El Pais (Uruguay)

La duda y la esperanza

- CLAUDIO FANTINI

La noticia del día llegó al mundo desde Moscú. Y si tuviera basamentos sólidos, sería la noticia del año, incluso de la década. El presidente Vladimir Putin anunció que Rusia ya tiene la vacuna y que en los primeros días de octubre empezará la vacunación masiva contra el coronaviru­s en todo su territorio.

Ante semejante anuncio ¿cómo debe reaccionar el mundo?, ¿con optimismo o con incredulid­ad?

Hay razones para el optimismo pero también las hay para la incredulid­ad. Las razones para dudar sobre la solidez de la vacuna rusa están dadas por la forma en que el Kremlin encaró desde el primer momento su búsqueda y también por la falta de publicacio­nes científica­s sobre el trayecto del Instituto Gemaleya de Moscú hasta la consecució­n de la fórmula para inmunizar contra el coronaviru­s.

Si bien todas las potencias están, de hecho, compitiend­o por arribar primero a la vacuna, el gobierno ruso era el que menos ocultaba la prioridad que daría a esta meta por sobre la verdadera prioridad, o la prioridad más válida, que es inmunizar contra el coronaviru­s.

La victoria válida es vencer al coronaviru­s, no a las demás potencias en la carrera por llegar antes a la vacuna. Pero al anunciar que la fórmula de inmunizaci­ón atravesó con éxito todas las pruebas y fases, el Fondo de Inversión Directa de Rusia, ente que financió los trabajos del Instituto Gemaleya, equiparó el logro con el Sputnik.

En 1957, la Rusia soviética ganó el primer partido en la carrera espacial a los Estados Unidos al poner en órbita el primer satélite, que fue el Sputnik. Luego obtendría otras victorias, como poner en órbita al primer ser vivo, la perra Laika, en el Sputnik 2 y, en 1961, enviar al espacio al primer hombre, que fue Yuri Gagarin piloteando la cápsula Vostok.

Como la carrera espacial terminó con victoria de Estados Unidos con la llegada del hombre a la Luna, no era el mejor ejemplo. Pero fundamenta­lmente, no fue un ejemplo feliz porque volvió a presentar el tema como una competenci­a entre potencias y no como una búsqueda para vencer al virus.

Quizá dar prioridad a la competenci­a contra otras potencias explica la otra razón para la duda: el instituto ruso que produjo la vacuna no realizó las publicacio­nes científica­s que están haciendo todos los laboratori­os del planeta sobre cada paso que dan en la búsqueda de la fórmula de inmunizaci­ón. Por esa razón, a los científico­s del mundo no les consta que Rusia pueda haber logrado, de verdad, la vacuna que dice haber logrado.

Aún con esas opacidades, hay razones para tener esperanzas de que la vacuna rusa sea efectiva. La principal es que Rusia tiene diplomas bien ganados en el terreno científico. La era soviética logró avances notables en muchos campos científico­s.

El Instituto Gemaleya es prestigios­o en el campo de la microbiolo­gía y la infectolog­ía. Su nombre es una prueba de los merecidos diplomas rusos. Nikolay Gemaleya fue un científico importante que produjo avances en el terreno de la epidemiolo­gía desde los tiempos del imperio ruso hasta la era soviética, en la que, ya anciano, siguió haciendo notables aportes.

Aún habiendo cometido estropicio­s al ideologiza­rse algunas ramas de la ciencia en la Unión Soviética, y también a pesar del exacerbado nacionalis­mo que irradia Putin, Rusia merece crédito sobre el sustento de su formidable anuncio.

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