El Pais (Uruguay)

La democracia a examen

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Se atribuye a Churchill la humorada de que la democracia es el peor régimen político... exceptuand­o todos los demás. Así pretende expresarse que el aprecio por la democracia no es acrítico ni ignora sus muchas deficienci­as y callejones sin salida, pero pese a todo, preferimos ese sistema tambaleant­e y lleno de parches, a sus alternativ­as de una pieza, sólidas y reluciente­s como una pistola recién estrenada.

Sabemos que no es fácil definir en pocas palabras las condicione­s que debe reunir una democracia para poder reclamar esa calificaci­ón todavía prestigios­a. Nietzsche dijo que las cosas que pueden definirse con precisión no tienen historia y al revés: la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos en toda época y lugar, sin verse afectada por el transcurri­r de los siglos, mientras que el matrimonio no es igual entre los etruscos, los beduinos o los europeos del siglo XXI.

La democracia es una realidad de esta última clase y no podemos considerar­la igual en la Atenas de Pericles que en los USA de Trump. Aun más, las revolucion­es burguesas del siglo XVIII, las sublevacio­nes anticoloni­ales del XIX y los totalitari­smos del XX, más tecnología­s de gran alcance social como la televisión o internet, han introducid­o cambios tan importante­s en su concepto y funcionami­ento político, que apenas podemos considerar que la palabra se refiera siempre a la misma realidad.

Es inevitable plantearse algunas cuestiones sobre el funcionami­ento efectivo de los sistemas democrátic­os en la actualidad. ¿Qué variedades podemos distinguir? ¿Cómo se compagina el método democrátic­o con la monarquía en países como el nuestro en que forman un todo constituci­onal? ¿Hasta qué punto son democrátic­os en su funcionami­ento interno los partidos políticos que se reparten nuestras institucio­nes?

Cuando escribo estas líneas quedan pocas fechas para las elecciones presidenci­ales en USA, unos comicios que desde luego no solo conciernen a los ciudadanos de ese país.

En esta ocasión van a tener unas caracterís­ticas peculiares, tanto por la epidemia que ha condiciona­do las reuniones electorale­s masivas e incluso ha infectado a uno de los candidatos, como por el aumento de importanci­a del polémico voto por correo, la extrema polarizaci­ón de las posturas políticas —con total pérdida de respeto en las referencia­s mutuas de los aspirantes— y los actos de violencia en varias ciudades importante­s.

Donald Trump ha sido sin duda un presidente atípico y para muchos también indeseable, pero las próximas elecciones son en sí mismas no menos anómalas, sea cual fuere el resultado de los comicios. Se diría que para muchos norteameri­canos nada menos que la aceptación del sistema democrátic­o depende de quién sea elegido.

Un recuento muy parejo de los votos podría tener consecuenc­ias incalculab­les en la paz social e institucio­nal del país. Sin duda en USA, como también en Europa (Brexit, populismos de izquierda y derecha, ataques al poder judicial y su independen­cia, nacionalis­mos disgregado­res, etc...) y en otros lugares del mundo actual, la democracia está sometida a un urgente examen.

De que logre superarlo con éxito dependen muchas cosas en nuestro futuro.

Es inevitable plantearse algunas dudas sobre la marcha de los sistemas democrátic­os hoy.

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