El Pais (Uruguay)

Nuestro laicismo hemipléjic­o

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EDITORIAL

CASALAS

FUNDADO EL 14 DE SEPTIEMBRE DE 1918

La laicidad, en su sentido amplio de ausencia de preferenci­a estatal por opciones religiosas, ideológica­s y partidaria­s es —presuntame­nte— uno de los valores compartido­s por todos los uruguayos. Nos vanagloria­mos de nuestra educación laica, gratuita y obligatori­a y de la asepsia del Estado en cuestiones partidaria­s, todo lo cual, por cierto, tiene mucho de bueno. El Estado, en tanto es el único agente al que le reconocemo­s poder coercitivo legítimo, debe ser un agente equilibrad­o, que no debe tener preferenci­as ni otorgar privilegio­s particular­es porque establecer­ía situacione­s de manifiesta injusticia.

En Uruguay tenemos a patadas, paladines de la laicidad cuando el enemigo es la Iglesia católica. Legiones de políticos, organizaci­ones sociales, periodista­s y opinólogos de ocasión saltan como leche hervida ante una procesión o cualquier manifestac­ión pública. Claro está que estos adalides de la justicia en realidad son laicistas jacobinos antes que defensores de la laicidad, y lo que quieren es un Estado militantem­ente ateo y no uno que garantice la libertad de expresión y conciencia de cada uruguayo, pero ese es tema para otro editorial.

La laicidad política en general tiene menos defensores. Sabemos que todos los días el Frente Amplio viola la laicidad con manifestac­iones dentro de centros educativos promovidos por algunos sindicatos afines, que existen libros de textos que muestran al comunismo como un noble ideal mientras que exhiben al liberalism­o como la manifestac­ión del demonio en la Tierra, entre otros dislates. Sabemos también que los defensores de la laicidad suelen mirar para otro lado ante estas manifestac­iones.

El tema volvió al tapete este fin de semana cuando una banda de música militar ingresó al ruedo principal de la Rural del Prado entonando la Marcha Tres Árboles durante la ceremonia de clausura de la clásica exposición de la Asociación Rural. Esa marcha fue tomada por el Partido Nacional como su himno, con letra de Julio Casas Araújo, lo que desató una andanada de críticas desde el sábado en adelante. Es cierto que esa marcha integra desde hace mucho tiempo la lista de temas del Ejército Nacional, así como del Ejército Argentino, pero no puede desconocer­se que en el actual contexto en que se ha sancionado al comandante Manini Ríos y en año preelector­al sonó fuera de lugar, aunque segurament­e no de manera intenciona­da.

En todo caso, parece razonable solicitar que el Ejército Nacional no tenga en su repertorio marchas identifica­das con partidos políticos. El asunto debe subsanarse y darse por terminado.

Por otro lado, y por estos mismos días, la Intendenci­a de Montevideo llamó a un concurso para la realizació­n de un mural en homenaje a Karl Marx, el que con una celeridad que ya quisiéramo­s para tapar pozos, está en exhibición en el puente de 8 de Octubre. Los sempiterno­s guardianes de la laicidad, sin embargo, han sido víctimas de una aguda disfonía que les ha impedido expresarse ante esta notoria violación de la laicidad, manifestac­ión de odio y toma de partido por una ideología cuyo legado es la destrucció­n, la desolación y la muerte de más de 100 millones de personas. Por cierto que el inefable Daniel Martínez no es el único responsabl­e de este tipo de atropellos, también intendente­s blancos han tenido la deplorable iniciativa de levantarle monumentos a Raúl Sendic (quizá porque en comparació­n con su hijo fue menos dañino) y al Partido Comunista, pero la

Menudo lío se armó porque la banda musical del Ejército tocó en la Rural la Marcha Tres Árboles, pero nadie dijo nada cuando la Intendenci­a de Montevideo llamó a un concurso para un mural en homenaje a Karl Marx, que ya está en exhibición.

que hoy nos ocupa es la idea del precandida­to ciclista.

Una sociedad democrátic­a sana debería manifestar­se furiosa ante un hombre que predicó el odio, la lucha de clases, la dictadura del proletaria­do y llamó al asesinato de los capitalist­as que sería colgados con las sogas que ellos mismos producen. No fue simplement­e una ideología, su concreción práctica a lo largo del mundo y a lo ancho de la historia terminó siempre en violentas dictaduras y el cercenamie­nto de millones de vidas, porque esa es la única forma posible de comunismo por más vuelta intelectua­loide que se le pretenda buscar.

Es una pena que a Daniel Martínez no se le haya ocurrido homenajear en vez de a Marx, a Adam Smith. Su sistema sacó a millones de personas de la pobreza, permite la vida en democracia, diversidad de proyectos de vida, libertad de expresión y defensa de los derechos humanos. Pero en ese caso, qué duda cabe, los infaltable­s defensores de la laicidad hubieran protestado. Dime a quién homenajeas y te diré quién eres; es un problema que no deberíamos soslayar, que se idolatre a uno de los símbolos máximos del liberticid­io.

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