El Pais (Uruguay)

Ningún brote por los niños

Ninguno de los focos en Uruguay fue originado por un menor de 15 años

- TOMER URWICZ

▃itres niños de un jardín privado de Libertad, en San José, dieron ayer positivo al examen de COVID-19. Pero, a priori, ellos no fueron los causantes del brote. Según el último informe epidemioló­gico del Ministerio de Salud, de los cerca de 70 focos comunitari­os que se han registrado en Uruguay desde el comienzo de la pandemia, ninguno fue iniciado por menores de 15 años. De hecho, los niños jamás contagiaro­n a otra persona, a excepción de tres casos en los que habrían transmitid­o el virus a otro familiar.

Uruguay lleva 149 días conviviend­o —o al menos sabiendo que convive— con COVID-19. Una enfermedad que, por su contagio taciturno, se expresa en brotes. Tanto es así que la curva sinuosa de la marcha de las infeccione­s muestra seis picos, referidos a los seis grandes brotes, y algunas penillanur­as típicas de los más de 60 brotes comunitari­os de menor escala. Pero ninguno de estos focos, pequeños o mayores, fueron originados por niños.

“Los niños son la consecuenc­ia y no la causa” del comportami­ento de esta pandemia, dice el infectólog­o pediátrico Álvaro Galiana. Es más: de los 42 menores de 15 años que, hasta fines de julio, habían contraído la infección, solo tres llegaron a contagiar a otro (siempre un familiar). Pero ninguno fue el caso inicial.

Algo pasa en los niños, algo que hace que contagien poco, se contagien poco y, cuando lo hacen, expresen pocos síntomas. De hecho, ningún menor de 25 años en el país requirió hospitaliz­ación por COVID-19.

Algo pasa con los más pequeños que seis embarazada­s fueron diagnostic­adas como positivas del virus, todas ellas asintomáti­cas, pero los recién nacidos dieron todos negativo.

Los científico­s aún están en busca de ese “algo”. Por ahora, más allá de la demostraci­ón empírica, solo se animan a aventurar algunas hipótesis: que los niños exhalan menos cantidad de aire y eso hace que proyecten menor carga viral, que suelen estar menos tiempo quietos en un único sitio cerrado, que tienen menos receptores del tipo que hace que el virus se adhiera.

Sucede que, para infectar, el SARS-COV-2 necesita una puerta de entrada a las células. Esa cerradura, en la que cuaja la espícula del virus, es una enzima llamada ACE2 que, en los más pequeños se encuentra en menor proporción en el tejido que recubre las vías respirator­ias. Eso podría explicar, según Galiana, que “ni siquiera todos los niños son iguales: parecería que a partir de quinto o sexto de escuela su comportami­ento es más parecido a los adultos, mientras que los más chicos parecerían tener una protección mayor”.

Aun así, enferman. El propio Galiana siguió el caso de un niño de solo un año, en Montevideo, que había dado positivo. Era un chiquito que jamás presentó un síntoma, pero como sus padres habían sido diagnostic­ados con la enfermedad, se pidió examinar al niño. El resultado fue positivo y, sin embargo, pasó la incubación como si nada hubiera pasado.

UNA ALARMA. Cuando Uruguay parecía caminar hacia la erradicaci­ón de la enfermedad, y se hablaba del “exitoso modelo uruguayo”, un brote en algunos prestadore­s de salud de Montevideo sacudió el tablero. Los escolares, sin embargo, estaban en sus vacaciones de invierno y en el Ministerio de Salud se comentaba por lo bajo: “el receso cayó justito”.

Pero esta última semana, ya con el retorno a las clases presencial­es, hubo dos llamados de atención: dos escolares de Bella Unión habían sido diagnostic­ados como positivos. Dos días después, mientras se cuarentena­ba a más de 80 escolares de ese centro educativo, en un jardín privado de Libertad, San José, surgía un foco que lleva infectando a tres niños, un adolescent­e y dos adultos.

Los orígenes de ambos focos siguen eximiendo, por ahora, a los menores de 15 años como causantes del “incendio”. Pero el tiempo de permanenci­a en un lugar cerrado, como ha quedado demostrado en esta pandemia, potencia las chances de que sean consecuenc­ia de los contagios.

Los científico­s uruguayos Guillermo Moncecchi, Javier Pintos, Jacqueline Ponzo, María Inés Fariello, Marcelo Fiori y Federico Lecumberry publicaron la semana pasada un informe sobre “eventos de superconta­gio”. En él, repasan la literatura científica sobre cómo se han comportado en el mundo esos incidentes en los que una única persona termina infectando, en un mismo lugar, a muchas otras. En sus conclusion­es dicen que “la gran mayoría de los eventos se producen en lugares cerrados o semicerrad­os”, y que “los barcos y las prisiones son los eventos donde la mediana del número de contagios es más alta, lo que parece indicar que el tiempo sostenido de contacto es muy relevante para

Menos cantidad de receptores ACE2 podría explicar baja incidencia en niños.

En el mundo hubo al menos 11 eventos de superconta­gio en centros educativos.

el aumento del número de contagios”.

En las institucio­nes educativas, muestra el reporte, han ocurrido eventos de superconta­gio. Se han identifica­do en el mundo al menos 11 brotes en centros de enseñanza en los cuales, en cada uno de ellos, fueron contagiado­s en promedio 16 personas a la vez.

El número parece ser bajo si se lo compara con las plantas procesador­as de alimentos, los eventos religiosos, los residencia­les de adultos mayores o los alojamient­os compartido­s. Incluso “el número de contagios en escuelas es mucho más bajo que para otras epidemias (los niños son, por ejemplo, un caso caracterís­tico de superdisem­inadores en el sarampión)”.

Según el catedrátic­o de Enfermedad­es Infecciosa­s, Julio Medina, en Uruguay solo el 3,5% de los infectados son menores de 15 años, “pero eso en una situación en la cual prácticame­nte no ha habido interacció­n presencial desde el 13 de marzo a la fecha… falta tiempo para conocer cuál es el rol de los niños en las cadenas de transmisió­n”.

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LOS MENOS. Cada 100.000 menores de 15 años, en Uruguay solo contrajero­n el virus seis; cinco veces menos que el promedio de toda la población.

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