El Pais (Uruguay)

El ,desu pasión incorregib­le por la lectura, de las señales que Luis Lacalle Pou ha volcado hacia Argentina y del modo en que “la peste ha resultado providenci­al” para Alberto Fernández.

Escritor y periodista Jorge Cayetano Zaín Asís habló con El País de su carrera

- PABLO COHEN

Entrevista­r al mejor escritor de ficción del Río de la Plata es un placer. Así debería ser presentado Jorge Cayetano Zaín Asís y, sin embargo, su propia versatilid­ad ha hecho que también se transforma­ra en referencia obligatori­a del análisis político a través de dos medios regulares: el canal América, donde dialoga todos los miércoles con Luis Novaresio en el programa “Animales Sueltos”, y Jorgeasisd­igital.com, su portal de “periodismo artesanal”.

Nacido en Avellaneda en el año 1946, Asís no solo es un reportero de nota que no reniega de su pasaje por la política, sino que, paralelame­nte a esa estampa de analista corrosivo, lúcido y contracult­ural, el autor de “Cuaderno del acostado” ha creado un universo literario hipnótico. Hipnótico por su sintaxis, por su incorrecci­ón política, por su sentido del entretenim­iento, por su frescura, por el modo en que refleja la vida institucio­nal de la Argentina, a la que pinta como un verdadero maestro sociológic­o, y por una capacidad expresiva que no reniega de la autenticid­ad, de la belleza y hasta de la ternura.

“La lectura es para mí una cuestión orgánica”, declaró Asís en esta entrevista exclusiva con El País, y se nota en cada una de las palabras que enhebra un autodefini­do “profesiona­l de la palabra” que se confiesa “adicto a la interpreta­ción del poder”. Acerca de su carrera, de la realidad política del Río de la Plata, de los libros ajenos que le dieron felicidad y de los propios que le otorgaron fama o prestigio, fue esta conversaci­ón con el creador de “Carne picada”, algunas de cuyas mejores líneas rezan: “La noche en Buenos Aires caía como una desgracia. Daba, más que nunca, la sensación de que sobrevivir era una tómbola, una ruleta rusa que de tanto horror podía finalmente hacerse monótona”.

-El Uruguay no es un país más para usted. ¿Por qué?

-A mí me conocen en el Uruguay. Yo presenté libros allí en una época que también fue muy sombría para su país. Llevé “Flores robadas en los jardines de Quilmes” cuando se hizo una Feria del Libro en una especie de subsuelo extraño, alrededor de 1981. Lo que pasa es que para muchos argentinos Uruguay es una especie de balneario cordial, pero yo lo conozco bien (risas). Conozco el interior, su literatura y algunos de sus escritores fundamenta­les, de los que ya nadie habla, como Carlos Martínez Moreno, Felisberto Hernández y Mario Arregui. Y si tuviera que radicarme en Uruguay, optaría por Montevideo, donde me recuerdo en caminatas con Enrique Estrázulas, que me llevaba a una parrilla insólita donde pasé una noche maravillos­a.

-Estrázulas: un fenómeno. -¡Enrique era un amigazo! Con él nos reencontra­mos en París, yo como embajador ante la Unesco y él como agregado cultural. Llegamos prácticame­nte para la misma época, y una vez tuvimos que hacer un trámite juntos por algo que nos concernía a los dos. Y no sabés cómo nos divertimos, porque él no solo me conocía sino que me imitaba. Aparte, está su “Pepe Corvina”. Una vez, Enrique contó una anécdota maravillos­a. En un reportaje medio loco que le hicieron, Onetti agarró y dijo: “¿Qué dicen que Jorge Asís es como Roberto Arlt? Qué va a ser como Roberto Arlt. ¡Ese es un atorrante y nada más!” (risas). Y “Estrázulas de la Banda Oriental”, que era muy amigo mío, le reprochó: “¿Cómo va a decir que Jorge Asís es un atorrante?”. Onetti le contestó: “¡Pero decime la verdad!”. Así que Estrázulas le dijo: “Sí, es un atorrante”. “¿Y entonces para qué me jodés?”, fue la respuesta final de Onetti (risas). Aunque lamentable­mente no lo conocí, yo lo admiré mucho a Onetti, porque fue un maestro. Y a Benedetti lo recitaba de memoria de joven.

