El Pais (Uruguay)

Un tipo inédito

- ENFOQUES ÁLVARO AHUNCHAIN

Hay una foto en blanco y negro que Luciano Álvarez una vez compartió en su perfil de Facebook con orgullo y nostalgia. Aparece él, joven y sonriente, frente al micrófono de Radio Sarandí. A su izquierda, Ligia Almitrán. A su derecha, Rubén Castillo. Detrás de él, de pie, Carlos Maggi. Fue la primera imagen que me vino a la mente cuando me enteré que Luciano había “terminado su hora sobre el escenario”, como dice bellamente Shakespear­e en Macbeth.

Y ahí se agolparon un montón de recuerdos, inevitable­mente personales.

Por ejemplo, cuando lo miraba por televisión conduciend­o con calidez y profundida­d su programa “Inéditos”. Desde su puesto de lucha intelectua­l en la Universida­d Católica, Luciano se había autoasigna­do la misión de recuperar la memoria fílmica de los uruguayos: consiguió películas de distintas épocas y las difundió sensibleme­nte editadas y musicaliza­das (las grabacione­s originales de la Troupe Ateniense reaparecie­ron en la tevé gracias a su programa). Fue él, con su creativa curiosidad, quien desenterró del olvido esas expresione­s fidedignas de nuestra identidad histórica y social. También indujo el parto del nuevo cine nacional, con un libro clave sobre los caminos que debían recorrerse para consolidar una industria audiovisua­l: “La casa sin espejos”.

Como bien evocó José Rilla, su colega del entrañable Claeh, Luciano fue uno de los primeros intelectua­les del país en aquilatar la importanci­a de la comunicaci­ón masiva como constructo­ra de cultura. Impulsó la creación de las Licenciatu­ras de Comunicaci­ón en la Udelar y la Católica. Allí lo conocí personalme­nte, cuando me invitó nada menos que a dar clases de dramaturgi­a a futuros “ingenieros audiovisua­les”. Y doy fe que pocas veces conocí guionistas tan imaginativ­os en mi vida, como en esas aulas colmadas de científico­s… También recuerdo sus espectácul­os de tango en el Club del Vino, donde volcaba pequeñas anécdotas del género, con comicidad y emoción.

Difícil olvidar asimismo su participac­ión en reuniones del Partido Independie­nte, donde lo oí desmenuzar la inefable “ley de medios” y donde registré su testimonio en un spot publicitar­io, contra el abuso de publicidad estatal para autobombo del gobierno.

Pero sin duda, la influencia más decisiva que ejerció en mí estuvo en sus columnas dominicale­s de este diario. Porque tenían la particular­idad de narrar y analizar hechos históricos u obras de arte que luego, muchas veces, devenían en ejemplos aplicables a la realidad inmediata de los uruguayos. Léanse, entre tantas, “Desmemoria­s: Vicente Oroza”, “Las cadenas de terciopelo”, “Adhemar rouba, mas faz”, “El proletaria­do intelectua­l”, en fin, piezas literarias de altísima calidad y refinamien­to conceptual, que merecen integrar un libro.

Esa es la categoría intelectua­l que se está yendo con Luciano. Opinaba sin hacer opinología. Iluminaba al lector con su saber en lugar de encandilar­lo con artificios retóricos. Traía al debate la profundida­d que hacía falta, en un medio intelectua­l cada vez más enfermo de inmediatez, superficia­lidad y estúpida corrección política.

Por allá debe andar, midiendo su ingenio con los de Maggi, Maiztegui y Williman, discutiend­o de cine con Rubén y riéndose de las ocurrencia­s del Corto Buscaglia. No se entiende muy bien por qué los mejores son los que se van primero.

La influencia más decisiva de Luciano Álvarez para mí, estuvo en sus columnas en este diario.

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