Adiós a QUINO
Joaquín Salvador Lavado, el genial creador de Mafalda, murió a los 88 años en Argentina.
Joaquín Lavado, o sea Quino, murió ayer a los 88 años. Un día antes, el 29 de septiembre, Mafalda —la creación más duradera de este dibujante argentino— hubiera cumplido 56 años, una casualidad en la que algunos han visto una entrañable coincidencia.
La noticia de su muerte fue lamentada en el mundo entero: su humor había trascendido cualquier limitación geográfica, ideológica o idiomática.
Es por eso que, en tiempos tan tontamente polarizados como estos, parece de otro planeta (de hecho, lo es) la unanimidad favorable hacia la obra de Quino. Su obra excedió lo coyuntural, lo local y el paso del tiempo convirtiéndose en el reflejo eficaz de una sensibilidad y una manera de ver el mundo que, a pesar de la profundidad de su mensaje, se expresó a través de una niña, Mafalda.
Quizás su supervivencia sea porque su obra fue profundamente política y a la vez apolítica, pero siempre humanista. Su arte fue ponerse del lado del insignificante, del incómodo, del hombre común, del testigo incrédulo, de la víctima kafkiana. Aunque su producción se detuvo a comienzos de siglo, su obra aún interpela y divierte, las dos vertientes de su genialidad.
La permanencia de lo que dibujó Quino demostraría los incambiables que somos —más allá de los paisajes y las modas— los humanos cómicamente tristones que él reflejó en incontables chistes gráficos. Su obra tiene el encanto de aquellos cómicos del cine mudo. La tristeza de Buster Keaton aún es nuestra tristeza; las peripecias de los personajes de Quino, las sorteamos en nuestras vidas.
Aunque técnicamente ocurrió un par de años antes (como protagonistas de una rechazada publicidad de electrodomésticos), el nacimiento oficial de Mafalda quedó certificado con su debut en las páginas de la revista porteña Primera Plana, que dirigía Jacobo Timmerman, el 29 de septiembre de 1964. Todas las tiras que aún hoy leemos o recordamos fueron escritas en nueve años: aunque parece haber decenas de miles, hay 1.928 tiras de Mafalda en circulación.
Quino dejó de dibujarla en 1973, una decisión que solo quebró dos veces: para un trabajo de Unicef, la agencia de la ONU para la infancia, y para hacerla emblema de la amenazada democracia argentina tras un fallido golpe contra Alfonsín en 1987.
Desde siempre su popularidad se extendió a decenas de libros inevitables, ya sea en formato popular o en ediciones de alta gama, posters, calcomanías, publicidades y hasta un par de incursiones en dibujos animados que dejaron claro que mucho del encanto estaba en la tinta sobre papel.
De ese encanto dieron testimonio muchas bibliotecas domésticas uruguayas en las que, aun en las modestas, siempre había alguna de la decena de ediciones baratas de Mafalda, pero también algunos de sus libros de viñetas —Quinoterapia, Yo no
fui—, volúmenes de gran porte y que siempre parecían tan caros.
Desde mediados de la década de 1970 y durante más de 40 años, las tiras de Mafalda se publicaron diariamiente en la portada de El País; cualquier intención de discontinuar encontraba quejas e indignación de los lectores. Sus viñetas entre humorísticas y reflexivas, además, se publicaron en la página dos de los miércoles de este diario durante años.
La inocencia sabia de Mafalda, la modosidad de Susanita, el mercantilismo bruto de Manolito, el dandismo melancólico de Felipe, el raro de Miguelito, la “izquierdista” Libertad o hasta sus padres (¡y Guille!) y el 2CV que se parecen tanto a todos nosotros, son parte del universo cultural de generaciones de uruguayos.
Pero Mafalda fue celebrada globalmente y convirtió a su autor en una celebridad y uno de los grandes personajes culturales del convulsionado tercer cuarto del siglo XX.
Para certificar lo que ya había dejado en evidencia su popularidad, en 2014 recibió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, uno de los reconocimientos culturales más prestigiantes en idioma español. Lo consiguió por el “enorme valor educativo” y “dimensión universal” de su obra y por unos personajes que “trascienden cualquier geografía, edad y condición social”. El gobierno francés le entregó la Legión de Honor, su máximo reconocimiento oficial.
Quino había nacido, hijo de andaluces el 17 de julio de 1932 en Mendoza, la ciudad donde murió y en la que vivía desde fines de 2017, tras la muerte de su esposa por medio siglo, Alicia Colombo. Su última visita a Uruguay estaba pactada para 2015 para participar de Montevideo Comics y ser declarado Visitante Ilustre. Achaques de salud frustraron su llegada. Se movía en silla de ruedas desde 2014 y en los últimos años había perdido la vista. “Las preguntas que puse en Mafalda, esas preguntas que le hace la niña a los padres y no tienen respuesta y nosotros tampoco tenemos”, le dijo a Tomer Urwicz de El País en 2012, “son preguntas que siguen siendo actuales y ese es el motivo por el que Mafalda sigue vigente. Parecería que la hubiera dibujado ayer y lo dejé de hacer en 1973”. Parecería, la verdad, que las hubiera dibujado ayer.
Mafalda nació el 29 de septiembre de 1964 cuando se publicó en la revista Primera Plana.
Quino tenía pactada una visita a Uruguay en 2015 pero debió cancelarla por problemas de salud.