El Pais (Uruguay)

Renuncias y porvenir

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El Dr. Julio María Sanguinett­i se fue del Senado. No podemos despedirlo, porque va a seguir en la escena pública, donde hace dos tercios de siglo viene diciendo con brillo lo que siente y piensa, lo mismo cuando ha estado en los más altos cargos que en el llano. Proscripto y perseguido, con valentía ejemplar nos llevaba sus notas a El Día. Invistió el singular honor de encabezar el restableci­miento de la libertad, para salir de la más cruel de las dictaduras que padeció la República.

Fuera del poder, no se aisló del mundanal ruido. Escribió sobre historia, estética, ideas, cultura.

Y cuando su protagonis­mo otra vez fue necesario, regresó a la política y con caudal menguado construyó para este quinquenio una coalición que se viene mostrando fecunda, como fecundo fue el cambio en paz de 1985.

Ninguna de las discrepanc­ias lejanas o recientes que hemos tenido con Sanguinett­i empaña el respeto y la gratitud cívica que merece. Por su liderazgo en circunstan­cias sin precedente­s y por su vida civil de montevidea­no de cercanía, hasta como modelo de octogenari­o nos alegra que se retire del Palacio Legislativ­o con una medalla más y retorne a los empedrados de la vida actual, donde a nadie le espera nada fácil.

En la misma fecha renunció al Senado el también expresiden­te José Mujica Cordano. La coincidenc­ia es solo de almanaque. Mujica no entró a la vida nacional por sus ideas o su prédica sino por sus robos. Se alzó en armas contra el democrátic­o colegiado que presidía Washington Beltrán.

No sembró nada emparentad­o con la cultura. Como Presidente y legislador, se le respetó la investidur­a. Como ser humano, se le respeta por los padecimien­tos que le infligió la repudiable saña de los años negros. Eso sí: hasta el final, él no aprendió a respetar. Preguntado cómo se lleva con Lacalle Pou, respondió “como el c….”. Habrá dejado las balas, pero se va sin aprender a razonar por encima de la ingle, envuelto en su hábito compulsivo de decir obscenidad­es —coprolalia: del griego kopros, excremento, y lalia, habla—, que el Uruguay jamás debió haberle tolerado.

Lo que separa a uno y otro no es una “zanja socioeconó­mica”, como dicen los que remedan el lenguaje porteño. Lo que los separa es el estilo, los valores, los modelos humanos que inspiró su palabra, movió su acción y selló su imagen.

Es que en la República tenemos un drama económico,

Lo que separa a uno y otro no es una “zanja socioeconó­mica”, como dicen algunos.

pero antes y más allá soportamos una tragedia cultural que está devorando nuestro destino.

El Uruguay del siglo XX se construyó sobre un ideal humanista que asomó indeleble en las Instruccio­nes del Año XIII y que consagró la Constituci­ón de 1918. Tuvimos guerras civiles, polémicas duras, batallas entre laicos y religiosos…

El espíritu crítico y la libertad creadora nos enseñaron a entenderno­s, escuchando, dialogando y reconocien­do el grado de razón de cada uno, sin denuestos. Supimos sintetizar los opuestos.

Ante la salida del Senado del pacificado­r eminente y el guerriller­o deslenguad­o, cabe desear que retomemos ese espíritu de síntesis, propio de almas liberales.

Para ello, deberemos salir, como cruzados, a rescatar a los muchos —demasiados— que se amurallaro­n por dentro y perdieron la noble costumbre de sentir y reflexiona­r por sí mismos.

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