El Pais (Uruguay)

“Entró una onda litetaria para críticos que se olvida del lector”

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-En Argentina, hay siempre escritores fabulosos que rápidament­e se olvidan. Pienso en Mujica Láinez, en Dalmiro Sáenz, en Silvina Bullrich. Usted, ¿piensa en Bernardo Kordon? -Bernardo Kordon, ¡por favor! ¡Roger Pla! Argentina tiene una cantidad de escritores que son estúpidame­nte descartado­s. Digamos que en literatura, también, el que se muere pierde. Cuando uno era casi joven y medio romántico, pensaba que con la muerte vendría una especie de valoración, pero acá te moriste y fuiste (risas). ¿O usted se cree que hoy se lee profusamen­te a Borges y a Marechal? Empiezan a tratarse autores en aniversari­os redondos. Pero hoy no leer los cuentos de Kordon, que haya pasado al olvido Enrique Wernicke, que casi ni se sepa quién es Humberto Costantini o tantos escritores que son los que me formaron… He tenido la suerte de haber conocido desde jovencito a gigantes como Conrado Nalé Roxlo. Pero sí: hay una vocación por el olvido atroz. Incluso Borges, a quien todos idolatramo­s, es mucho más citado que leído. Yo no tengo una gran apuesta por la posteridad, aunque creo que “Diario de la Argentina”, “Los reventados” y “Flores robadas en los jardines de Quilmes” pueden sobrevivir­me. Después, existe toda una etapa de mi obra que prácticame­nte se desconoce. Y hay unos miles de tipos que me siguen y que saben de qué hablo cuando digo “El sentido de la vida en el socialismo” o “Del Fiore a Montparnas­se”. Así que soy más bien un escritor de culto. O de secta (risas).

-Y no hablamos de su amigo Haroldo Conti. -Yo le dediqué “Flores robadas” no para hacerme el gran desafiante revolucion­ario, sino porque era muy amigo mío y quería saber qué habían hecho con él. Haroldo Conti fue un gran escritor. “La balada del álamo Carolina” tiene un cuento que se llama “Las doce a Bragado”, que no se puede creer. En Argentina se lee menos, y además entró toda una onda de literatura escrita para críticos, que se olvidó del lector. Mis ideales de escritor eran Balzac, Jorge Amado o Mario Vargas Llosa, tipos aluvionale­s, ¿no? -Usted describe una tendencia bastante snob de escribir para la academia o para los colegas… -Le voy a contar una anécdota maravillos­a de Quique Fogwill. Una vez, un muchacho de estos dijo en una reunión literaria: “Yo tengo ganas de escribir un texto donde no pase absolutame­nte nada”. Y lo interrumpi­ó Fogwill delante de todos y le dijo: “¿Autobiográ­fico, no?” (risas). Esto tiene que ver con toda esta pajería de la importanci­a del texto. Es el carpintero que se jacta de cómo trata la madera. Y a mí la madera me sirve para crear una mesa. De todas maneras, estos temas me interesan más que la política.

-¿Cuál es el escritor que usted lee y frente a cuya obra termina con ganas de ponerse a escribir? -Los mejores son los que leés y te dan ganas de sentarte a escribir. Por ejemplo, Marechal, Thomas Mann o Carson Mccullers. “El corazón es un cazador solitario” es un libro sublime, y “La balada del café triste” es una maravilla. He leído de todo, mi formación ha sido bastante desordenad­a, y para mí fue mucho más importante Boris Spivacow que Victoria Ocampo.

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