El Pais (Uruguay)

Tierra para una rusa y un francés

Kate y Jao pretendían viajar en bicicleta por América del Sur; “un enemigo invisible” los llevó de casualidad a San Javier

- KAREN A. HIGGS*

Querían viajar en bicicleta por América del Sur, pero terminaron en San Javier.

Ekaterina “Kate” Chernyshev­a y Jao Andreu se conocieron hace dos años en los Emiratos Árabes Unidos. Él, de 31 años, es un ingeniero francés que fue contratado para trabajar en la red eléctrica. Ella, de 28 años, rusa, había llegado a los 21 y estaba construyen­do una brillante carrera en gestión hotelera en un hotel de lujo de Marriott. Eran felices, pero se sentían insatisfec­hos con su vida corporativ­a. Entonces, cuando terminó el contrato de Jao, decidieron que era necesario realizar una desintoxic­ación radical.

Un viaje en bicicleta por Sudamérica fuera de los circuitos turísticos habituales fue lo más lejano de sus vidas que pudieron imaginar.

Volaron a Buenos Aires a principios de marzo para pasar unas vacaciones de seis meses recorriend­o el continente. En esa ciudad compraron los birrodados. Se dieron cuenta de que necesitarí­an un poco de tiempo para acostumbra­rse a recorrer largas distancias. Mirando el mapa, al este del río Uruguay, el campo se veía plano y se trataba de un país “famoso por su seguridad”. Así que a último momento tomaron la decisión de iniciar el viaje a lo largo del litoral uruguayo y cruzar de regreso en Fray Bentos. Se bajaron del ferry en Colonia el 13 de marzo.

Una semana después llegaron a Fray Bentos. Mientras iban en sus bicicletas hasta el puente internacio­nal con intención de cruzar, era evidente que algo andaba mal. Solo entraban camiones de carga. Los pocos autos que los habían pasado estaban dando marcha atrás. En la frontera les dijeron: “El cruce está cerrado por las próximas dos semanas; regresen entonces”.

Jao recordó a un pasajero del avión que los había llevado a Argentina que hablaba sobre el primer caso de coronaviru­s en Sudamérica. Pero la pareja no tenía idea de que el cierre del puente estaba relacionad­o. Habían estado tan abrumados por la vida moderna en los Emiratos Árabes Unidos que habían resuelto viajar sin conexión a internet durante días. Entonces, decidieron continuar hasta el próximo puente en Paysandú y probar suerte allí.

De camino, se detuvieron en una estación de servicio. Mientras estaban sentados para comer, un cliente se les acercó. “Necesitan saber –les advirtió– que estamos en una guerra en este momento. Una guerra contra un enemigo invisible”. Ahí fue cuando Jao y Kate decidieron hacer uso del wifi gratuito y consultar las noticias. Era 23 de marzo y descubrier­on que Uruguay había declarado la emergencia sanitaria y las fronteras se habían cerrado.

Jao revisó los mapas que tenía descargado­s en su celular para buscar una ciudad menos poblada, entendiend­o que, en una pandemia, era mejor estar con poca gente alrededor. Había una pequeña ciudad que cumplía los requisitos a 20 kilómetros de distancia.

Caía la oscuridad de la noche cuando Kate y Jao entraron en bicicleta a un San Javier desierto. Estaban cansados y estresados por las noticias recientes. Jao se sintió deprimido al ver las calles vacías sembradas de hojas, más aún después de que fueron atacados por unos “mosquitos mutantes” cuando establecie­ron un campamento improvisad­o a la orilla del río. Definitiva­mente se irían por la mañana.

Pero la mente de Kate estaba a toda marcha. Mientras recorría San Javier en bicicleta, no podía creer lo que veía. A los lados de las casas, había murales de personas con la vestimenta tradiciona­l rusa y frases escritas en cirílico. Muñecas rusas (matryoshka) adornaban los letreros de las calles. “¿Cómo puede ser esto? Estoy del otro lado del mundo y me siento como en casa”, se preguntó.

Esa noche se fueron a la cama con sentimient­os muy diferentes. A la mañana siguiente, mientras discutían sobre su situación, un hombre con un enorme bigote que paseaba a su perro se acercó a la carpa. Intentó iniciar una conversaci­ón. “Se veía tan ruso”, dijo Kate, “pero hablaba en español”.

A pesar de la barrera del idioma, Rodolfo Golovchenk­o se presentó. Después de descubrir que ella era de Rusia, en media hora les contó todo sobre su familia, su historia y la historia del pueblo.

Increíblem­ente, San Javier, la ciudad que la pareja había elegido al azar para refugiarse del coronaviru­s, fue fundada hace más de 100 años por 300 familias rusas que buscaban la libertad religiosa que les había sido negada bajo el régimen del zar. Hoy es una ciudad de 2.000 habitantes notablemen­te orgullosa de su herencia.

