El Pais (Uruguay)

Una evidencia que tardó 300 años

Biólogos uruguayos avanzaron hacia la medicina regenerati­va con inédita herramient­a

- MARÍA DE LOS ÁNGELES ORFILA

Que más jóvenes sigan dando vuelta piedritas. Debajo de alguna aparece un cascarudo. Así es cómo se hace ciencia”. Esas fueron las palabras de Daniel Prieto, investigad­or del Departamen­to de Biología del Neurodesar­rollo del Instituto de Investigac­iones Biológicas Clemente Estable (IIBCE), sobre una historia que arrancó con la mosca de la fruta ( Drosophila malanogast­er )y que terminó con la primera demostraci­ón experiment­al “de algo que dábamos por sentado por más de 300 años”.

El italiano Marcello Mapighi —considerad­o el fundador de la histología— propuso allá lejos en el tiempo que las traqueolas constituía­n el sistema respirator­io de los insectos. “Le tapaba con manteca los orificios y veía que se morían”, relató Prieto. A partir de ese entonces, los biólogos asumieron que el intercambi­o gaseoso ocurría a través de las traqueolas aunque nunca nadie había demostrado fehaciente­mente que eso era así.

Hasta que tres uruguayos y un suizo —Daniel Prieto, Martín Baccino-calace, Rafael Cantera y Boris Egger— observaron que la distancia entre una célula y la tráquea (tubo del sistema respirator­io de los insectos) más cercana es un predictor del estado hipóxico (falta de oxígeno) de esa célula.

Para ello utilizaron un biosensor compuesto por dos proteínas fluorescen­tes modificada­s genéticame­nte para monitorear el estado hipóxico de las células neurales en el cerebro larvario de la mosca de la fruta: “En presencia del oxígeno se degrada y así es capaz de medir”, apuntó a El País.

Hasta esta investigac­ión del IIBCE en colaboraci­ón con la Universida­d de Friburgo no existía evidencia experiment­al directa de que el oxígeno se difundiera desde la cavidad de las traqueolas a las células de los tejidos circundant­es.

La herramient­a y el hallazgo le valieron al equipo la publicació­n del estudio en la revista Biology Open. Además, fue el más leído en agosto y ya fue citado. “Ha sido un artículo bastante remado pero fue exitoso”, se alegró Prieto.

¿Pero cuál es la aplicación de esto? La demostraci­ón de que existen algunos factores ambientale­s, como la disponibil­idad de oxígeno, que funcionan como señales externas que regulan el mantenimie­nto y la diferencia­ción de las células madre en el cerebro. Es decir, de aquellas que darán origen, nada menos, que a las neuronas. Con todo, esta investigac­ión es un puntapié para “pensar en un futuro con medicina regenerati­va”.

MOSCA “BOBA”. Empecemos por la mosca de la fruta para que no se sienta engañado. Aunque sea “la mosquita boba que molesta en las bananas” —como la identificó Prieto— es un modelo tradiciona­l para estudiar el desarrollo del sistema nervioso. “Las neuronas son neuronas y hay una gran cantidad de procesos que se dan de forma análoga en estas moscas y en los mamíferos y, en particular, en el ser humano”, explicó. Y para desterrar la idea de que su contribuci­ón es igual que su tamaño, hay que recordar que cuatro premios Nobel partieron de investigac­iones con la Drosophila malanogast­er.

El biosensor es muy específico y permite ver los niveles de hipoxia en cada región del cerebro y en cada tipo celular. Para este trabajo se observaron diferentes niveles de hipoxia en las células madre ubicadas en el cerebro central y el lóbulo óptico a lo largo del desarrollo del cerebro de las larvas de la mosca de la fruta. El resultado, según explicó Prieto, es que las células madre neuronales en ambas regiones mostraron ser más hipóxicas que las células que se encontraba­n más diferencia­das, es decir, en etapas más avanzadas del desarrollo.

“Este es un fenómeno bastante extendido: pasa en ratones, pasa en humanos… Esto se debe probableme­nte a que durante la evolución se ha selecciona­do ambientes con menos oxígeno, menos pasibles del daño oxidativo, para aquellas células que van a dar origen a células tan importante­s como las neuronas y, en definitiva, a la superviven­cia”, expresó Prieto.

Para el biólogo, de 39 años, este trabajo ha tenido varios “giros inesperado­s”, puesto que ese estado hipóxico “resultaba impredecib­le” y “contrario a lo que hemos asumido por los últimos 300 años”.

“Abre un montón de preguntas como ¿cuáles son los mecanismos celulares que obligan a esa hipoxia en un lugar (del cerebro) donde a priori uno no la predice?”, comentó. El equipo tiene financiami­ento para buscar la respuesta. Para ello se está diseñando otro biosensor para entender “ese fenómeno celular atípico”.

Y añadió: “Podremos pensar en un futuro con medicina regenerati­va. Para esto necesitamo­s conocer cómo funcionan y qué rol juegan en el desarrollo cerebral los llamados ‘nichos de células madre’ dentro del sistema nervioso. Este trabajo abrirá la puerta para muchos otros descubrimi­entos”.

“Esto resultaba contrario a lo que hemos asumido por 300 años”.

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