TEMEN POR AGUA Y ABEJAS
GGG hectárea y media. Hoy tienen 70 y la planta de Eco Australis se les va a instalar a unos 150 metros.
—Va a haber que acostumbrarse a vivir con los olores, pero voy a tener que seguir. Las corrientes de agua van a traer todo para este lado y yo voy a tener que regar. Eso es lo que van a comer los uruguayos. Alguna cebolla capaz que te toca —dice Horacio, y apenas sonríe festejando su broma debajo de su boina vasca.
La planta de Eco Australis se propone emplear a 10 obreros para su construcción, que demorará entre dos y tres meses; luego contratarán de tres a cinco personas para trabajar de manera permanente, en turnos de ocho horas, de lunes a viernes. El documento que entregaron a la Dinama dice que en caso de que “el emprendimiento sea exitoso”, el personal podría duplicarse.
Horacio ya no sonríe, sino que lanza una carcajada. Él tiene cinco empleados fijos y en tiempos de cosecha contrata a unos cuantos más.
—La semana pasada vinieron 50. Se quedan tres o cuatro días, van y vienen. Son momentos puntuales, pero es mucho el trabajo que damos, trabajo de verdad.
De sus plantaciones saca entre 700.000 y 900.000 kilos de cebolla por año, lo que vuelca todo al mercado interno. La mayoría va para los supermercados de la capital. Es considerado un productor grande. En total en todo el país se plantan unas 1.000 hectáreas de cebolla. La producción es importante, dice, porque cerca tiene un apicultor con 30 colmenas —10 más que las que Eco Australis dice que hay próximo al predio donde colocará la planta. Las abejas son las que se encargan de transferir los granos de polen haciendo que las cebollas —en este caso— se reproduzcan.
Daniel Ponce: “Una cosa es que traigan cueros y plumas, y otra que nos traigan todo el triperío”.
César González: “Acá no. Si tengo que pararme con un revolver en la puerta del campo, me voy a parar”.
—Nosotros estamos temblando, porque acá hay un montón de inversión que no la hacés en dos días. Tenemos bastante saneado, pero también pedimos créditos. Y esto, si viene la planta, va a ser invendible. Va a pasar como en Cañada Grande, que los campos pasaron de valer US$ 8.000 a US$ 2.000.
Horacio se refiere al basurero de Cañada Grande, cerca de Empalme Olmos, que recibe unas 450 toneladas de basura por día, y que también ha sido un dolor de cabeza para los vecinos de esa zona.
¿UN MAL MENOR? Eduardo Andrés, flamante director de la Dinama, trata de ponerle paños fríos a todo este asunto. Lo que él advierte es que históricamente el plan del organismo ha sido disminuir la concentración de residuos, y que para eso los distintos gobiernos se han valido del trabajo de empresas privadas que han desarrollado tecnología para poder hacerlo. En este sentido, dice que emprendimientos como el de Eco Australis, aunque son vigilados de cerca, suelen ser vistos “con buenos ojos”.
—No es lo mismo que un frigorífico tenga que distribuir sus desechos en un territorio cualquiera, buscando el menor costo de disposición de los residuos, a que lo haga en una planta de estas características con el menor costo posible para el medio ambiente. La diferencia que tiene esta planta es que además de compost y residuos orgánicos, lleva adelante otra práctica que se llama landfarming, que es un procedimiento que se utiliza para productos derivados del petróleo.
En cuanto a qué concretamente se espera que la planta reciba, explica que se trata, más que nada, de aceites o combustibles que puedan ser producidos en una estación de servicio o en un taller. Comúnmente lo que pasa con estos residuos, señala Andrés, es que terminan en canales o cursos de agua, donde son llevados “de manera ilegal”.
—El landfarming, ¿qué es? —continúa el director de la Dinama—. La disposición de esos residuos en un suelo que sea apto para recibirlos, que tenga material orgánico. Los microorganismos presentes en el suelo, más la actividad del sol y del agua, procesan esos derivados de hidrocarburos. Lo que se hace es neutralizar esa actividad supuestamente tóxica y anclarlos en el lugar. Esa planta lo que hace es depositar los productos en el suelo.
Andrés reconoce, sin embargo, que esto tiene aspectos negativos. Dos de los más importantes, dice, son la producción de olor, “por la oxidación de la materia orgánica, que produce fermentaciones”; y el ruido, “por los camiones que van a transitar la zona”. Sobre la desaparición de abejas —que el informe de Adapta asume, pero no aclara si es que lo que emane de la planta las aniquilará o provocará que emigren—, dice no tener conocimientos. No menciona nada sobre la contaminación de los cursos de agua.
El director de la Dinama advierte que al haberle dado Nario, su antecesor, la viabilidad ambiental de localización, quiere decir que ya se hizo un análisis del lugar y se revisó que los aspectos negativos del proyecto no sean mayores que los positivos. De aquí en más lo que queda es que la Dinama recoja las opiniones de los vecinos y de la Intendencia de Canelones, y pida, en caso de que lo crea necesario, que Eco Australis realice algunas modificaciones a su proyecto.
—A la actividad en sí, si hubiera que ponerle puntaje, es un buen puntaje, porque pasamos de mirar para un lado y tirar los residuos para el otro, a procesarlos con seguridad y responsabilidad. De todos modos entendemos el reclamo de la gente, lo tenemos en cuenta, y estamos evaluando la situación. Desde el punto de vista legal, instalar una planta de ese tipo en un lugar rural, se puede. Salvo que haya algo jurídico... Tenemos que respetar el derecho privado. No digo que vamos a respetar solo el derecho privado, sino que vamos a tener en cuenta todo — concluye Andrés.
