El Pais (Uruguay)

Quino y la ideología

- CLAUDIO FANTINI

Muchos creadores enriquecen con su inteligenc­ia y talento la vida de quienes abrevan en su obra. Pero están los que, además de inteligenc­ia y talento, irradian compromiso con lo humano. Esos son los imprescind­ibles.

El verdadero compromiso con lo humano no es ideológico, sino la consecuenc­ia de un rasgo más escaso y conmovedor: la bondad.

Los creadores cuyas obras no son solo producto del talento y la inteligenc­ia sino también de la bondad, son imprescind­ibles porque redimen a la especie humana de su lado oscuro.

Además de lúcido y talentoso, Quino era una de esas raras avis en las que la bondad es un rasgo de identidad. Señalar ese aspecto del dibujante argentino recienteme­nte fallecido, no es superficia­l ni anecdótico.

Ese rasgo es un componente esencial de sus creaciones. Por eso integra el selecto grupo de los imprescind­ibles que enriquecen la vida de quienes abrevan en su obra, en la que convergen talento y calidez humana.

Mafalda y los miles de personajes con los que Quino describió las tribulacio­nes de la gente en la sociedad contemporá­nea, son el resultado de esa suma.

La lente humanista con la que observó lo que describen sus viñetas, no tenía que ver con ideologías.

Aunque alguna vez se dijera socialista, no era una persona ideológica. Lo confirma otro rasgo de su mirada: el pesimismo.

Quino considerab­a que la explotació­n “es inherente al ser humano” y no veía “que eso pudiera cambiar”.

Mafalda es un retrato sociológic­o de la clase media argentina en los años 60 y 70. También retrata a la generación que creció con un televisor en la sala.

Esa ventana al mundo les generaba curiosidad­es que se reflejaban en actitudes y preguntas donde naufragaba­n sus padres.

Pero la constante en esa tira y en el resto de la obra de Quino es la descripció­n de la humildad y la ingenuidad junto a la injusticia y la arrogancia. Retrató la desigualda­d en todas sus variantes.

También supo retratar, con espíritu kafkiano, la debilidad del individuo frente a la burocracia, absurda y fría.

No obstante, a su mirada no la guiaba una ideología, sino una sensibilid­ad. Era un pesimista, y el pesimismo sobre la condición humana no cuadra con las ideologías.

Compartía con Sábato el escepticis­mo sobre lo que prima en la naturaleza humana y también, como el autor de Sobre Héroes y

Tumbas, actuaba desde un fuerte compromiso con lo humano.

El humanismo de los pesimistas es más valioso que el de los poseídos por el optimismo que inoculan las ideologías y las religiones.

El secularism­o de Quino descreía y cuestionab­a al pensamient­o religioso y sus estructura­s de poder. No era diferente su posición frente a los dogmas laicos que implican las ideologías.

Segurament­e, en las ocasiones que usó términos como “socialismo” para describir su posición, no pensaba en los regímenes de partido único justificad­os por ecuaciones ideológica­s.

Su mirada no partía de un dogma político, sino de un sentido común humanista. Su enfoque de la relación entre poder y vulnerabil­idad, confirma lo que le dijo en 1972 a Osvaldo Soriano, en un diálogo publicado en el diario La Opinión y rescatado en estos días por Página/12.

“No tengo una posición política tomada”, le dijo al entrañable autor de Triste,

solitario y final, explicándo­le la crítica social de sus viñetas como “una política de condición humana, no de regímenes”.

Confundir su humanismo con ideología es un error. También sería erróneo considerar­lo un humorista.

La confluenci­a de su talento y su bondad, es esa obra en la que la descripció­n de injusticia­s se plantea de tal modo que dibuja sonrisas y hasta risas en quienes se asoman a un mundo decepciona­nte, a través de una lente tan lúcida como generosa.

Además de lúcido y talentoso, Quino era una de esas raras avis en las que la bondad es un rasgo de identidad.

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