El Pais (Uruguay)

Ahora, alianza

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Es curioso, pero cada cinco años, desde hace dos décadas, politólogo­s y analistas repiten redundante­mente que "renace el bipartidis­mo".

En realidad, el canto del cisne del sistema de tres tercios se dio en la elección de 1994, cuando una ajustada victoria del Partido Colorado, a dos puntos del Partido Nacional y este a otros dos del Encuentro Progresist­a, puso de manifiesto que el país se encaminaba a una inminente polarizaci­ón de familias ideológica­s.

El sector político lo entendió bastante más rápido que los comentaris­tas y encaró entonces la reforma del 96, que eliminó el doble voto simultáneo y, al mismo tiempo, aseguró que no se viera favorecido el presidenci­able que obtuviera la minoría mayor, sometiendo a los dos más votados a una segunda vuelta. Allí renació el bipartidis­mo en el país, ya no como un careo entre divisas tradiciona­les sino como un reagrupami­ento entre polos ideológico­s bien definidos: socialista­s por un lado y liberales por el otro. La balanza se inclinó a favor de estos últimos en la elección de 1999, pero con el desencanto popular que motivó la crisis del 2002, la correlació­n de fuerzas se invirtió a partir de la de 2004, hasta el gran cambio del año pasado.

Es muy significat­ivo que ya en las elecciones de intendente­s de 2015, la incapacida­d de acuerdo entre blancos y colorados en algunos departamen­tos haya permitido al FA conquistar varios de ellos, circunstan­cia que ahora solamente se dio en Salto. El problema es, como tantas veces repetimos, ideológico y cultural.

Parece mentira, pero todavía hoy persisten resabios de la vieja rivalidad de los cintillos: blancos y colorados que se acusan mutuamente de la derrota en Salto, blancos que celebran la renuncia de Talvi, batllistas que se mofan de la afinidad nacionalis­ta con el campo, pueriles escaramuza­s de quienes siguen aferrados a reacciones adolescent­es que en nada reflejan la realidad.

Es obvio que los resultados del domingo fortalecen al PN, incluso en detrimento de los colorados. Pero no hubieran sido viables sin una coalición que se cimentó en los cientos de miles de uruguayos que se hartaron del paradigma estatista y abrazaron una opción liberal, que se mostró lo suficiente­mente sólida para creer en ella. Ambas divisas pueden y deben seguir reivindica­ndo sus tradicione­s, aunque no a expensas de acentuar un divisionis­mo obsoleto.

En estos días se ha vuelto sobre la hipótesis de que el PN podría "absorber" al PC. Esa profecía la vengo escuchando

Todavía hoy persisten resabios de la vieja rivalidad de los cintillos: blancos y colorados.

desde el magro resultado del PN en el 99: recuerdo a un prestigios­o politólogo de la época que hablaba de la futura "extinción" del nacionalis­mo. Lo que era absurdo entonces lo es en la misma medida ahora, al poner en duda el porvenir colorado. El auge o caída de las colectivid­ades políticas no depende de sus éxitos o fracasos coyuntural­es, sino de la generación de liderazgos que renueven su vínculo con las mayorías. Promuevan a un líder con capacidad persuasiva y tendrán el resurgimie­nto que anhelan. No de otro modo puede entenderse que en las departamen­tales de 2010, los colorados votaran mejor que los blancos en Montevideo, al impulso de Pedro Bordaberry. La coalición multicolor debe encaminars­e a la constituci­ón de una alianza electoral duradera, donde compitan liderazgos sectoriale­s en libertad, con la misma cualidad "catch all" que tan bien supo ejercer el FA en sus 15 años de hegemonía.

Hasta Don Pepe y Aparicio lo entendería­n.

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