PODRÁN CUMPLIR PROMESA DE GASTO E IMPUESTOS, DICE CARLOS VEGH
CARLOS VEGH PROFESOR DE ECONOMÍA INTERNACIONAL, JOHNS HOPKINS UNIVERSITY
Para el economista uruguayo Carlos Vegh, docente de economía internacional en Johns Hopkins University, “la batalla contra la prociclicidad fiscal” se está ganando en América Latina. Considera una buena noticia que la mayoría de los bancos centrales de países emergentes han adoptado políticas monetarias contracíclicas, aunque advirtió que se necesita, además, que la política fiscal “ayude y mucho”, lo que es un problema para los emergentes debido al alto endeudamiento. Vegh puso énfasis en la independencia de los bancos centrales, la necesidad de que estas instituciones “tomen distancia” de los ciclos políticos y, si bien celebró las decisiones tomadas en el país en el plano monetario y fiscal, advirtió que el diseño de la regla “no será fácil”. A continuación, un resumen de la entrevista.
—¿Qué lecciones está dejando la actual crisis global, en el entendido que cada país debió asumir una rápida respuesta, basado en sus condiciones preexistentes y sin señales previas?
—Una lección importante es que, en momentos tan difíciles e inusuales (algo que sucede una vez cada cien años), el liderazgo político es clave. Basta comparar el desastre en Brasil, México y Estados Unidos —tres países claves con líderes que no han tomado en serio la pandemia y han contribuido a un costo humanitario tremendo— con el excelente manejo en muchos países asiáticos y europeos, y, por supuesto, en Uruguay. Otra lección es “zapatero a tus zapatos”. Los países que han adoptado las políticas sanitarias más efectivas han seguido a rajatabla los consejos de los especialistas, en particular epidemiólogos. Los países que han básicamente ignorado a los científicos, como Estados Unidos, han cometido un error tras otro y reina la confusión en la población. Y, lo que es aún peor, en Estados Unidos se ha politizado la pandemia con fines electorales. Es jugar con vidas humanas. Un espectáculo lamentable, sin dudas.
Finalmente, desde un punto de vista económico, ésta ha sido una crisis sin precedentes porque combinó un tremendo shock de oferta (confinamiento, clausura de negocios, etc.) con otro igualmente duro de demanda (en particular, pérdida de empleos y poder adquisitivo).
—A la hora de hacer frente a la crisis derivada de la emergencia sanitaria, ¿La gran diferencia entre países es la capacidad fiscal y las posibilidades de endeudamiento, para afrontar las consecuencias de la pandemia?
—Sí, el espacio fiscal es clave. Por eso, los países avanzados han podido responder con mayor vigor en términos de ayudar a los trabajadores desempleados, a industrias que han sufrido enormemente (como la aeronáutica), y a las pequeñas y medianas empresas. Y a pesar de eso, la caída del producto y el aumento del desempleo han sido tremendos.
Por otra parte, muchos países (como Estados Unidos) han caído en el error de pensar que hay que elegir entre la economía y medidas sanitarias extremas. Es exactamente lo contrario. En Estados Unidos, la situación económica estaría mucho mejor si la gente tuviera la confianza de que la pandemia está bajo control y pudiera llevar a cabo sus actividades económicas normales sin poner en peligro sus vidas.
—¿Cuán decisiva resulta la participación de los bancos centrales con sus políticas monetarias para una salida más rápida?, ¿les queda “espalda” para seguir actuando por un plazo mayor, de ser necesario?
—La buena noticia es que la mayoría de los bancos centrales de países emergentes han adoptado políticas monetarias contracíclicas (cuando en el pasado adoptaban políticas procíclicas, como está bien documentado) y han reducido drásticamente las tasas de política monetaria. Inclusive, países como Colombia y Chile han puesto en funcionamiento programas de relajamiento de activos (quantitative easing). Pero todo tiene un límite, la política monetaria por sí sola no puede hacerlo todo. Se necesita que la política fiscal ayude y mucho, y eso es más difícil para los países emergentes por el problema del endeudamiento.
—¿Cómo observa a los países de la región?
—Argentina es claramente el caso más preocupante pues, lamentablemente, está atravesando otra de sus graves crisis periódicas. Se espera que el PIB caiga 13% este año con un déficit fiscal primario del 7% y una inflación de cerca del 40%. Hasta la pandemia les ha pegado duro a pesar de que, en principio, tomaron medidas adecuadas, pero un alto sector informal y mucha pobreza claramente facilitaron el contagio. En materia de deuda externa, el acuerdo con los acreedores privados es un paso adelante, pero las negociaciones con el Fondo no van a ser fáciles. El Fondo es menos duro que en el pasado pero Lagarde (cuando era la cabeza del Fondo) se jugó por Argentina y le salió el tiro por la culata. En fin, creo que las cosas van a empeorar antes de empezar a mejorar.
En Brasil, dejando de lado el terrible saldo de COVID (con cifras oficiales muy por debajo de la realidad), la caída del PIB en el 2020 será menos dramática de lo que se pensaba (y rondará en un 5-6%). En Brasil, lo que preocupa es la parte fiscal, con un déficit primario proyectado del 12% del PIB y los mercados siempre nerviosos de que el ministro Paulo Guedes deje el gobierno, dado que su relación con el presidente Bolsonaro no es de las mejores.
