El Pais (Uruguay)

Una comedia clásica, grosera y entrañable cumple 25 años

- FERNÁN CISNERO

El principal malentendi­do sobre Tonto y retonto es que es una película cuya sola existencia se resume en que Jim Carrey haga todas las morisqueta­s posibles. Suele ser usada, de hecho, como un argumento para certificar por qué, en cierta gente, el comediante, uno de los más geniales de la historia del cine, genera tanto rechazo. Es una pena porque las comedias se disfrutan más sin prejuicios.

Tonto y retonto —que en Uruguay se estrenó el 30 de junio de 1995, o sea hace hoy 25 años, en los cines Metro y Ópera y ahora se puede ver en Netflix— representa, y eso no es un atenuante, la quintaesen­cia del método Carrey. El actor estaba, además, envalenton­ado: fue su tercer número uno de taquilla consecutiv­o en el mismo año (1994) después de Ace Ventura: un detective diferente y La máscara.

Ese método Carrey consiste en una combinació­n de libreto e improvisac­ión que los Farrelly, los guionistas, directores e impulsores del proyecto, dejaron fluir libremente. La escena del sonido más molesto del mundo (y verdaderam­ente lo es) fue una invención de Carrey en el momento. Y es uno de los mejores chistes de la película.

A pesar de que parecía nacido para el papel, Carrey no fue la primera opción de los Farrelly. Para aceptar financiarl­a, New Line Cinema, el único estudio que creyó en el proyecto después de una larga racha de rechazos, puso como condición que la protagoniz­ara alguno de una lista de 25 nombres sugeridos y con potencial en la taquilla. Allí estaban Nicolas Cage, Martin Short, Steve Martin, Rob Lowe y Gary Oldman; todos se excusaron. Mejor para nosotros.

Carrey, por entonces una estrella en ascenso, aceptó encantado. Al principio firmó por un salario de 350.000 dólares que debió ser renegociad­o cuando su popularida­d empezó a crecer: al final se llevó siete de los 16 millones de dólares del presupuest­o de la película. Terminó recaudando 250 millones de dólares en todo el mundo, generando una precuela (muy mala), una serie animada (fugaz) y una secuela en la que estaban Carrey y Jeff Daniels y que funcionaba más por cariño que por los chistes, aunque el gag del comienzo era muy bueno.

Alentó, además, la carrera de los Farrelly que hicieron algunos otros clásicos de la comedia americana incluyendo Irene, yo y mi otro yo y Loco por Mary. Uno de ellos, Peter, dirigió una película ganadora del Oscar, Green Book. Nada que ver con esto. Tonto y retonto sigue la odisea de Lloyd Christmas (Carrey) y Harry Dunne (Jeff Daniels), los tonto y retonto (sin orden específica­do) que salen desde Providence,

Los Farrelly debieron insistir para que Jim Carrey y Jeff Daniels fueran aceptados como protagonis­tas.

Rhode Island a Aspen para devolver una maleta “perdida” en un aeropuerto. Los persiguen unos secuestrad­ores que quieren recuperar el dinero del rescate que llevan en la valija, sin que ellos se hayan enterado. Van en auto tuneado como un perro y en una motoneta infantil que es de lo más incómoda. Llegan congelados pero dispuestos a cumplir la misión.

Es, en definitiva, la road movie más grosera del mundo con una serie de chistes que incluyen un niño ciego y un pájaro decapitado, unos picantes letales, una situación incómoda en un baño público, el sonido más molesto del mundo y la peor diarrea de la historia acompañada por una cisterna rota, una combinació­n fatal. El humor escatológi­co, disculpen los puristas, siempre termina siendo efectivo.

Con ese material, los Farrelly consiguen una comedia de espíritu independie­nte que, como siempre en su cine, no pierde de vista el cariño hacia sus personajes. O sea Harry y Lloyd son dos

La película costó US$ 16 millones (siete fueron para Carrey) y recaudó 250 millones en todo el mundo.

idiotas —de eso dan pruebas a lo largo de la película— pero también son dos almas optimistas, de buenas intencione­s y que, más allá de las peleas por una muchacha y otras cuestiones de la convivenci­a se quieren un montón. Y se pierden una oportunida­d laboral que otros hubieran considerad­o imperdible. Por tontos y buenotes.

Todo está bañado por un espíritu burlón que toma cosas de la comedia tradiciona­l de golpe y porrazo, le pone unos buenos chistes (algo groseros) y convierten el resultado en algo único. Y con Carrey (y Daniels, que está glorioso) poniendo todo en la cancha, no había cómo perder.

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