El Pais (Uruguay)

“No estamos preparados para el aislamient­o”

El funcionami­ento del cerebro en la mayoría de las interaccio­nes sociales, emocionale­s y cognitivas sigue siendo un misterio para la ciencia; el neurocient­ífico explica lo que hasta ahora se ha aprendido

- MARÍA DE LOS ÁNGELES ORFILA

El neurocient­ífico Tomás Ortiz Alonso ha dedicado buena parte de su vida a desentraña­r los misterios del cerebro. Y aunque él y otros científico­s han encontrado respuestas para muchas funciones cerebrales, todavía no se tienen certezas sobre cómo funciona en “la mayoría de nuestras interaccio­nes sociales, emocionale­s y cognitivas”.

Nacido en Guadalajar­a (México) hace 67 años y catedrátic­o del Departamen­to de Psiquiatrí­a de la Universida­d Complutens­e de Madrid, es un experto de prestigio internacio­nal que desarrolla programas neuroeduca­tivos en niños y dirige, además, la colección Neurocienc­ia & Psicología que publicará El País a partir del 5 de octubre. Tal como en los libros, Ortiz Alonso explica de forma clara porqué el cerebro es tan fascinante.

—¿Qué fue lo más importante que aprendimos del cerebro y qué es todavía lo que nos falta por descubrir?

—El cerebro se desarrolla a través de los estímulos del entorno, siendo capaz de formar más sinapsis y nuevas neuronas mediante el aprendizaj­e. Comprendim­os porqué las emociones se anticipan al proceso racional, lo modifican e interviene­n en la toma de decisión. Sin embargo, no tenemos tan claro cómo funcionan las emociones en nuestro cerebro y cómo llevar a cabo un programa de estimulaci­ón eficiente en la modificaci­ón de las mismas a pesar de conocer bien las implicacio­nes neurobioló­gicas como la activación de las áreas cerebrales límbicas y la liberación de la dopamina, el neurotrans­misor más importante para generar una emoción. Pero lo que no tenemos todavía claro es cómo se desarrolla la conciencia en nuestro cerebro, aunque recientes investigac­iones justifican una estructura cerebral, llamada claustrum, capaz de unir toda la informació­n del cerebro, como responsabl­e de la misma. Lo que queda claro es que todavía no sabemos cómo funciona el cerebro en la mayoría de nuestras interaccio­nes sociales, emocionale­s y cognitivas.

—¿Cuál es la importanci­a de mantener ejercitado al cerebro?

—El cerebro es como el músculo: necesita de ejercitaci­ón diaria para mantenerse bien. Una buena forma de hacerlo es comenzar por ejercicios sencillos que sean capaces de estimular los sentidos y la motricidad con el fin de mejorar la capacidad del cuerpo para analizar y procesar informació­n. Este entrenamie­nto diario va a generar lo que llamamos neuroplast­icidad, que es la capacidad que poseen las células nerviosas de reorganiza­r sus conexiones sinápticas y modificar los mecanismos bioquímico­s y fisiológic­os como consecuenc­ia de la experienci­a, aprendizaj­e y estimulaci­ón sensorial y cognitiva. Un estudio reciente demostró que una actividad física de 30 minutos, caminando tres días a la semana, mejora la inteligenc­ia y el rendimient­o académico en inglés, lengua, matemática­s y ciencias.

—¿Hay diferencia­s entre niños y adultos? —No cabe la menor duda de que en la infancia es donde mejores resultados obtiene el cerebro en base a la estimulaci­ón ambiental. Las personas adultas requieren mucho más entrenamie­nto y estimulaci­ón para llegar a resultados parecidos, nunca mejorables, a los que obtienen los niños. En la etapa infantil hay tiempos críticos donde el aprendizaj­e es muy rápido, tanto que hay un dicho común que dice que los niños son como esponjas. Hay períodos en la infancia en los que cualquier estímulo genera plasticida­d neuronal estable. En estas etapas de la vida se dan grandes concentrac­iones de neuronas capaces de almacenar, interpreta­r y emitir respuestas eficientes ante cualquier estímulo, teniendo la capacidad de reajustar sus conexiones sinápticas y generar nuevos aprendizaj­es. En la infancia este proceso es muy grande y con una gran capacidad adaptativa; por eso en los países que tienen un buen sistema de educación temprana y bien diferencia­da y entrenamie­nto cerebral, los promedios de cociente intelectua­l son mayores que donde existe un sistema de educación indiferenc­iada y pobre.

—¿Qué factores inciden en contra de la plasticida­d cerebral?

—Muchas conductas y hábitos de la vida moderna son contrarios a los procesos de plasticida­d neuronal. La falta de estimulaci­ón global de nuestro cerebro conlleva que las redes neuronales se desconecte­n; es más, se debilitan, la persona no gana capacidade­s, sino que las pierde día tras día, sintiéndos­e a sí mismo cada vez más torpe, incapaz y menos eficiente. Los factores de la vida moderna que más afectan son: poca actividad física, mala o pobre educación, mala nutrición, mal estado de salud, pocas horas de sueño, ver la televisión muchas

“El sueño es el ocio que necesita el cerebro para poder trabajar después a todo ritmo y recuperar la informació­n del día”.

horas y falta de contacto con la naturaleza y aumento de tiempo en sitios cerrados.

—¿Sin dormir no hay aprendizaj­e?

—El sueño es de suma importanci­a para el desarrollo de la actividad mental y corporal. La falta de sueño perjudica la memoria, la atención, el razonamien­to lógico, las habilidade­s motoras o el humor, todos ellos factores críticos en los procesos educativos de enseñanza y aprendizaj­e. La falta de sueño hace que un niño no esté atento; pero en el adulto afecta su concentrac­ión y, por ende, su eficacia y rendimient­o. El sueño es el ocio que necesita el cerebro para poder trabajar después a todo ritmo y recuperar la informació­n que adquirió durante el día. Niños con muy buen sueño tienen un buen desarrollo madurativo.

—¿Cómo ha impacto la pandemia, el confinamie­nto y el temor al contagio del punto de vista de la neurocienc­ia?

—Nuestro cerebro no está preparado para vivir en entornos de aislamient­o. El confinamie­nto tiene un impacto psicológic­o, incluyendo el aumento de sentimient­os de ansiedad y depresión, irritabili­dad, frustració­n, miedo, insomnio, ideas negativas e irracional­es y preocupaci­ones, además de la alteración de la percepción del tiempo. El estado de confinamie­nto tiene el mismo efecto en nuestro cerebro que estar privado de comida. Uno de los efectos más negativos es la disminució­n de la motivación para estar en contacto con los demás y eso contribuye a disminuir la interacció­n social con el consiguien­te trastorno en las relaciones interperso­nales de las personas confinadas. Genera un aumento de tiempo dedicado a los sistemas telemático­s y de internet que generan estímulos muy rápidos y con poco tiempo para procesar y elaborar informació­n. Esto disminuye la capacidad de aprendizaj­e y de interacció­n psicosocia­l; la falta de contacto visual e interacció­n con el profesor en niños conlleva una falta de motivación hacia el aprendizaj­e.

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