En Uruguay, la situación fiscal es claramente lo más delicado. Tener que ajustar en tiempos malos no es lo ideal, pero se paga por un mal manejo cíclico de las finanzas públicas en el pasado. Lo importante es ajustar solo el déficit estructural, el déficit coyuntural disminuirá a medida que la economía se recupere y la recaudación responda. No se puede arriesgar perder el grado inversor, pues eso subiría el costo de la deuda y dejaría menos espacio para políticas sociales, por ejemplo.
—Usted ha expresado muchas veces su preocupación por la “prociclidad” fiscal en la región. ¿Es buen momento para hacer los ajustes necesarios?
—Efectivamente, hace unos veinte años que venimos estudiando los grandes perjuicios que ha ocasionado la prociclicidad fiscal, en particular en América Latina. Pero la batalla se está ganando; pensemos en países como Chile, Colombia, y Perú con reglas fiscales serias que ayudan a manejar adecuadamente los periodos de bonanzas para tener recursos en los tiempos malos. Las reglas fiscales no son una panacea: tiene que existir una voluntad política de tener una política fiscal seria. Pero ayudan mucho al proveer un marco fiscal de referencia que guía tanto a las autoridades como a los agentes económicos.
—¿Por qué es relevante hablar de institucionalidad a la hora de establecer metas ambiciosas en temas como control de la inflación y política monetaria?
—Porque la independencia de los bancos centrales es clave para generar credibilidad en la institución y en sus políticas. En un régimen de metas de inflación, el ancla del sistema es la meta de inflación. Si la gente no cree en la meta, no hay forma de cumplirla. Por eso se necesitan reformas a la institucionalidad en países como Uruguay, para finalmente llegar a tasas de inflación de “primer mundo” (digamos 2-3% anual a largo plazo).
—A nivel de las instituciones y las acciones a desarrollar, ¿cómo tomar distancia de los ciclos políticos y sus consecuencias?
—Lo primero sería desfasar los mandatos del Presidente del BCU y del Presidente de la República. Por ejemplo, el Presidente de la República podría nombrar al Presidente del Banco Central dos años luego de asumir. Y hay que romper con la dominancia fiscal, lo que implica que el Presidente del Banco Central no puede ser parte del “equipo económico” e indirectamente depender del Ministro/a de Economía. Y, finalmente, el Banco Central tiene que asumir la responsabilidad por cumplir las metas que se le hayan asignado y explicar al Parlamento y a los agentes económicos por qué los objetivos no se cumplieron (si ese fuera el caso) y explicar que se hará al respecto.
—¿Qué opina de las decisiones en política fiscal y monetaria que se han tomado recientemente en el país (vuelta a la tasa de interés como referencia de política monetaria, aplicación de regla fiscal, etc.)?
—En materia de política monetaria, volver a emplear la tasa de interés como el principal instrumento me parece sumamente acertado. Tener un agregado monetario como principal instrumento monetario en una economía altamente dolarizada hace poco sentido, pues no se controla gran parte del agregado monetario relevante (que incluiría depósitos en moneda extranjera por ejemplo). Pero la tasa de interés también tiene sus problemas: el mercado de crédito es chico y parte del crédito es en dólares, por lo que es un tema técnico que hay que estudiar en detalle. Ser ambicioso en materia inflacionaria también me parece bien; no hay ninguna razón para no serlo. En materia fiscal, es un momento difícil porque el gobierno se ha comprometido a racionalizar el gasto sin subir impuestos (lo cual hace sentido dado el peso tributario en Uruguay en comparación con países similares), al mismo tiempo que hay que enfrentar la pandemia. Pero la excelente política sanitaria y liderazgo político en respuesta al virus le debería dar espacio al gobierno para poder cumplir con lo que prometió. Como ya mencionamos, la clave es ajustar el déficit estructural, no el coyuntural. Una vez que se operacionalice, la regla fiscal servirá de guía. Pero el diseño de la regla no será fácil y la creación de un consejo fiscal independiente compuesto por economistas del sector privado, es clave. Finalmente, quedan las políticas estructurales necesarias para subir la productividad y, por ende, el crecimiento de largo plazo: reforma de la educación y de seguridad social, mayor y mejor inversión pública y revitalización del sector privado que crea fuentes de trabajo. Sin reformas de fondo, Uruguay está condenado a un pobre desempeño económico en el largo plazo.
—¿Debemos “confiar” en un mundo donde parece que tendremos largo tiempo de tasas bajas, dinero disponible y dólar débil?
—Asumiendo que la batalla contra el COVID se gana en 6-12 meses más, el entorno internacional debería ayudar, con tasas de interés bajísimas, crecimiento de la economía mundial a partir del año que viene, mayor demanda por materias primas, un dólar débil que empuja a las bolsas locales, e incentivos para los países industriales para invertir en los emergentes si las condiciones se dan. Pero en el mediano y largo plazo, volvemos a depender de nosotros mismos. Como ya sabemos, en el largo plazo, las economías crecen por mérito propio y no como resultado de los vaivenes del entorno internacional.
Muchos países han caído en el error de pensar que hay que elegir entre la economía y medidas sanitarias extremas.