Una perniciosa manera de pensar
Cuando intentamos entender por qué algunos países de la región no logran salir de su ciclo crónico de problemas e incluso por qué Uruguay queda atrapado en esas redes nocivas que frenan o enlentecen su posibilidad de desarrollarse, es necesario entender cómo piensan muchos líderes que tienen peso en el acontecer de nuestro continente.
Días pasados el presidente argentino Alberto Fernández mantuvo una videoconferencia con el expresidente de Brasil Lula Da Silva. El encuentro lo organizó la Universidad Nacional de Buenos Aires.
A lo largo de la conversación, quien hoy maneja los destinos del vecino país hace afirmaciones que no solo preocupan sino que generan desesperanza. Si esa es la manera de ver las cosas, poco se puede esperar en materia de cambios necesarios en Argentina y en la medida que así sea, ello tendrá efectos perturbadores sobre nuestro país.
El presidente Fernández cae en el lugar común de creer que la pandemia tendrán un efecto desvastador sobre el capitalismo. Su razonamiento se basa en una ingenua concepción ideológica. Según el presidente: “la pandemia ha destruido el sistema capitalista que conocimos y puso en jaque a la economía mundial”.
Sin duda la pandemia puso en jaque la economía mundial. Que el mundo entero esté en cuarentena paraliza la economía y apareja dramáticas consecuencias. Muchos países han usado sus recursos para aliviar el efecto social de esa pandemia al costo de dejar sus arcas vacías. Lo único que volverá a dinamizar las economías una vez superada esta emergencia sanitaria, será el capitalismo: la industria, el agro y el comercio volviendo a generar riqueza, crear empleo, traer inversiones y poner al mundo en marcha otra vez. No es una cuestión de que a unos guste el capitalismo y a otros no. Es un hecho. Sucederá porque no hay alternativa. Por cierto cada país verá qué rol juega el Estado en la salida de esta profunda crisis. Algunos le darán mayor preponderancia, otros no. Pero siempre será de la mano del capitalismo y es de esperar que sea en su mejor versión, o sea la economía de mercado.
Alarma pensar que un presidente que gobierna sobre 44 millones de habitantes, juegue con la delirante idea de que tal vez se pueda prescindir del capitalismo en la era pospandemia.
En su conversación, al presidente argentino le vienen arrebatos de nostalgia: “No sabés cómo extrañamos que seas presidente de Brasil, porque otra sería la oportunidad de trabajar juntos”. No repara en que si Lula no está al frente de Brasil es porque durante su anterior gestión tuvo actuaciones cuestionables que no solo lo llevaron ante la Justicia sino que le hicieron perder el favor popular.
Su nostalgia es amplia: “No lo tengo a Néstor (Kirchner), ni a Chávez. No lo tengo a Pepe Mujica, ni a (Rafael) Correa, ni a vos”. Esa ausencia de presidentes “progresistas”, algunos de ellos verdaderos dictadores, lo hace sentir solo. “Hoy somos sólo dos”, dice en referencia al presidente de México, Manuel López Obrador. “Este es otro continente, es diferente al que vivió Cristina, Néstor y vos”.
¡Por suerte!, tendríamos que agregar. Pero además muestra un total desprecio a los actuales presidentes con quienes tiene que convivir, entre ellos al presidente uruguayo.
Fernández critica la política de Trump respecto a los organismos regionales y en especial por romper la Unasur. La
Cada país verá qué rol juega el Estado en la salida de esta profunda crisis. Algunos le darán mayor preponderancia, otros no. Pero siempre será de la mano del capitalismo y es de esperar que sea en su mejor versión, o sea la economía de mercado.
Unasur se rompió sola. No era una organismo integrado por Estados, sino un club sui generis de presidentes compinches que se defendían entre ellos cuando alguno era cuestionado desde afuera. Era obvio que al ir dejando cada uno sus gobiernos, el club se disolvería. Para fortuna de nuestros países.
El estilo prepotente, arbitrario, corrupto y en algunos casos dictatorial de esos gobiernos latinoamericanos marcó las dos décadas pasadas y tuvo un pernicioso efecto sobre América Latina. Los gobiernos frentistas en Uruguay no reunían todas esas nocivas características, pero seducidos por ellos, los defendieron. Y al igual que Alberto Fernández, sienten nostalgia por esa época.
Habría que avisarle a Fernández que esa época ya pasó y lo sabio sería adaptarse a los nuevos tiempos. Ello ayudaría a su país y a la región a salir de su actual entuerto. Pero los bolsones de nostalgia persisten en una región (de la que somos parte) donde los ciclos son recurrentes; por lo tanto no estamos liberados de la posibilidad de que esos tiempos vuelvan y con ellos una tramposa manera de pensar que tanto daña a un desarrollo que beneficie a nuestros habitantes.