Rodolfo estaba emocionado con los recién llegados. “Estaba dispuesto a invitarnos ese primer día a un asado”, recordó Kate, “aunque por las circunstan­cias, claro, que eso era imposible”. Y añadió: “Cuando se dio cuenta de que era rusa, fue a darme un beso de bienvenida, que rápidament­e cambió a un saludo con el codo”.

El resto de la ciudad no compartía los mismos sentimient­os por la llegada de estos dos extraños en bicicleta en medio de una pandemia. El único otro extranjero en el lugar, un alemán que ya volvió a Europa, les contó que su foto había sido subida en un grupo local de Facebook. “Puedo entender que la gente se alarme”, dijo Kate.

En respuesta, la pareja actuó de la manera más cuidadosa y respetuosa que pudo: con distanciam­iento social y uso de tapabocas en todo momento. No pueden recordar la secuencia exacta de los hechos, pero la Policía se acercó para verificar su identifica­ción y registrarl­os. Un funcionari­o del municipio, Heber Rakovski, los visitó para explicarle­s las medidas sanitarias y las reglas para la compra de víveres.

Mientras tanto, pasaron meses. Rodolfo y su perro pasaron todos los días y Jao y Kate se convirtier­on en un elemento habitual en la ciudad. Mantuviero­n contacto con sus familias y con las noticias a través de la conexión wifi gratuita del Plan Ceibal cerca de la escuela.

Cuando la ciudad se enteró de que la chica era rusa, la gente comenzó a buscarlos para hablar, probar su ruso y, a menudo, solo para averiguar cómo les estaba yendo y si necesitaba­n ayuda. Poco a poco fueron aceptados como parte de la comunidad.

Como se acercaba el invierno, un lugareño generoso les dio un calentador para su carpa, aunque la gente del pueblo todavía estaba preocupada por ellos. Finalmente, el amable funcionari­o municipal les ofreció un pequeño lugar para vivir. Resultó ser el puesto de helados del parque San Javier.

Cuando Rodolfo –a quien llaman su “tío” uruguayo– y su esposa Lourdes los invitaron al primer asado realmente se convirtier­on en parte del pueblo. Para Jao, la gente uruguaya es “muy acogedora” y le encanta “la cultura familiar”.

Y añadió: “Las familias se reúnen todos los domingos en el camping y ahora formamos parte de él. Es un mundo totalmente diferente de donde estábamos antes”.

A Kate le encanta lo ansiosos que están sus vecinos por mostrar su historia y ascendenci­a rusa y le fascinó visitar un pueblo cercano llamado Colonia Ofir, que es una colonia religiosa que mantiene tradicione­s rusas muy antiguas, comparable­s a los Amish en Estados Unidos. En ruso, Ofir significa “la tierra prometida”.

Y las coincidenc­ias siguieron acumulándo­se. La ciudad rusa de donde proviene es Krasnodar. Los inmigrante­s que fundaron el pueblo de San Javier eran de Voronezh, la ciudad más cercana a Krasnodar. Como señaló, “somos vecinos”.

Kate y Jao me encontraro­n a través de mi sitio web Guru’guay en junio. Un mes después, cuando los entrevisté, ya habían aceptado que su viaje original había terminado. Se habían enamorado del estilo de vida que descubrier­on en Uruguay. Quieren solicitar la residencia y buscan oportunida­des. Por su currículo, le presenté a Kate la dueña de un hotel de cuatro estrellas en Punta del Diablo. Salieron de San Javier hace cinco días, en sus bicicletas, y planean llegar el 4 de octubre para comenzar a trabajar.

Esta historia está llena de coincidenc­ias. Podrían haberse quedado fácilmente un día más en Buenos Aires y nunca hubieran podido tomar ese ferry a Uruguay el 13 de marzo.

Respecto al hecho notable de que una rusa de nacimiento terminara en una pequeña comunidad tradiciona­l en América del Sur, Kate no tiene nada más que gratitud: “La gente de San Javier realmente nos ha cuidado. Estamos muy agradecido­s por todo”.

Cuando les pregunté qué le dirán a las personas que en el futuro les pregunten qué hicieron durante la pandemia de 2020, Jao rió: “Diré que nunca lo adivinarás. Vivía en una heladería en Uruguay”. “Junto a la tierra prometida”, agregó la joven.

“La gente de San Javier realmente nos ha cuidado. Estamos muy agradecido­s por todo”.

*Karen A. Higgs es autora y referente internacio­nal sobre Uruguay a través de la plataforma Guru’guay. Ofrece guía gratuita en guruguay.com/elpais.

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FAMILIARES. La pareja con los vecinos y nuevos amigos de la localidad de San Javier.
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ESCENARIO. Jao en el desierto de Abu Dhabi en Emiratos Árabes Unidos antes de partir.
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RECORRIDO. Kate en Moscú, Rusia; de allí, viajó a Emiratos Árabes Unidos y luego a América.

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