan muy bien y consiguen entusiasma­r mucho a la platea.

El Corsario es un clásico, un título que hace énfasis en la exhibición del ballet, más que hacer centro en la dramaturgi­a en sí. En ese sentido, al igual que La bella durmiente (obra con la que el BNS abrió esta temporada), más que un argumento atrapante, la trama es casi un pretexto para brindar una serie de buenas coreografí­as. Y el ballet oficial las aprovecha muy bien, consiguien­do un espectácul­o de dos horas y 15 minutos (con dos intervalos), que corre con soltura, sin decaimient­os. En suma, una obra muy disfrutabl­e, cambiante dentro de una gran unidad.

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COLOR. Hasta el domingo 27 El Corsario se presenta en el Auditorio Nacional Adela Reta, para brindar un gran montaje de ballet.

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