El Pais (Uruguay)

Se duplican nuevos casos que atiende el Mides en sus refugios

Crecen de 776 en 2019 a 1.336 este año; récord de llamadas

- CARLOS TAPIA

▃▃ Unas 1.336 personas entraron por primera vez desde marzo pasado a un refugio del Mides. La pandemia del COVID-19 fue la que los empujó allí. La cifra implica un incremento importante en comparació­n con el mismo período de 2019, cuando fueron 776 los nuevos ingresos. La cartera también pasó a recibir un récord de llamadas en sus dos líneas telefónica­s: la estándar, que pasó de 40.823 a 212.887; y la de calle, que creció de 10.697 a 36.663.

El hotel céntrico Urban, con sus 66 plazas, es uno de los refugios que acogen a las nuevas personas que tuvieron que pedir ayuda a la cartera. El lugar, que fue visitado por El País, fue concebido como un espacio de contención en medio de la emergencia sanitaria del coronaviru­s, y tiene previsto cerrar sus puertas entre noviembre y diciembre de este año. Quienes están allí temen por su futuro, mientras que el ministro Pablo Bartol sostiene que se buscará una solución para aquellos que aún no tengan un lugar donde ir.

Sofía tiene 77 años y los ojos más tristes que vi en mi vida. Se preocupa por encorvar las comisuras de los labios hacia arriba, por fingir que no está tan mal, pero la farsa se desploma de inmediato cuando empieza a contar su historia: un marido que la dejó joven, 30 años de empleada doméstica y la pérdida del empleo porque “el patroncito” se murió; una pensión de hambre “que no alcanza” y un hijo internado en la Colonia Etchepare “porque también se quedó sin esposa y se puso mal”.

Después una pensión, que le cobraba $ 7.000 por semana y que sin la ayuda de su hijo no pudo pagar. Se atrasó dos semanas, la desalojaro­n y se le quedaron con todo: cocina, heladera, ropero y televisión. “No es que no me los den, pero me piden que pague lo que debo. Y hay otro problema, si pago no sé a dónde llevarme todo eso”. Encima, cuando todo se desmoronab­a, una pandemia.

Mientras el 5 de mayo caminaba sin rumbo, a Sofía le encontró un matrimonio, la subió a su auto y la llevó al Ministerio de Desarrollo Social (Mides). Allí la derivaron al Urban Express, un hotel sobre la calle Andes esquina Uruguay, que el ministerio abrió como centro 24 horas para atender los pedidos de auxilio que se multiplica­ban. Llegó y le dieron una habitación, la que comparte con otra señora de su misma edad. La semana pasada fue su cumpleaños y sus “compañeros” — así los llama—, le compraron una torta y se lo festejaron. “Cuando llegué estaba hecha pelota, tenía un frío tan grande y me sentía tan mal. Yo tengo: asma, diabetes, colesterol, arritmia, estoy operada de la cadera y también del corazón”.

Sofía es una de las 1.336 personas que cuando el coronaviru­s llegó a Uruguay pisaron por primera vez un refugio del Mides. Los datos van del 15 de marzo al 4 de octubre. El año pasado, en esas mismas fechas, esa cifra fue bastante menor, se registraro­n 776 ingresos nuevos.

Los pedidos de ayuda a las líneas telefónica­s de la secretaría dirigida por Pablo Bartol también se multiplica­ron de forma sorprenden­te. De marzo a setiembre de 2019 la línea estándar recibió 40.823 llamadas, en el mismo período de 2020 fueron 212.887; el mes en que más gente se comunicó fue mayo, que se pasó de 6.011 a 42.411, respectiva­mente. En cuanto a la otra línea telefónica, la de población de calle, las llamadas pasaron de 10.697 a 36.663; y el mes con más comunicaci­ones fue julio —algo que siempre es así por las bajas temperatur­as—, se pasó de 3.629 a 12.100.

El teléfono estándar del Mides pasó de recibir 40.823 llamadas a 212.887.