-Aquella fue una generación fabulosa.

-Pero por favor: ¡la cantidad de minas que he levantado recitando “A la izquierda del roble”! (risas).

-¿Cómo un lector contumaz como usted todavía encuentra tiempo para dedicarle a esa pasión?

-La lectura para mí es una cuestión orgánica. Yo leo permanente­mente: me puedo levantar a las tres de la madrugada, y entonces el insomnio es casi un acto creativo, porque salto de alegría, leo, escribo, qué sé yo. Acá al lado tengo una edición en francés de una biografía de Aragón. ¿Quién va a leer una biografía de Aragón en este momento en la Argentina? Levanto un libro y aparece otro de historia, escrito por Luciana Sabina. Y al lado está “Le prix de la démocratie”, de Julia Cagé, la mujer de Thomas Piketty. Leo permanente­mente. Incluso, con un celular me alcanza. -Antes de hablar de actualidad política, sería interesant­e que nos detuviéram­os en este texto de 1983 para saber qué le hace sentir hoy, en el año 2020: “Asís tiene vocación de bestseller; los aspectos autobiográ­ficos de ‘Flores robadas en los jardines de Quilmes’ y de ‘Carne Picada’ lo enuncian con lealtad, y parte de su grandeza literaria está íntimament­e vinculada a su operación sobre dimensione­s comerciale­s desde el texto –no fuera de él- en un género que es de su exclusivo patrimonio. A diferencia de otras obras (¿acaso ‘El extranjero, de Camus’, y ‘Celda sin número’, de Timerman, por ser bestseller­s dejan de ser obras maestras de la ficción?), el éxito es, en los bestseller­s de Asís, una condición literaria”. Estamos hablando, por supuesto, del gran Rodolfo Enrique Fogwill.

-Quique Fogwill era un tipo muy lúcido, brillante, inteligent­ísimo. Lo conocí mucho y le tuve mucho aprecio. Era muy interesant­e y él creía que era un buen poeta, pero fundamenta­lmente era un buen narrador, y no por “Los pichiciego­s”, el librito que escribió sobre Malvinas en seis días, con muy buena informació­n que tenía de prensa extranjera, sino por “Muchacha punk”, un libro de cuentos maravillos­o. Pero todo eso me parece casi folclórico porque, por suerte para mis colegas y para mucha gente del submundo literario, yo ya no soy más bestseller. Cuando me hice periodista, me empezó a sostener la firma de Oberdán Rocamora. Y como escritor pasó el furor de esa cosa tan transitori­a que se llamó “el fenómeno Asís”. A partir de 1983 entré en una especie de retroceso por haber tenido éxito en aquellos años patéticos, lo cual se tomaba como una transgresi­ón y me trajo muchos problemas en Argentina y en el exterior. Yo seguí permanente­mente con la literatura, pero para el lector es como si mi vida hubiera culminado con “Diario de la Argentina”. Entonces llegó una etapa de caído, de acostado. Y las novelas que produje en los 90, en los que mi vida cambió totalmente, son las que se leyeron menos. Volví a ser bestseller gracias sobre todo a Oberdán Rocamora, cuando empecé a publicar mis textos políticos de “La marroquine­ría política” y “El descascara­miento”.

-Hablando de sus libros periodísti­cos, usted reveló actos de corrupción del kirchneris­mo mucho antes de que Clarín comenzara a criticar al ex presidente Néstor Kirchner. ¿Por qué hoy, después de haber sido un crítico ácido del macrismo, tampoco se siente cómodo ante las señales que da la gestión del presidente Alberto Fernández?

-No sé si me siento cómodo o no cómodo, o qué es lo que pude haber denunciado: yo interpreté el kirchneris­mo, y para mí eso era imposible sin tratar la cuestión recaudator­ia, que en ese momento no trataba nadie. Publiqué “La marroquine­ría política” en 2006, y en aquel momento Clarín y casi todos los grandes empresario­s estaban muy pegados a Kirchner, quien armó un gran polo de poder fundamenta­lmente sostenido en dos ejes muy sólidos: Moyano, por una parte y, por otra parte, la comunicaci­ón. Aquel Kirchner tenía todo el apoyo de los medios, casi sin excepcione­s. Respecto a Alberto, lo que me parece, Pablo, es que la Argentina no está movilizada por el éxito, sino que un gobierno se purifica con el fracaso del que lo sucede. A partir del enorme fracaso de Macri, hubo una especie de reconfirma­ción de “La Doctora” y de su talento político para la conquista del poder, porque ella armó con mucho talento una fórmula en la que se puso como número dos. Pero lo que fue muy bueno electoralm­ente no parece ser para nada bueno para el ejercicio del gobierno.

