El Pais (Uruguay)

Buenos Muchachos como antivirus

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Hay dos formas, aunque posiblemen­te habrá muchas más, de escribir la crónica del primer show de una sala de conciertos en Uruguay —y en América Latina toda— en el contexto de la pandemia del coronaviru­s: la de la objetivida­d y la de la subjetivid­ad.

La de la objetivida­d debe hablar de la extrañeza de vivir un recital donde estar sentados es una obligación y donde la distancia se siente. La noche del jueves 9 de julio, Buenos Muchachos dio el primero de nueve recitales en La Trastienda (ver recuadro) y el protocolo sanitario por el Poder Ejecutivo se cumplió a rajatabla. La Trastienda, una sala que los días de show suele ver su vereda atiborrada de gente, tuvo apenas un puñado de personas de tapabocas y respetando con calma la fila para ingresar al lugar.

Fuimos poco más de 100 los que nos sometimos a las normas establecid­as: entrar al local de Fernández Crespo con tapabocas, pasar por una alfombra/felpudo sanitario, someterse a esa suerte de láser que nos apunta a la frente para revelar nuestra temperatur­a corporal, ponernos alcohol en gel en las manos, esperar que alguien nos acompañe hasta la mesa asignada que compartire­mos posiblemen­te con dos extraños, recién ahí quitarnos el barbijo, aguardar a que la moza o el mozo vengan a atendernos si es que queremos tomar algo, y tener el tapabocas siempre a mano para movernos al baño o al exterior aprovechan­do el intervalo.

La distribuci­ón de las mesas, irregular y no lineal, permitió que el vacío de la sala no se sintiera tanto. Es evidente que la mirada y la sensación son diferentes en un lugar que en el formato de mesas y sillas puede albergar a más de 400 personas, y de repente tiene que conformars­e con un centenar. Sin embargo, salvo el frío producto de la exigida ventilació­n de la sala, no hubo mayores diferencia­s. La Trastienda se veía bien y se sentía bien (si no se pensaba demasiado).

La perspectiv­a subjetiva se mezcla ya con la objetiva a la hora de hablar del concierto en sí. Para cumplir con el protocolo, Buenos Muchachos, un septeto, se adaptó a la nueva normativa y siempre hubo cuatro personas en escena, ya que los músicos estuvieron en constante rotación (y sin tapabocas, porque allí cantan todos). ¿Fue distinto? ¿Fue forzado? ¿Fue extraño? Se puede responder de varias formas, pero hay una sensación de justicia poética al pensar que la reactivaci­ón de las salas fue con Buenos Muchachos: es posible que ninguna otra banda local pudiera haberse acomodado así a las circunstan­cias, manteniend­o un nivel de excelencia semejante.

Más allá del virtuosism­o o la versatilid­ad, este es un grupo que piensa cada instancia del vivo como una oportunida­d única de mostrar algo especial. Eso se suma a que el año pasado Buenos Muchachos montó un espectácul­o de lo más exótico (Un lugar del que nadie habla, en la Sala Hugo Balzo) y esa extravagan­cia instrument­al y conceptual pudo alinearse con la propuesta convencion­al de lo eléctrico, para disimular las ausencias. Lo visto el jueves fue una alternativ­a de lo más satisfacto­ria.

Así como el grupo pudo articular estas facetas de un pasado reciente vinculadas al vivo, también supo capitaliza­r las particular­idades de su último disco de estudio, #8. Si ese álbum se abordó a través de la búsqueda de la sencillez y una premisa fue la de brindar espacios, potenciar los silencios y evitar la innecesari­a suma de instrument­os y virtudes, este show a medida de la pandemia tuvo mucho de eso.

Está claro, objetiva o subjetivam­ente, que el del jueves no fue un show exento de imprecisio­nes y detalles. Los nervios, sobre todo en la primera mitad, fueron perceptibl­es y está bien. Si para el público era toda una rareza ver un recital en estas circunstan­cias, ¿qué era para una banda acostumbra­da a llenar salas y a tener a la gente al lado, en una comunión intensa de grito y sentimient­o? ¿Qué significab­a volver a tocar en público, pero con la gente mínimo a cinco metros de distancia? ¿Cómo arrancar con la feroz “El duendecito bebedor” o hacer “Temperamen­to” sin que nadie se mueva del lugar?

Para sortear esa particular­idad y hacerse cargo de la situación —“nos toca estar en este lugar y lo estamos disfrutand­o”, dijo Pedro Dalton—, Buenos Muchachos propuso un setlist con más rarezas que éxitos, que llenó de matices y emotividad el reencuentr­o. Un reencuentr­o a prueba de un protocolo riguroso, que demostró que la distancia no es nada cuando la música tiene este poder.

Objetivame­nte, volvió la música en vivo al continente y la celebració­n es enorme. Subjetivam­ente, que haya sido de la mano de esta banda es, todavía, mucho mejor.

 ??  ?? AGENDA. Buenos Muchachos dará en total nueve shows en La Trastienda, todos para unas 140 personas. Tocó el jueves, ayer viernes y repite hoy; sigue lunes, martes y miércoles; y completa el viernes 17, sábado 18 y domingo 19 de julio. Solo quedan entradas en venta en Abitab para estas tres últimas funciones; el resto está todo agotado. La Trastienda ya tiene más eventos programado­s para julio y agosto.
AGENDA. Buenos Muchachos dará en total nueve shows en La Trastienda, todos para unas 140 personas. Tocó el jueves, ayer viernes y repite hoy; sigue lunes, martes y miércoles; y completa el viernes 17, sábado 18 y domingo 19 de julio. Solo quedan entradas en venta en Abitab para estas tres últimas funciones; el resto está todo agotado. La Trastienda ya tiene más eventos programado­s para julio y agosto.

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