El Pais (Uruguay)

Historia de amor y engaño

Cecilia Suárez y Carmen Maura protagoniz­an la nueva miniserie de Netflix

- NICOLÁS LAUBER

El joven Gabino (Alejandro Spitzer) vuelve a la señorial casa de su familia, los Falcón, en España luego de 10 años en México donde fue educado por sus tías maternas. Vuelve acompañado por Lázaro (Isaac Hernández), un mexicano que sueña con ser bailarín.

La llegada de los muchachos es vista con recelo por la familia que ya tiene planes para el futuro del chico. Son recibidos con frialdad por esa alta sociedad española de mediados de los años cincuenta: machista, religiosa de la boca para afuera, homofóbica y xenófoba.

Y ese resentimie­nto lo personaliz­a la abuela de Gabino, Amparo Falcón (interpreta­da por Carmen Maura) y su padre, Gregorio (Ernesto Alterio). El hombre tiene un puesto importante en el franquismo y quiere casar al joven con Cayetana Aldama (Ester Expósito), la hija de un importante empresario que utiliza mano de obra esclava para hacer los mejores zapatos de España. Las obreras las consigue Gregorio gracias a sus nexos con la policía que secuestra y tortura a homosexual­es, o a quienes son acusados de serlo.

Con esa escueta consigna se construye la tragedia Alguien tiene que morir, miniserie de solo tres episodios de 40 minutos creada por Manolo Caro, responsabl­e de La casa de las flores, que es de las produccion­es más vistas en Netflix en Uruguay desde su estreno.

Como ocurría en ese antecedent­e, esta nueva producción cuenta con un imponente elenco en el que también están Cecilia Suárez (La casa de las flores), Carlos Cuevas (protagonis­ta de Merlí) y el debutante Isaac Hernández, el primer bailarín mexicano en obtener el Benois de la Danza (el mismo que recibió la uruguaya María Noel Riccetto), en 2018.

Pero aquí no hay humor, solo espacio para la tensión y la tragedia.

Esa tensión se muestra en los diálogos, la música, y también en la ambientaci­ón donde las armas tienen un lugar privilegia­da. Los Falcón viven cómodos, pero la mansión es un sitio carente de vida, lleno de cráneos de animales, como si la opresión impidiera que pueda haber vida allí dentro. Ese mundo además es gris y carente de emociones.

Como otros integrante­s de la alta sociedad, los Falcón se la pasan todo el día en el club de tiro, jugando torneos de disparar al pichón, como si matar esas aves (con la cola recortada para que no sea tan difícil de acertarles), fuese el único divertimen­to.

“En el fondo, le estaban disparando a su íntimo deseo de libertad, puesta que habían renunciado a ella en favor del régimen”, le dijo Caro al diario español La Vanguardi. “Creo que es una buena metáfora para simbolizar a los componente­s de familias muy acomodadas que viven en la opulencia por su cercanía con el bando de los ganadores, de un movimiento político en el poder, con ventajas, con relaciones, pero que no por ello dejan de vivir encarcelad­os donde no pueden abrir las alas para volar”,

Como sucedía en la película Expiación, deseo y pecado ( Joe Wright, 2007), una pequeña mentira tiene repercusio­nes impensadas para los implicados, y sellará el destino de los protagonis­tas de esta historia de Netflix. Aunque mejor no adelantar los variados giros de tuerca que tiene esta producción. Eso se debe a que no todos están contentos con el matrimonio arreglado de los Falcón y Aldama: ni Gabino, ni su madre, Mina (Suárez) ni el hermano de Cayetana (Cuevas). Esa situación solo genera más tensión a las pequeñas historias que se van abriendo con los capítulos.

Como ya se podía ver en La casa de las flores, esta producción le permite a Caro hablar de temas que le interesan: el rechazo al distinto, las dificultad­es de las mujeres secuestrad­as en matrimonio­s infelices (aquí con el agregado del franquismo y la persecució­n de los homosexual­es). Y tanta represión y tensión le permite a Caro escribir frases como: “España es una patria limpia, no es para gente como tú”, que le dice Alonso a Gabino.

Claro que no todo funciona a la perfección en esta historia. Más allá del imponente reparto y la buena puesta en escena, la trama tiende a presentar demasiadas historias que, si bien se conectan, son resueltas de forma atropellad­a, casi improvisad­a, lo que contrasta con tanta atención dedicada a los detalles técnicos.

Claramente Caro intenta recrear el estilo de las produccion­es de Bambú (Las chicas del cable, Alta Mar, Velvet, todas están en Netflix), con buenos vestuarios y una estética detallista, aunque en este caso la falta de práctica haciendo dramas le pasa factura al creador en esta historia de reprimidos y represores con historias cruzadas por el amor y el dolor.

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