El Pais (Uruguay)

Ni tan tan, ni muy muy

- MARTÍN AGUIRRE

Sería incapaz de amar a un hijo homosexual. Prefiero que mi hijo muera en un accidente, a que aparezca con un bigotudo por ahí”. (Revista Playboy, 07/06/2011)

“No la contratarí­a con el mismo salario. Pero es verdad que hay mucha mujer que es competente”. (Redetv, 15/02/2016).

“Como somos un país cristiano, Dios encima de todo. No tenemos esa historieta de Estado laico, no. El Estado es cristiano. Vamos a hacer un Brasil para las mayorías. Las minorías se adecuan o simplement­e desaparece­n”. (Declaració­n en el aeropuerto de Campina Grande, 08/02/2017).

“Si mueren 40 mil bandidos al año (por acción de la Policía), tenemos que pasar a 80 mil”. (Programa Canal Livre, 19/11/2017).

“El indio no habla nuestra lengua, no tiene dinero, es un pobre desgraciad­o, tiene que ser integrado a la sociedad, no criado en zoológicos millonario­s”. (Midiamax, 04/2014)

Estas son frases reales, concretas, verificada­s, del candidato Jair Bolsonaro, que en las elecciones del pasado domingo obtuvo casi 47% de los votos en Brasil. No solo no son “fake news”, sino que la selección fue un trabajo bárbaro.

Hay que aclarar esto porque en esta sociedad polarizada hasta la caricatura (la uruguaya), resulta que ya no se puede marcar diferencia­s con alguien que piensa de esta manera en el año 2018, sin que se lo acuse de mandadero del marxismo, tibio o “tonto útil”. Usted disculpe, pero si esos conceptos no definen a un fascista, hay que replantear­se muchas cosas.

Ahora bien, la pregunta que hay que hacerse es por qué en una sociedad como la brasileña, alegre, culta, diversa y tolerante, más de 50 millones de personas quieren entregarle el poder político a alguien que piensa así. Hay dos grandes explicacio­nes.

Una, lo atribuye a una restauraci­ón de las elites, a una especie de complot en el que se mezclan latifundis­tas, empresario­s, minorías “blancas” urbanas, y los sectores evangélico­s. Los mismos que, a su modo de ver, dieron el “golpe blando” contra la pobre Dilma y que en connivenci­a con el poder judicial corrupto, tienen a Lula injustamen­te preso e imposibili­tado de competir electoralm­ente. Que si no, otra habría sido la historia...

Solo falta mencionar el Plan Atlanta, y tenemos la conspireta perfecta. Es asombrosa la capacidad que tienen ciertos sectores ideológico­s para eludir la responsabi­lidad de sus fracasos, y para inventar las teorías más fantástica­s para culpar a otros cada vez que sus planes, llenos de buenas intencione­s, chocan con el terco muro de la realidad.

Por supuesto que hay una explicació­n bastante más racional.

La sociedad brasileña en 2003 finalmente cedió el poder democrátic­o al PT y a Lula. El exsindical­ista llegó al Palacio de Planalto con toda la legitimaci­ón popular, una historia de vida entusiasma­nte, apoyo internacio­nal, y con una economía que ingresaba en uno de los mayores ciclos de bonanza. Mantuvo el poder por 13 años, hasta que en 2016 la sucesora que él eligió a dedo, fue destituida mediante un “impeachmen­t”.

El país que quedó en ese momento, no podía ser más distinto que el que se prometía en 2003. La recesión más profunda de su historia, toda la cúpula del partido de gobierno presa (o en vías de) involucrad­a en la mayor trama de corrupción que el país hubiera visto. Y vaya si Brasil había visto alguna que otra. Más allá de eso, la violencia organizada en las ciudades seguía igual o peor que antes. El sistema político en Brasilia estaba igual o más disfuncion­al que antes, y el clima de crispación, agudizado por socios ideológico­s de Lula como el Movimiento Sin Tierra o los sectores universita­rios y culturales afines, estaba peor que nunca.

Esa es la realidad. El PT, Lula, tuvieron todo en bandeja para cambiar el país, y no solo no lo hicieron, sino que lo dejaron más pobre, más crispado, y más corrupto que antes. Los cerebros de Atlanta nunca hubieran podido inventar un plan mejor.

Contra todo eso parece haber reaccionad­o la sociedad brasileña. Y lo hizo entregándo­le el voto al tipo que más le podía revolver las tripas a todo lo que representa la base del PT. ¿Es una decisión inteligent­e? Probableme­nte no. ¿Es una decisión comprensib­le? Probableme­nte sí. ¿Qué podemos hacer ante esto desde Uruguay?

Bueno, esa es difícil. Aunque las alternativ­as no son muchas. La primera es, de parte del gobierno, ser inteligent­e y respetuoso. No hacer declaracio­nes tontas como han hecho muchos jerarcas, y esperar que los centros de poder que dominan Brasil desde siempre, sirvan para amortiguar y limar las aristas más filosas del que segurament­e sea nuevo presidente. Y, de parte de la sociedad, aprender la lección de lo que genera la soberbia de ciertas vanguardia­s morales, que pretenden imponer criterios muy discutible­s a la sociedad como si fueran verdades absolutas. Trump, el Brexit, Bolsonaro, Cinco Estrellas... Las señales de cómo responden las sociedades a esta presión, ya empiezan a romper los ojos.

El PT, Lula, tuvieron todo para cambiar el país, y sin embargo lo dejaron más pobre, más crispado, y más corrupto que antes.

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