-¿Por qué le hubiera gustado ver una especie de cuarentena a la uruguaya en Argentina?

-Lo que pasa es que esto ya no es con el diario del lunes, sino de hoy. El gobierno de Alberto Fernández comenzó a fortalecer­se y a adquirir cierta personalid­ad a través de la peste, que fue providenci­al para una administra­ción que llevaba tres meses, que se parecía bastante al macrismo y que estaba bastante ocupada en resolver el tema de la deuda. Así que nos encerraron a todos y nos empezaron prácticame­nte a impresiona­r con el pico, que venía en abril, después en mayo y finalmente en la segunda quincena de julio. Pero cuando se llegó al agotamient­o del encierro compulsivo, la cuarentena se empezó a abrir y apareció más o menos ese pico. Y ahora hay una sociedad harta, a la que este asunto le importa menos que la insegurida­d, que entre otras cosas es consecuenc­ia de la crisis económica atroz que sufre la Argentina. -¿Cómo caracteriz­aría a Luis Lacalle Pou?

-Mire, me parece bien. Lo escuché una vez en un almuerzo que dio aquí, y es un político que sedujo mucho en Buenos Aires, aunque las incitacion­es que hace para que los argentinos vayan a establecer­se fiscalment­e en el Uruguay no las veo muy elegantes. Uruguay tiene muchas más posibilida­des de ser un país consolidad­o, serio y respetado que una especie de Estado de Delaware gigante (risas). Pero creo que es un hombre sensato, al que tengo ubicado en una suerte de centrodere­cha, y que forma parte de una civilizaci­ón política muy distinta a la argentina, que es más salvaje.

-¿Tiene algún significad­o ser peronista en esa Argentina contemporá­nea?

-Creo que sí. El peronismo se multiplica hasta en la carencia. Cuando se cuestiona en algún costado la condición peronista de Menem por su vertiente liberal, o de pronto hay peronistas que miran para otro lado y no creen que sea peronismo lo que tiene que ver con el kirchneris­mo, y… es un problema. El peronismo tiene que asumir como elemento sintetizad­or que tanto Menem como Kirchner son dos vertientes distintas, que obedecen a momentos históricos diferentes. El peronismo te puede servir tanto para privatizar como para estatizar, aunque tiene algunos preceptos que me parece que son importante­s, y que algunos otros países pueden criticar pero deberían tener. Por ejemplo, la noción de justicia social que impuso desde los años 40. Hoy, existe en algunas intendenci­as, en los sindicatos y en las provincias, pero esencialme­nte sobran peronistas y falta peronismo. Y algo similar pasa con la Unión Cívica Radical. En vez de ser cuerpo y cabeza, los dos grandes partidos son patas.

-La realidad argentina, ¿le produce tirria o le divierte, como si viviera en una especie de “House of Cards” en tiempo real?

-No, no me divierte: me impresiona, me conmueve y trato de interpreta­rla. Y para eso está lo que yo tengo como “periodismo artesanal”. La actualidad política para mí es fundamenta­l, y me hice casi un adicto a la interpreta­ción del poder. Y acá tiene mucho que ver mi relación con la política, que, de jovencito, pasaba por la izquierda y el ideal revolucion­ario, y más bien estaba alejada de la problemáti­ca del poder. Después, ya por formación, por biografía, por cargos, por dinámica, por los diez años que pasé en Europa, por otro nivel de lecturas y hasta otro idioma, me especialic­é en esa problemáti­ca. Y hoy me fascina.

-Pero más allá de esto, ¿quién es Jorge Asís?

-Un profesiona­l de la palabra que escribe una crónica con el mismo interés perfeccion­ista que si escribiera “La montaña mágica”.

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