MADE IN URUGUAY. José Pedro Alegre tiene 64 años y trabaja desde los 15 en la misma quinta de Empalme Olmos. Son 150 hectáreas que cambiaron de dueño una y otra vez, pero hace mucho que él es el encargado. Es todo pera y limón. Sacan 750.000 kilos de cada uno por año. Y según él, es de lo mejor que se cultiva en el país. Nada de insecticidas y nada para el mercado uruguayo. Todo se exporta a Italia. Entrar a Europa no es fácil. Y su mayor temor es que esa puerta que tanto costó abrir, se cierre de un portazo.
Para no usar insecticidas lo que José Pedro hace es llevar adelante un procedimiento que se conoce como “confusión sexual”. Los dos insectos que más se suelen ver atraídos por sus cultivos se llaman carpocapsa y grafolita. Lo que hace es evitar que estos se reproduzcan haciendo que el macho nunca encuentre a la hembra. Esto lo logra a través de ciertos productos químicos que emiten un olor idéntico al de la hembra, entonces “el macho no sabe para dónde ir”.
Otra exigencia de la Comunidad Europea para que estas peras y estos limones puedan cruzar el océano es que no haya nada de basura en el sitio en el que se producen.
—Tenés que tener un campo limpio. Si recibís algo de plástico lo tenés que devolver. O sea, si trajiste cinco tanques de aceite, que se usa para calentar las plantas para que las flores salgan más parejitas, tenés que llevar esos tanques a un lugar específico en Montevideo. Te das cuenta, entonces, de que si no puedo quemar un tanque en la quinta, si no puedo usar fertilizantes, mucho menos puedo tener una planta de estas cruzando la calle —dice con indignación José Pedro.
Una de las plantaciones de limones está exactamente allí, a escasísimos metros del terreno de Eco Australis.
En cuanto al costo de esta quinta, solo para la confusión sexual invierten US$ 12.000 por cosecha de cada uno de los cultivos. José Pedro dice que 11 familias viven gracias a estas plantaciones, y que hay días en que hay hasta 45 personas cosechando limones.
—Traigo a trabajar gente hasta de Salto. Están acá dos o tres meses y se vuelven. Acá sí hay trabajo —me dice casi a los gritos.
José Pedro planta tres tipos de peras: Santa María, Abate Fatel y Barlett Roja. Las últimas dos difíciles de conseguir en ferias y supermercados uruguayos.
—Si nos cortan el mercado europeo, todas estas peras yo las tengo que volcar al mercado interno. Si eso pasa, nadie más vende una pera en Uruguay. No hay peras como estas.
CON LOS VECINOS. Leonardo Herou, director de gestión ambiental de la Intendencia de Canelones, dice que se enteró de qué iba el proyecto de Eco Australis a través del informe de Adapta publicado en la web. Luego elaboró un documento que la comuna envió a la Dinama, en el que advierte que la planta no puede empezar a construirse hasta obtener un permiso del gobierno departamental.
Además, en el escrito de dos carillas al que accedió El País, hace una puntualización de las que entiende son las contradicciones del proyecto. Por un lado, advierte que mientras la empresa presenta su intención de hacer una Planta de Valorización de Residuos Orgánicos, al leer la información presentada por ella misma se devela que en realidad se trata de una Planta de Tratamiento y Disposición Final de residuos Categoría I y II. También advierte que aunque la planta dice que va a gestionar residuos procedentes de frigoríficos y avícolas, “queda la duda” sobre el tipo de residuos al que se refiere.
—Una cosa es procesar cueros y pluma, y otra tripas —alerta sobre este punto Daniel Ponce, el vecino.
Herou también pide, entre otras cuestiones, que se haga un monitoreo de los tajamares y tanques por donde los residentes sacan agua, para determinar si estos se pueden ver contaminados.
Consultado sobre si la planta podría no ser habilitada, Herou prefiere no dar certezas para un lado, ni para el otro.
—A cualquier habilitación se le puede decir que sí o que no. Si a la intendencia no le convence no se va a aprobar, pero todavía no nos llegó la documentación que pedimos para analizarla.
El País intentó comunicarse con Eco Australis a través de un e-mail de la empresa que figura en el resumen del proyecto publicado por la Dinama, pero no obtuvo respuesta.
ACÁ NO. Pegado al terreno donde estaría ubicada la planta también está el tambo de César González. El suyo casi es un mandato familiar. Su padre compró el primer tambo en 1952, cuando él tan solo tenía seis años. Siempre trabajaron para Conaprole, la empresa láctea que había nacido algunos años antes, en 1936. Es un predio de 250 hectáreas en Empalme Olmos, donde viven él, sus cuatro hijos y sus 10 empleados.
González jura que es uno de los más grandes tamberos en venderle a Conaprole, y luce números impresionantes. En 2010 le entregó a la empresa 1.890.722 litros de leche. En 2015 alcanzó su récord: 2.600.238 litros. Y en 2019, 2.338.381.
—No me pueden poner un basurero. Me van a contaminar el agua con la que les doy de tomar a las vacas. Y se va a llenar de mugre, de ratas, de perros, de cualquier cosa. Si me tengo que parar con un revólver en la puerta del campo, me voy a parar. Pero de acá no me sacan. Acá no.