El Pais (Uruguay)

Máquina de destrucció­n

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En nuestro editorial de ayer evocábamos la famosa frase "No sea nabo, Néber", con que el entonces legislador José Mujica desconcert­aba a Néber Araújo, en una entrevista del programa Agenda Confidenci­al (Canal 12) del año 2003. El exabrupto fue algo así como la piedra inaugural de un estilo de comunicaci­ón política que hasta ese entonces era inexistent­e, y que a partir de allí se iría extendiend­o en el país como una mancha de aceite.

El impacto popular que produjo aquel insulto en vivo distó de ser reprobator­io: flotaba en el aire una especie de vendetta de ciertos sectores, contra un periodista reconocido por su estatura intelectua­l, sobriedad y capacidad de análisis. Estos valores empezarían entonces lenta pero inexorable­mente, a ser sustituido­s por la simplifica­ción maniquea y el agravio soez y descalific­ador.

Los años pasaron, la fama de Mujica fue creciendo y, si de algo nunca se apeó en su recorrido triunfal por la política uruguaya, fue de esa capacidad retórica destructor­a. En el último mes, columnista­s de nuestro diario como Danilo Arbilla y Hugo Burel coincidier­on en criticar la telaraña de palabras que armó Mujica respecto al desafuero de Manini, plagada de contradicc­iones, pero que parece haber sido una pieza clave para que el senador de Cabildo Abierto desistiera de acompañar su propio desafuero.

Una semana antes de la elección departamen­tal, el patriarca del MPP sorprendió a todos con su ya legendario "¡Montevideo olvidado las pelotas!" y su referencia a los "taquitos cafisho", una curiosa metáfora que identifica­ba a un tipo de calzado femenino con el proxenetis­mo.

La última perla del collar es de esta semana, cuando nada menos que ante una radio argentina, Mujica le tiró una granada a la pretensión uruguaya de atraer capitales de ese país. Declaró a nuestros vecinos, ni más ni menos, que "Uruguay es muy chico y ustedes tienen soñadores muy grandes, tal vez vengan por lana acá pero van a salir trasquilad­os". No perdió la oportunida­d, asimismo, de agitar el fantasma de que los "argentinos ricos" vendrán "a especular".

Como una vez se arrepintió de lo dicho sobre Manini y otra se disculpó con Laura Raffo por su insulto mamarrache­zco, es factible que ahora eche para atrás, silbando bajito. Pero el daño, como siempre, ya estará hecho. A él le resulta más redituable defender la errática conducción de su amigo ideológico Alberto Fernández, aun a costa de echar sombras sobre el proceder de su propio país en la captación de inversores. Los mismos inversores a quienes el propio Mujica, siendo presidente, quiso persuadir de venir aquí en la recordada reunión de empresario­s en el Conrad.

Quienes intentan sostener argumental­mente las permanente­s contradicc­iones demagógica­s de la izquierda, ahora dirán con una sonrisa compasiva "el Pepe es así", "como te dice una cosa, te dice la otra". O él mismo saldrá a disculpars­e, como hizo ante la certera parada de carro de Laura Raffo, justificán­dose en que "le estaba hablando a mi barra".

Y es así: la manía de hablar a la barra, de buscar el aplauso y la carcajada fácil de sectores cuya ignorancia él mismo ayudó a generar desde su gobierno, no solo profundiza­n la grieta sino que además conspiran abiertamen­te contra los intereses nacionales, como en este caso de los argentinos trasquilad­os.

Es preocupant­e escuchar el sonsonete de algunos politólogo­s, que siempre

Es preocupant­e escuchar el sonsonete de algunos politólogo­s, que siempre están dispuestos a disculpar los exabruptos de Mujica, al mismo tiempo que lo encomian como un supuesto zurcidor de acuerdos, que moderó su discurso antidemocr­ático de los años 60.

están dispuestos a disculpar sus exabruptos, al mismo tiempo que encomiarlo como un supuesto zurcidor de acuerdos, que moderó su discurso antidemocr­ático de los años 60. En realidad, todo lo de Mujica, en las últimas dos décadas, puede sintetizar­se como una máquina de destrucció­n. Destrucció­n de valores ciudadanos, de pautas de convivenci­a, de respeto por la instrucció­n y la cultura, de probidad administra­tiva. Fue y es un permanente justificad­or de lo injustific­able. Bajo su gobierno se ejecutaron cuantiosas inversione­s que quedaron en la nada, ante la mirada desatenta del otro gran sobrevalor­ado, su vicepresid­ente Astori y el equipo económico que supuestame­nte comandaba.

Ahora se dedican a medrar con la crisis que generó inevitable­mente la emergencia sanitaria, agitando una sensibilid­ad social siempre proclamada pero nunca ejercida de verdad.

La respuesta del presidente Lacalle Pou a la infeliz declaració­n de Mujica contra la llegada de los argentinos, lo sintetiza perfectame­nte: "gozó de popularida­d en el mundo cuando a su país le iba mal. Lo que debería hacer Mujica, si quiere a su país, es ir y hablar bien de Uruguay".

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