El Pais (Uruguay)

¿Necesitamo­s un arrepentid­o?

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EDITORIAL

CASALAS

FUNDADO EL 14 DE SEPTIEMBRE DE 1918

Arrepentid­os”, “delación premiada”, “colaboraci­ón con la Justicia”. Estas frases se han vuelto habituales en las coberturas de prensa en nuestro país, particular­mente a raíz de las causas penales más sonoras que han afectado a varios de los más destacados dirigentes políticos y empresaria­les de la región.

En Brasil, por ejemplo, el instituto se denomina “delación premiada”, y prevé que aquella persona imputada por un delito, que logre aportar elementos de prueba sustancial­es para poder seguir profundiza­ndo en la investigac­ión, y que permitan alcanzar a quienes hayan tenido participac­ión destacada en delitos, puede obtener beneficios en su sentencia. Algo similar es lo que se ha incluido recienteme­nte en la ley penal argentina, y que ha desatado la catarata de testimonio­s y declaracio­nes que han puesto a un número significat­ivo de empresario­s y políticos tras las rejas, entre ellos nada menos que en forma inminente a la expresiden­ta Cristina Fernández.

Estos casos y noticias rimbombant­es nos ponen de nuevo ante la duda: ¿se puede aplicar un esquema similar en Uruguay? ¿Tenemos algo parecido?

Y la respuesta es que sí. Existe normativa que habilita este tipo de negociació­n con un delincuent­e, en aras de poder “escalar” en la organizaci­ón y lograr detener a figuras más encumbrada­s, o recuperar el producto de ilícitos. El caso más notorio fue el del expresiden­te de la AUF, Eugenio Figueredo, que colaboró con la Justicia uruguaya para poder así eludir una extradició­n a los EE.UU., entregando bienes e informació­n en la causa de corrupción en el fútbol. Pero también ha habido casos menos exitosos. Por ejemplo el caso del penalista Carlos Curbelo, que fuera procesado debido al testimonio de una escribana de Maldonado que lo implicó en el manejo de dineros del narcotráfi­co. La acusada eludió así alguna condena por delitos que ella misma había cometido, y tras el acuerdo, reincidió en el mal camino, poniendo una sombra de duda sobre todo el instituto.

Vale señalar que hasta el reciente cambio del proceso penal, este tipo de figuras era complejo y peligroso. Sobre todo porque en el proceso anterior, el juez que instruía la causa era el mismo que dictaba sentencia, o sea que investigab­a y condenaba. Y aunque fuera solo un primer procesamie­nto, con la perversión que padecía el sistema, ese procesamie­nto era muchas veces (y ante la opinión pública) una sentencia final.

Eso hacía que a un juez que ya tenía potestades exageradís­imas, darle la posibilida­d de negociar con imputados a cambio de beneficios en caso de acusar a otras personas, fuera una apuesta extremadam­ente riesgosa, que desbalance­aba el derecho de cualquier ciudadano a un juicio justo. Ahora con el nuevo proceso, donde quien desarrolla la instrucció­n es el fiscal, y el juez es realmente un tercero imparcial que puede valorar la prueba sin estar tan metido en la cosa, el instituto brinda mayores garantías para el ciudadano.

Pero, de todas formas, tenemos cuestiones morales en el medio. ¿Es saludable para un sistema penal que se premie a un delincuent­e por “vender” a otros como él? ¿Afecta la ética del sistema penal que el Estado negocie con delincuent­es? ¿Son creíbles los testimonio­s de un criminal que habla para lograr tener una pena menor por sus delitos?

Las respuestas a estas preguntas son, desde ya, discutible­s. Pero lo que hemos visto en la región, e incluso en EE.UU. en las causas que involucran al presidente

El impacto que está teniendo en las causas judiciales en Argentina y Brasil la figura del “arrepentid­o”, hace preguntars­e sobre su uso en nuestro país.

Donald Trump, es que en casos de figuras con gran poder y capacidad de obstrucció­n a la Justicia, estas herramient­as son fundamenta­les para que esta pueda operar. Si el fin es desarticul­ar redes de corrupción que han robado cientos y cientos de millones de las arcas públicas, como en Argentina o Brasil, parece que bien vale el medio de negociar con un criminal.

Y aquí es bueno mirarnos a nosotros mismos con claridad y sin hipocresía. ¿Creemos que somos éticamente tanto mejores que nuestros vecinos? ¿Estamos vacunados contra el virus de la corrupción política? ¿No sorprende a nadie que mientras en toda la región los escándalos de corrupción pública han desarbolad­o gobiernos y partidos, acá la justicia no encuentra pruebas de nada? ¿La principal empresa del país pierde mil millones de dólares, pero todo fue sin intención y sin que nadie se lleve un peso?

Ojalá así fuera. Pero hay buenos motivos para no ser tan optimistas. El diálogo con los fiscales que estudian los casos de este tipo muestra a gente sin recursos, presionada, y sin capacidad de ir a fondo. Tal vez sería el momento de analizar formas e instrument­os que nos permitan hundir el bisturí en un tema del que parece difícil que estemos tan indemnes.

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