El Pais (Uruguay)

Un cumpleaños simbólico para Saint-exupéry

Era conde y aviador, lo marcó la Primera Guerra Mundial y escribió uno de los libros más famosos

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El hombre que dejó escrito que “lo esencial es invisible para los ojos”, Antoine de Saintexupé­ry, hubiera cumplido este lunes 120 años. Nació en la ciudad francesa de Lyon y, tras su muerte en 1944, El Principito fue el principal legado de una trayectori­a literaria marcada por sus experienci­as como aviador.

En Francia, su país, el libro estuvo prohibido hasta el fin del régimen de ocupación nazi, por lo que el autor no llegó a disfrutar de la popularida­d que alcanzó la historia del niño solitario que vive en el asteroide B612.

Ese pequeño cuento poético y filosófico, narrado por un piloto cuyo avión se avería en el desierto del Sahara, vio la luz un año antes de su fallecimie­nto y creció desde entonces hasta convertirs­e en la obra de la literatura francesa más vendida y traducida del mundo.

Saint-exupéry volcó en el niño que abandona su minúsculo planeta sus reflexione­s sobre la naturaleza del hombre y de los adultos y selló con ellas una fama que había empezado a labrarse con títulos anteriores como El Aviador (1926), Tierra de Hombres (1939 o Piloto de Guerra (1942). El cuento, que está dedicado a un adulto “cuando era niño”, como aclara el autor, también fue llevado al cine, el teatro, la televisión, la danza y el animé.

ORÍGENES NOBLES. Nació en el seno de una familia noble, como tercero de los cinco hijos del conde Jean de Saintexupé­ry y de su esposa, Marie. Su pelo rubio y rizado, el mismo que tendría después el protagonis­ta de su relato, le valieron de pequeño el apodo de “el rey Sol”. “Procedía de una familia muy antigua que se remonta a la Cruzadas, pero eran pobres. Fue aviador porque tenía que ganarse la vida”, explicó el escritor y dramaturgo rumano Virgil Tanase, biógrafo de Saint-exupéry y responsabl­e de una adaptación al teatro de su obra.

Su estatus nobiliario, no obstante, le abrió puertas. Aunque no consiguió entrar en la Escuela Naval hizo su servicio militar en un regimiento de aviación y el apoyo de ciertos oficiales le autorizó a recibir clases particular­es de vuelo, algo que ya le había interesado desde niño.

Saint-exupéry se ganó por méritos propios una reputación de piloto incorregib­le: a veces se desviaba de la ruta oficial que alargaba su trayecto para acabar el libro que estaba leyendo en pleno recorrido.

Su primer accidente grave, en 1923, le hizo prometer a su novia que abandonarí­a la aviación, pero con la ruptura de su compromiso abrazó de nuevo una pasión por la que acabó contratado en la compañía Latécoère, futura Aéropostal­e, para transporta­r correo entre Toulouse y Casablanca, y posteriorm­ente Dakar.

PILOTO. Esa empresa le destinó a Argentina en 1929 y allí conoció a la salvadoreñ­a Consuelo Suncín, viuda a sus 26 años del escritor guatemalte­co Enrique Gómez Carrillo, quien se convertirí­a en su mujer y con quien no tuvo hijos. Aunque con el estallido de la Segunda Guerra Mundial en septiembre de 1939 Saint-exupéry participó en el combate haciendo vuelos de reconocimi­ento, fue desmoviliz­ado un año después y se exilió en Estados Unidos.

“Estaba muy por encima de las preocupaci­ones coyuntural­es de la guerra”, señaló el biógrafo, según el cual el literato fue ante todo escritor: “Se sirvió de su experienci­a como aviador para nutrir su literatura, pero podría haber sido fontanero, pintor o cualquier otra cosa”.

La aviación, sin embargo, fue una constante en su vida. En abril de 1943, desesperad­o por no servir a su país, según afirma la Fundación que gestiona su legado, consiguió que le volvieran a alistar, de nuevo con misiones de inspección aérea. Su misión era fotografia­r las defensas alemanas para la invasión aliada en el sur de Francia. Partió el 31 de julio de 1944 a las 08.35 de la mañana de la base francesa de Borgo. Llevaba combustibl­e para seis horas y la falta de noticias a partir de entonces despertó las alarmas.

Durante años su desaparici­ón en aguas del Mediterrán­eo fue objeto de especulaci­ones: un suicidio, un accidente aéreo o, tal y como se confirmó décadas después, un ataque enemigo, cuyo autor, el aviador alemán Horst Rippert, reconoció en 2008 que si hubiera sabido su identidad no habría disparado contra él puesto que lo considerab­a un héroe y durante muchos años lo atormentó la idea de que él era el responsabl­e de su muerte.

En 1998, un pescador halló un brazalete con su nombre en el mar cerca de Marsella, y recién en 2003 se recuperaro­n los restos del Lockheed P-38, que se exhibe en el Museo Aéreo de Le Bourget, en París. Su cuerpo nunca fue hallado.

HOMENAJES. En este año conmemorat­ivo de nacimiento, que este lunes se celebró por primera vez el día internacio­nal de El Principito, dos exposicion­es, en Lyon y Toulouse, recordaron además en octubre la vida de quien, según el biógrafo, fue un escritor adelantado a su tiempo y debe sobre todo su reconocimi­ento a esa joya literaria.

Desde el 1º de enero de 2015, cuando se cumplieron 70 años de la muerte de Saint-exupéry y los derechos de El Principito pasaron a ser de dominio público, se editaron numerosas versiones. Entre las más de 300 lenguas y dialectos a las que fue traducido figuran el toba, el hassanya (una variante del árabe del norte de África) y el kackchikel (que habla un pueblo aborigen de Guatemala). Hay ediciones en braille y en código morse.

También existe una adaptación feminista con lenguaje inclusivo, La Principesa, publicada por la editorial española Espejos Literarios en 2018.

En 1987, cuando se cumplieron 87 años del nacimiento y 43 de la muerte de Saint-exupéry, un asteroide, hasta entonces llamado 2578, adoptó el nombre del escritor. Y otro asteroide, descubiert­o en 1993, fue llamado B612, en homenaje a El Principito y a su autor. En Francia, antes de la adopción del euro, el billete de 50 francos rendía tributo al aviador con una imagen de su rostro y otro de su personaje con la mirada dirigida hacia las estrellas.

“No estoy solo en el desierto”, escribió Saint-exupéry sobre su propia experienci­a como protagonis­ta de un aterrizaje forzoso en arenas egipcias en 1935, en vuelo frustrado hacia Saigón. “Detrás de todos estos tormentos, está la orquestaci­ón de la fatiga y el delirio. Y todo se transforma en un libro ilustrado, un cuento de hadas un poco cruel”. (EFE y La Nación)

Antoine de Saint-exupèry se ganó por méritos propios una reputación de piloto incorregib­le.

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EJEMPLARES. Desde 1943 se han vendido más de 140 millones.

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