En el Urban hay 66 personas; ya les dijeron que cierran antes de fin de año.

ATRAPADOS. La historia de Sofía está conectada con la de María, que dice tener 74 años, pero parece cargar con 10 menos, y a quien la angustia la obliga a interrumpi­rse varias veces. También llegó al Urban el 5 de mayo, y también se quedó sin lugar para vivir porque el dueño de la casa en la que trabajaba como empleada doméstica, falleció. Eso fue el 12 de noviembre. “Conseguir ese tipo de trabajo en verano es difícil, porque la gente se va de vacaciones, y después en marzo arrancó el coronaviru­s y nadie quería meter a un desconocid­o adentro de su casa”, explica.

Ella dice que está bien en el Urban, y que pese “a que a veces se arma lío, la gente grita y se pelea”, nunca hubiera podido pagar un lugar como ese. Tiene su habitación, que comparte con otra señora de 85 años, en la que cuenta con cama siempre limpia, una ducha caliente y un televisor. Tiene también las cuatro comidas diarias, aunque ella a veces se compra algo afuera porque tiene un problema estomacal. “Yo estoy muy agradecida, pero acá hacen mucha cosa con tuco y yo no lo puedo comer”, explica.

Desde la ONG que administra el Urban ya le preguntaro­n si quiere volver a trabajar, y ella contestó que sí, que si le consiguier­an algo lo haría sin problemas. Pero luego, cuando le explicaron que si esto pasaba dejaría de tener derecho a un refugio 24 horas y pasaría a estar en uno que fuera solo nocturno, dijo que no, que mejor iba a esperar, porque de ahí no se quiere ir. “Después de día qué hago, tengo que andar vagando por la calle”, dice María.

En el Urban hay 66 personas, la gran mayoría de ellos adultos mayores. Más de la mitad es la primera vez que pisan un refugio.

EL DÍA DESPUÉS. Aparicio, que tiene 95 años, dice que no sabe cómo fue que llegó al Urban. “Yo vivo en San José, me dijeron ‘tenés que irte’, y me trajeron para acá”, advierte y abre las manos con desconcier­to. Quizá por vergüenza podría no decirlo, pero se nota en su expresión que no lo sabe: su familia llamó al Mides y pidió que lo trasladara­n a él y a su esposa allí, porque no tenían forma de mantenerse, y porque tampoco había manera de ayudarlos, debido a que la pandemia hizo estragos en todo su entorno.

“Fue una orden que mandaron allá y una amigo mío me dijo que me tenía que venir. Habían dado una orden. Yo trabajé en el puerto, acá en Montevideo, y después me fui para allá. Ahora soy jubilado. Acá me tratan bien, la gente es compañera, nos pasamos conversand­o y tomando mate, nos dan de comer, pero yo me quiero volver”, dice Aparicio, que comparte su habitación solo con su esposa.

Todos coinciden en que el Urban es una suerte de paraíso en el contexto de sus realidades. Pero saben que esto no será eterno. Y el día después es lo que más les preocupa. Primero les dijeron que se podían quedar hasta setiembre, pero cuando ese mes se terminaba les avisaron que se extendía hasta noviembre o diciembre.

“Si pienso en el futuro…”, dice María y el llanto la interrumpe. “Yo estoy conversand­o con una prima, que capaz que me puede dar una habitación”, señala Sofía sin convencimi­ento. “Yo quiero volver”, advierte Aparicio. El ministro Bartol, en tanto, aclara que, aunque el Urban se cierre, “quien siga necesitand­o un techo, un refugio de 24 horas, lo tendrá”.

 ??  ?? SOFÍA. Fue empleada doméstica y los últimos años vivió en una pensión; pero desde mayo no pudo pagar y terminó pidiendo refugio.
SOFÍA. Fue empleada doméstica y los últimos años vivió en una pensión; pero desde mayo no pudo pagar y terminó pidiendo refugio.

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