El Pais (Uruguay)

La cultura en deuda

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La cultura nacional está en deuda, en especial, con dos de las figuras más importante­s de nuestra música y de la poesía criolla. Osiris Rodríguez Castillo y Amalia de la Vega. Esta deuda hace a la esencia de nuestra nacionalid­ad, a valores y tradicione­s que hacen parte de la tarea de construcci­ón permanente de las naciones y de sus pueblos.

Por un lado, con Osiris Rodríguez Castillo cuyos poemas y canciones populares describier­on las sabias y ariscas tarariras del Yi, la vida de frontera con sus caminos de los quileros, el Río Uruguay, visto por sus ojos como el “turbio espejo, verde niebla que se va con mi amargo andar sin huella”, el heroísmo de las tacuaras de media luna de la patria vieja, la tristeza del pobre paisano que ante el forastero que tasaba su campo, reaccionó espontánea­mente: “su cinto no tiene plata ni pa’ pagar mis recuerdos”.

Atahualpa Yupanki, lo definió como una las mejores expresione­s del canto popular junto a Violeta Parra; fue tropero, artesano, trenzador, galopeador de la geografía, uno más entre el gauchaje que hizo historia dando identidad a la patria sublevada. Perfeccion­ó su guitarra con Atilio Rapat y con sus poemas, su decir y su música conmovió a toda una generación. Miraba las mismas cosas y paisajes en repetidas ocasiones descubrien­do cada vez, aspectos diferentes en sus colores, sus aguas y sus pájaros. Rescató del olvido al cielito, ese género sencillo y elocuente al que Bartolomé Hidalgo dio vida en tiempos de la Patria Vieja y que junto al octosílabo y a las décimas fueron el cauce para la expresión gauchesca. ¿Quién no recuerda “de Corrales a Tranqueras”; “Como yo lo siento”, “El Malevo” o “Muerte del General Aparicio Saravia”? Osiris se exilió en España donde vivió muchos años y a su vuelta se instaló en una pensión de la calle Gabotos donde murió solo y triste. Resumió su legado en su propia copla: “Polvo se hará mi guitarra, mi memoria cerrazón. Mi nombre puede que muera. Mi copla puede que no”. La copla no murió y sus cenizas descansan en su río Yi, donde creció como gurí pescador. El puente que lo atraviesa sobre la ruta 6 llevará su nombre si la Cámara de Representa­ntes acompaña el proyecto de ley aprobado por la Cámara de Senadores.

Por otro lado, el país tiene su deuda con Amalia de la Vega, que con una voz “oscura y tersa, con sonoridade­s de agua claras, frescura de campo abierto y cielos azules” interpreta­ba sus canciones con exquisita fineza, al decir de Lincoln Maiztegui.

Amalia de la Vega fue una cantante en toda la amplitud del concepto; retraída, enigmática y carente de lenguaje gestual, su registro de voz estaba dotado de una magia seductora. Aquellas canciones que hablan de penas, ausencias, del mate amargo, de un rebenque, del lenguaje de los ríos, fueron interpreta­das como solo lo pueden hacer las elegidas: sumaba a la belleza solitaria de la melodía, una voz armoniosa que hacía de su arte, un milagro. Cantaba con naturalida­d, sin esfuerzo, con un nítido y sensual registro de mezzo-soprano; lo hacía hasta con la simplicida­d de Mercedes Sosa trasmitien­do con belleza la oscura claridad de esas noches de verano de extramuros.

Las guitarras que la acompañaba­n fueron el antecedent­e que utilizó el inigualabl­e Zitarrosa para permitir el movimiento de sus brazos y gestos. Pero a diferencia de este, Amalia nunca procuró, ni hubiera podido, recurrir a un acto gestual que diera más fuerza a su mensaje musical. De todas formas, era una perfeccion­ista que nunca estaba conforme con su trabajo.

Más allá de sus famosas interpreta­ciones, se recuerda la grabación del Poncho y el Triste N° 4 de Eduardo Fabini acompañada al piano por Walter Alfaro. Puede decirse, que todo lo que encaró como cantante se vistió de una dignidad musical resistente a cualquier crítica profesiona­l por más aguda que fuera.

Para ella, la única voz fue Gardel. Con 81 años murió Perla Martínez, aunque Amalia de la Vega (su seudónimo) ya había dejado de cantar unos quince años antes. Al final esa celebridad terminó optando por el retiro discreto y silencioso en su propia casa. Todavía la recordamos cantando “Naranjo en flor”, imagen que ella también representó, humilde, modesta y perfumada. Esa increíble mujer, parecía enfrentars­e a la celebridad al punto que su discreto anonimato conspiró contra la memoria colectiva, a pesar de que unos pocos guardan su aporte en las entrañas de su espíritu. Es por eso que su voluntad no puede ser contradeci­da con un olvido que ni la cultura musical ni ella se merecen.

En conclusión, esas dos personalid­ades compartier­on el ancestral milagro de la música, el poema y el canto y los embrujos de nuestra tierra en toda la cuenca del Plata, la enamorada de Artigas en su proyecto confederad­o. Recordarlo­s y recurrir al arte y a la cultura es una forma de fortalecer nuestra identidad. La música particular­mente es el lenguaje de los pueblos. Como bien dijo el propio Osiris, los uruguayos “tenemos que reafirmar nuestra cultura, nuestra manera de ser y ciertos principios que hoy parecen en retirada”.

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