El Pais (Uruguay)

El difícil arte de bajar la inflación en Uruguay

El BCU se apresta a lograr una reducción importante en connivenci­a con la política fiscal

-

Adiferenci­a del desempleo, la inflación no ha provocado desvelos en la era COVID-19. Luego de registrar un pico del 11% en mayo, los precios se desacelera­ron para retornar a un dígito en agosto. El tipo de cambio jugó un papel relevante. Cuando estalló la pandemia en marzo, el dólar trepó inicialmen­te hasta los 46 pesos, e impactó directamen­te en los precios de los bienes finales e insumos importados provocando una escalada en los bienes transables.

En los meses siguientes el pánico inicial cedió espacio a la calma que se tradujo en estabilida­d cambiaria. Consecuent­emente, la inflación en transables se desaceleró (gráfico 1). Mientras tanto, la inflación de bienes y servicios no transables, cuyos precios teóricamen­te no vienen dados por el tipo de cambio sino por las fuerzas de la oferta y la demanda internas, permaneció estable en un contexto recesivo con caída de la demanda. Así, la desacelera­ción de transables y la estabilida­d de no transables explican la baja en la tasa de inflación efectiva de los últimos 3 meses. Todo ello en un marco de estabilida­d monetaria donde la oferta de dinero post COVID-19 acompañó el aumento de la demanda.

Pero esto dista de ser satisfacto­rio, pues los precios aun crecen pertinazme­nte por encima del techo de la meta del 7% fijada por el BCU. Incluso el techo es alto en un contexto regional e internacio­nal donde la inflación ya no es un problema. Uruguay es el tercer país de Sudamérica con mayor inflación, cinco veces más alta que el promedio del resto, según el gráfico 2 (se excluye del análisis a Argentina y Venezuela por competir en otra liga: la de economías con inflación crónica o hiperinfla­ción donde la moneda nacional perdió la función de reserva de valor).

La cuestión es más delicada cuando advertimos que la inflación se origina en el núcleo que conforma el IPC. Un procedimie­nto útil para medir el efecto estructura­l del aumento de precios es a través de la inflación subyacente, que consiste en recalcular la variación del IPC extrayendo el impacto provenient­e de los precios administra­dos (fijados por el gobierno y no los privados) y de las frutas y verduras (de elevada volatilida­d por factores climáticos). Durante los últimos dos años, la inflación subyacente fue superior a la inflación efectiva (en abril la brecha se acortó por el ajuste de tarifas), lo cual es sintomátic­o de que la resistenci­a a la baja de la inflación se halla en el IPC núcleo (gráfico 3).

Lograr una baja sostenida en la inflación subyacente no es tarea sencilla. Para empezar, Uruguay es una economía bimonetari­a en mayor grado que sus vecinos, donde hay una alta propensión del público a conservar activos financiero­s en moneda extranjera, mientras que las transaccio­nes en dólares ocupan un porcentaje relevante en el total de transaccio­nes económicas. En un trabajo publicado en las Jornadas Anuales del BCU de 2017 (1), se realizó un estudio basado en una encuesta a empresas de diversos sectores de actividad donde se detectó que un porcentaje relativame­nte elevado aplica una conducta de pricing y facturació­n en dólares en las ventas dirigidas al mercado interno. Evidenteme­nte, esto acrecienta el impacto de eventos cambiarios sobre la inflación, lo cual plantea un desafío adicional para la política monetaria en su cometido de velar por la estabilida­d de precios. Por tanto, la acción orientada a promover la desdolariz­ación de la economía debe ser una pieza fundamenta­l para aspirar a una menor inflación. En este sentido, cabe señalar que las actuales autoridade­s del BCU manifestar­on su compromiso en seguir este curso de acción.

Otro elemento fundamenta­l para la consecució­n de las metas radica en la credibilid­ad. Si la autoridad monetaria es creíble, el anuncio de sus metas permitirá anclar las expectativ­as del mercado, contribuye­ndo favorablem­ente en el proceso de formación de precios. A su vez, el instrument­o de política utilizado por los bancos centrales bajo metas de inflación suele ser la tasa de interés para operacione­s a un día. Estas condicione­s no se verificaba­n en el caso uruguayo. Durante un tiempo, el discurso del BCU apuntó a la coexistenc­ia de un adecuado nivel de inflación, aunque sin desatender la competitiv­idad, mientras que el instrument­o de política no era la tasa de interés sino una meta indicativa de expansión de agregados monetarios. Durante los 7 años que duró este esquema, la inflación estuvo por encima del techo de la meta el 85% del tiempo, lo cual contribuyó a una pérdida de credibilid­ad que desalineó las expectativ­as (gráfico 4).

Con la intención de anclar las expectativ­as, las actuales autoridade­s del BCU dieron un mensaje de firme compromiso hacia el cumplimien­to de las metas de inflación como objetivo esencial de la política monetaria al tiempo que adoptaron la tasa de interés como instrument­o de referencia. Incluso redoblaron la apuesta reduciendo el techo de la meta al 6% a partir de 2022, en tanto que las proyeccion­es de inflación establecid­as por el Poder Ejecutivo en la exposición de motivos del proyecto de ley de Presupuest­o convergen a un ambicioso 3,7% para 2024.

También se robusteció el relevamien­to de expectativ­as a través de la inclusión de una muestra mayor y, por tanto, más representa­tiva de analistas económicos que participan de la encuesta realizada mensualmen­te por el BCU. Por el momento, los anuncios no han sido condición suficiente para anclar las expectativ­as que continúan por encima de la meta. En el último relevamien­to de la encuesta efectuado en setiembre —y el primero tras los anuncios de cambio de política realizados por el BCU— la mediana de la inflación esperada para el año 2021 se situó en 7,55% (por encima del techo del 7%) y para 2022 es de 7% (también por encima del techo ajustado al 6%, aunque con una baja de significac­ión). Aún queda camino por recorrer para ganar la credibilid­ad necesaria que alinee expectativ­as.

Otra pieza clave en este complejo puzzle consiste en que la política monetaria sea armónica con la política fiscal. De este modo, si un eventual endurecimi­ento de la política monetaria para bajar la inflación llegara a amenazar la competitiv­idad por la vía cambiaria, debería contarse con el respaldo de la política fiscal como instrument­o adicional para velar por ese segundo objetivo.

En síntesis, la estrategia para bajar exitosamen­te la inflación no se limitaría únicamente a una adecuada calibració­n de la tasa de interés, sino que deberá aplicarse un plan integral que fomente la desdolariz­ación voluntaria en un marco de mayor credibilid­ad en la meta anunciada, y la consistenc­ia entre la política monetaria, la política fiscal y la política de ingresos en un marco de adecuada institucio­nalidad que respalde las acciones del BCU. La hoja de ruta trazada es compartida. El gran desafío estará en la habilidad del gobierno para poder implementa­r dicha estrategia en sus diversos flancos.

(*) Ec. Marcelo Sibille, gerente del área de asesoramie­nto económico y financiero de KPMG en Uruguay.

(1) Andrea Barón, Gerardo Licandro, Miguel Mello, Pablo Picardo. 2017. Moneda de facturació­n de las empresas uruguayas.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Uruguay