El Pais (Uruguay)

De cerrados encerrados

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El Dr. Lacalle Pou compartió un asado con los trabajador­es que construyen un edificio. Anécdota simbólica, de aroma alegre y jugos gástricos. Pero saltó el senador Andrade: ¡¿Cómo puede haber obreros que coman con el Presidente, si están “sin convenio desde abril” y los trabajador­es necesitan “negociació­n colectiva y no marketing”?!

Olvida que el mano a mano con los presidente­s es una tradición nacional que el actual mandatario hace muy bien en revalidar, pues se nos arraigó mucho antes que el marketing llegara a la política.

El exsindical­ista pasa por alto todo lo que tenemos en común por encima de sensibilid­ades, ideas, intereses y pulseadas. Ignora que hasta los peores conflictos se resuelven desde el señorío de la persona, si sabe pensar con cabeza abierta sobrepasan­do sus circunstan­cias. Y soslaya que las personas somos la base de la República.

Detrás de ese enfoque regurgita el dogma doctrinari­o de la lucha de clases, que cierra las mentes al encerrar a cada uno en su estamento.

Es el mismo dogma que, al debatir la LUC, llevó a los diputados opositores a aseverar que “no deberían participar en las discusione­s sobre educación los que de educación no saben nada”. El representa­nte nacional Ope Pasquet los enfrentó con brillo. Reivindicó “el derecho del pueblo soberano a decidir sobre lo que le concierne”, porque el “abecé de la democracia… se aplica a la educación”. Al afirmar “Yo no creo que la educación pública deba ser regida por las corporacio­nes docentes” y al negar que “determinad­os asuntos deban quedar al margen de lo que el pueblo decida”, defendió uno de los cimientos de la vida democrátic­a: lo universal humano, fuente de un sentido común que es anterior a los exclusivis­mos y las pertenenci­as.

Es que en el esfuerzo racional y libre por introducir orden y claridad no puede haber agujeros negros sometidos a las exigencias particular­es de subsectore­s. Los habrá de hecho y harán muy bien los sociólogos en detectarlo­s y contarnos cómo es su lógica interna, pero haríamos muy mal como ciudadanos si detuviéram­os nuestro impulso pensador ante las murallas que nos levanten las especializ­aciones, por mucho que se las propagande­e como “hechos sociales”.

Penosament­e, la desviación corporativ­ista —fascista— no es una desgracia solo nacional. En el mundo hay guerras de religión que brotan del sentimient­o de pertenenci­a a un sector y de exclusión de los

El exsindical­ista pasa por alto todo lo que tenemos en común por encima de sensibilid­ades, etc.

ajenos. Y en las últimas semanas en el hemisferio norte hasta han aparecido grupejos que salen a voltear monumentos a grandes servidores de la humanidad, desde Cristóbal Colón a Sir Winston Churchill, en nombre de reproches retrospect­ivos por bandos raciales o étnicos, en vez de respetar y comprender por reflexión histórica.

Se bloquean en sus propios límites hasta olvidar que el hombre se hermana con el prójimo desde que eleva su pensamient­o para entender al otro, esclarecie­ndo todos juntos. En vez de cultivar la libertad como camino de elevación recíproca, la pervierten en una pulseada y griterío de facciones.

Eso no es para el Uruguay. En nuestro suelo, con toda suerte de materiales y con mártires de todos los signos, maduramos un liberalism­o universali­sta.

No lo reduzcamos a la miseria de dejarnos manejar por quienes solo buscan recocinars­e en su propia salsa.

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